Acabo de llegar de la cena-celebración de mi cumpleaños. Este sábado volveremos a repetir cena, a ver qué tal. Me han regalado dos pantalones cortos, una camiseta y un bañador. Bastante más de lo que me esperaba, ya que no pedía nada… Bueno, en realidad sí quería algo, el regalo más importante que me hubiesen podido hacer…
Cómo explicarte que eres el único regalo que realmente esperaba recibir, todo lo demás no tiene importancia, tu piel y tus caricias, tu pelo y tu aroma, tus labios y tu sonrisa… Es por eso que me gustas, y quiero tenerte cerca, así de egoísta soy. Sé que no tienes dueño, no lo quieres tener, y yo no quiero serlo. No soporto ver a un ave entre barrotes cuando su mayor deseo es volar libre en el cielo, y menos aún cuando esos barrotes los he impuesto yo.
La distancia no es tan grande, pero es un abismo insalvable que nos separa. Cada día que te echo de menos se me clava en la carne como agujas, y son esos cortos momentos que compartimos los que me calman este dolor sordo que me quema. Soy un mimoso patológico, lo reconozco, pero en mi caso no es el primer paso para recuperarme porque no quiero hacerlo. Quiero seguir siendo así, no puedo cambiar lo que soy, siempre necesitaré de tu cariño, tus caricias y tus besos, o simplemente tus palabras dulces, esas que de vez en cuando dejas escapar del dominio del miedo a quererme.
Te siento y me sientes, nos sentimos y nos vivimos el uno al otro. Soy egocéntrico a ratos, lo sé, así como egoísta por momentos, pero es que mis deseos de tenerte cerca, de ser el centro de tu universo por un instante, me abruman y me sobrepasan. Soy así, lo siento, no puedo hacer nada por evitarlo, más bien seguir siendo así, intentando que mi mirada no sea ambigua bajo tu mirada, «con estilo», mi estilo propio y sincero.
Corazón mío, ¿dónde te has ido? Te necesito para vivir así como para morir por ti. Eres mi vida y mi muerte, pues sin ti sufro de la muerte en vida, muriendo por volverte a sentir.