Imagino cosas, cosas que son agradables y otras que no lo son tanto. ¿Por qué lo hago? ¿Tengo una mente compulsivamente creativa? No lo sé, tal vez soy un paranoico empedernido. Hay cosas que no debería imaginar por mi bien, por el bien de mi estado anímico, pero qué le vamos a hacer. No puedo obligar a mi cerebro a que no imagine porque sería como incitarlo a que lo hiciese. Después de tantos años he llegado a una conclusión: que haga lo que quiera, porque igual que yo le tengo que aguantar él me tiene que aguantar a mí, así que estamos compensados.