Todos somos como el Principito en nuestro planeta particular.
Donde existe un deseo existe una manera.
Nunca te podrás perder si no tienes un destino establecido.
El otro día me dijeron una frase que me ha dado que pensar y era algo así como «no estás en condición de exigir». La verdad, como eufemismo para decirme suavemente «eres feo» no está nada mal, pero no es esto lo que me produjo cierta urticaria mental pues es un reflejo de la realidad. Mi carrera como modelo se ha visto truncada por mi falta de afeitado diario, corte y peinado de pelo planchado, odio racional contra la depilación corporal y las distintas cicatrices que pueblan mi piel.
No, no ha sido ese alarde de sinceridad respecto a mi belleza sino la falacia lógica de «si no eres X / eres Y, no puedes exigir» teniendo en cuenta que X Y. Vamos a ver, no se le puede exigir a un inconformista por diseño que abandone de buenas a primeras sus requisitos establecidos y pase a ser un pelele que orgulloso agradece el premio de mierda que le ha tocado en la tómbola. No, algunas cosas no cambian.
Hay que entender que la exigencia no es un derecho sino que es una elección y, por eso mismo, no está sujeta a deberes que la condicionen. Siempre he pensado que el grado de exigencia que mantenemos con las cosas y, por extensión, con las personas, es directamente proporcional a la inteligencia de cada uno. Alguien inteligente, por definición, debe poseer además algo del espíritu inconformista, así que no se puede satisfacer con cualquier cosa simplemente porque sabe lo que quiere y lo que no.
Alguien que hace concesiones continuamente respecto a sus gustos o deseos hace gala de una convicción débil y una labilidad denodada, es poco inteligente y muy conformista. Por otra parte, al igual que ocurre con la escala de dureza de Mohs, alguien que no cesa en su empeño y no es capaz de adaptar sus condiciones será más proclive a la fragilidad, esto es, frustración y soledad. Exigir está bien, siempre que se mantenga dentro de los límites de la realidad y la probabilidad de consecución se encuentre dentro de lo humanamente posible.
Siempre estamos comparando variables con nuestro sistema de referencia para saber en qué lugar del eje de coordenadas podemos ubicarlas y si se encuentran o no dentro del dominio de nuestras campanas de Gauss particulares. Este es nuestro funcionamiento interno; es el último y único juez que dicta sentencia sobre lo que nos gusta o nos desagrada, luego la exigencia es inherente pues marca el límite de nuestros gustos; la frontera entre lo deseado y lo que queremos evitar; lo que despierta en nosotros interés o, por el contrario, aversión; la conditio sine qua non.
La exigencia es lo que nos permite cribar lo deseable de lo que no lo es, marcar objetivos para alcanzar o minimizar en cierta medida las probabilidades de perder el tiempo esperando recibir lo que no está disponible. La virtud se halla en saber ser selectivo y discernir cuándo ser exigente y cuándo ser permisivo.
¿De qué sirve querer algo si no se hace nada por conseguirlo? Es un deseo suspendido en el aire que va consumiendo poco a poco lo que hay a su alrededor, como una estrella que brilla cada vez con mayor intensidad y puede llegar a quemar.
Quisiera callar a veces de pronto nuestras conversaciones usando mis taimados besos y caricias como coartadas, componiendo con tus suspiros una sinfonía de placeres, escribiendo con mi boca canciones en tu cuello y tu espalda. Quisiera ser para tu erótica música ese baile sensual, acaso pincel que regala sueños de colores a tu lienzo, mientras tus uñas rasgan el frágil velo que protege mi piel y mis dientes señalan en tu mapa la equis de tu tesoro. Quisiera ser ese lunar que me tienta caprichoso y travieso para así permanecer más cerca de tus labios y tu sonrisa, y hacer que mis dedos se enredaran entre tu pelo revoltoso como riendas en las manos del jinete que cabalga aprisa. Quisiera verte cimbrear las formas que bajo tu ropa siento igual que la caña de azúcar que bajo la fiera tempestad se mece, se dobla y después del impetuoso azote del viento se revela tan dulce para reclamar de nuevo su lugar. Quisiera ser para ti esa lluvia de tibias gotas saladas que se atreve a caer perlando todo tu cuerpo de sudor y consigue inundar tus pensamientos con húmedas promesas en una tormenta apasionada de placeres sin pudor. Quisiera naufragar en tu océano de impetuosas corrientes para aferrarme a tu pecho como aquel marinero perdido que crea una balsa con los restos del que fuera su navío para finalmente en los bajíos de tu cuerpo quedar varado. Quisiera permanecer en la frondosa isla de tus encantos y convertirme por un sortilegio en un pequeño colibrí para libar el acaramelado néctar, siempre volando, de esa flor tropical tan celosamente guardada en tu jardín. Quisiera conseguir dejar de soñar con todas estas cosas pero me es imposible porque toda tú eres una fantasía, figura retórica e inspiración de mis versos y mi prosa, la viva imagen de mis anhelos, todo lo que mi cuerpo ansía.
Sin embargo, ¿de qué sirve querer escapar si no se puede hacer nada por evitarlo?