Nunca vi amanecer hasta que pasé despierto una noche a tu lado Nunca vi la luz del sol hasta que apagaste las luces de la habitación Nunca vi mi hogar hasta que estuve demasiado tiempo lejos Nunca sentí un latido hasta que escuché tu corazón Nunca vi el mar hasta que me mudé tierra adentro Nunca vi la luz de la luna hasta que brilló sobre tu piel Nunca vi tus lágrimas hasta que rodaron sobre mi mejilla Nunca olí tu pelo hasta que el perfume de tu cuerpo se fue Nunca medí las distancias hasta que nos separó un cristal Nunca vi las fronteras del mapa hasta que viajé en aquel tren Nunca dije "te quiero" hasta que no pude susurrar a tu pecho Nunca supe que me fui de tu lado hasta que te necesité
Mucho y poco, nada y todo
Sobre aquella colina decidí hacer un trato porque mi cuerpo quería vivir cerca del mar. Y con la sensación abrumadora del instante en realidad no sentía ninguna otra emoción. Creo recordar que me lo dijiste aquella vez: "este momento es el momento, y no habrá otro igual, y no hay nada más que pensar que en el ahora; nada más que disfrutar del aquí y dejarte llevar." Entonces podía escuchar la llamada de la aventura, de los caminos que se abrían ante nosotros. Pero también oía el gruñido de la inquietud porque en el horizonte una tormenta se formaba. No, nunca pensé que fuera fácil y lo sabes, porque en realidad ni tú ni yo lo somos. Mejor cambiemos de tema, hablemos de otras cosas, de mi mucho y de tu poco, de tu nada y de mi todo. Cuando aquella noche le susurré a tu pecho "no ha estado mal, pero creo que me voy a casa" en realidad lo hice porque no te sentía mi hogar. No fue por rencor, tan sólo regalaba sinceridad. Y ahora, cuando miro atrás, me pregunto a solas si es que aquel día dejaste que me marchara porque tú también sabías que era lo mejor o porque ya no tenías miedo a las noches sin mí.
Seis días
Seis días y unas cuantas horas más que mis ojos no se deleitan en ti. Tu cuerpo no acaricia ya mis manos, y de nuevo amanece casi helado un corazón ya cansado de latir. Otra vez te extraña mi almohada empapada de sueños y amor. Y pensaba que ya había aprendido, que a tu ausencia me había acostumbrado, pero la realidad me devuelve el dolor. Ya seis días sufriendo nostalgias por aquello que no pude hacer. Y aunque tenga el pecho de acero a veces pareciera que muero estando lejos de donde quiero volver. Por eso espero tu regreso como un regalo, mas no sé si debo o si acaso es algo malo. Pero hasta entonces sólo me queda suspirar cuando tantas veces no nos podemos besar.
Uno de esos sábados
No hace falta que me digas qué debería esperar de ti. Sigo aquí, igual que siempre, por mi propia voluntad. Dicen que la suerte sonríe a los que se atreven, pero no me fue muy bien eso de dejarme llevar. Tal vez lo mejor sea pasar de todo por completo y dejar de usar la memoria como motivo y razón, dejar de recordar aquel tiempo en el que tú y yo hacíamos lo que queríamos sin buscar justificación. Lo cierto es que ahora ya no podemos recuperar todo aquello que nos regalamos alguna vez. Tuvimos buenos momentos, o eso me parecía, porque ya no sé si fueron sinceros de verdad. De las tardes y noches de todos aquellos sábados cuando nos refugiábamos entre sábanas en mi cama. Refugiados del frío en la calle, en nuestros corazones, y del frío del hambre de cariño de nuestras almas. Protegía la memoria, por si acaso la olvidabas, de aquel primer sábado de finales de octubre. No la olvidaba, para que tú la recordaras, hasta que un día dejó de importar lo suficiente. Como si fuera una tradición de nuestro calendario, fue también un sábado cuando terminó aquel otoño, cuando cayó muerta la última hoja de nuestro árbol y en el jardín tan sólo quedó este áspero invierno. Ahora en perspectiva, ¿es esto lo que esperabas? Mirando atrás, ¿no te despierta ninguna emoción? Muéstrame algo de verdad, algo que sientas hoy, algo que pienses, para entender esta situación. No sé, tal vez has madurado y yo sigo igual de infantil, y esta amnesia selectiva te parece como la libertad, o simplemente eres de ese tipo que miente por hablar y nunca se atreve a decir un adiós que suponga un final.
Esa enfermedad llamada felicidad
La felicidad te infecta, pero es una enfermedad deseada y esperada. Los verdaderos problemas aparecen como secuelas de su paso por nuestra alma, cuando se clavan donde más duele, en aquel espacio que antes ocupaba y daba calor.
Porque la felicidad te besa con fuego, y no puedes olvidar el recuerdo de sus labios, pero supongo que su boca no es para mí. Porque cuando se va, cuando se acaba, las cosas son más grises que antes, y las describes con frases y versos sobre lo que era, ya no es y no volverá a ser.
Pero no sabes lo que es la felicidad hasta que has aprendido el significado de la tristeza, cuando se marcha por la puerta y a veces ni le puedes decir adiós. No puedes saber lo que duelen los labios cuando besas a la felicidad, y cuando te toca pagar la cuenta con trozos de tu corazón y una desilusión de propina. No imaginas lo que duele pensar en el recuerdo de besar una mejilla surcada de lágrimas de tristeza, o mirar un atardecer de invierno con ojos sin ilusión.
Y es que ser estoico parece muy fácil en la teoría, pero no tanto en la práctica, porque la felicidad se irá y su ausencia traerá de nuevo todas esas cosas. Y ya se sabe que no se puede pensar con claridad cuando se siente intensamente.
Pero habrá muchas otras noches, en las que baile o simplemente mire bailar, o duerma arropado por el cariño, o sudoroso por la pasión. Habrá otras poesías que escribir, otras canciones que cantar, otras primaveras que florecer, otros labios que besar y sueños que hacer realidad. Pero claro, no será aquella felicidad que se marchó.
Aunque me hice prometer que me ilusionaría lo menos posible. Aunque pensé que el frío tacto del pecho de acero serviría de coraza. Pero aún funciona la máquina que, en su interior y con su propio compás, mueve mis sentimientos haciendo ruido.
Y sé qué pasará, porque caigo en las redes de la felicidad con mucha facilidad, como si lo estuviese deseando con demasiada intensidad. Pero ni yo entiendo muy bien la razón, porque a estas alturas ya debería estar escarmentado.
Todo lo que se irá mañana
Es de noche, ya tarde, y beso tu hombro. Sí, no me lo digas, ya me lo imagino: tienes que levantarte temprano mañana, y sé que estás cansada, muy cansada. Me gusta estar abrazado a tu lado, tan sólo así, quiero acompañarte. Sentir a mi lado tu cuerpo, desde tu propio lado de la cama. Sabes que no me hacen falta excusas, que sólo hace falta uno para ser dos, para transformar tu cuerpo en un templo en el que poder rezar a nuestro dios. Prometo que cuando hayamos terminado te sentirás derrotada, pero mañana cuando te despiertes tan temprano, ya verás, te sentirás como nueva. No soy un tío egoísta, o eso intento. No molestar, poder sacar esta idea de mi cabeza y de mi cuerpo, pero esta noche no tengo sueño. No me puedo dormir, no puedo contar ovejas, no puedo esperar que la tele me duerma. Leo un libro, pero las palabras se pierden. Lo intento... Pero no lo intento de veras. Me giro, no puedo dejar de mirarte. Este corazón late desbocado, y maldigo mi suerte de tenerte y me siento morir, así que te beso. Tus ojos me miran y sonríen y yo sólo quiero mirarme en tu sonrisa. ¿Acaso es que tú también quieres? ¿Acaso es que me he equivocado? Recuerdo un verso que escribí ayer que decía algo parecido a lo que pienso, algo como "tu cuerpo es lo que quiero", o "tú eres todo lo que quiero tener". Da igual, todo lo que no recuerdo, ahora mismo, no tiene importancia. Sólo quiero aprovechar el tiempo hasta que te vayas temprano mañana.