El ser humano, desde los albores de la historia, ha hecho gala de una curiosidad innata y un afán natural por buscar una explicación a todas las cosas. Muchas corrientes de pensamiento establecieron entonces los elementos clásicos que reflejasen las partes más simples y esenciales con las que se componía cualquier cosa.
En la Grecia clásica, existían desde la época anterior a Sócrates los elementos Tierra, Agua, Aire y Fuego pero a veces se incluía un quinto elemento o quintaesencia llamada Éter. Fue Aristóteles quien añadió este elemento razonando que el fuego, la tierra, el aire y el agua eran terrenales y corruptibles, y debido a que no se percibía ningún cambio en las regiones celestiales, las estrellas no podían estar hechas de ninguno de estos cuatro elementos sino de otro distinto, invariable, una sustancia celestial.
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De acuedo con Aristóteles en su «Sobre la generación y la corrupción»:
El Aire es principalmente húmedo y luego caliente.
El Fuego es principalmente caliente y luego seco.
La Tierra es principalmente seca y luego fría.
El Agua es principalmente fría y luego húmeda.
De acuerdo con Galeno, estos elementos fueron usados por Hipócrates para describir el cuerpo humano en asociación a los cuatro humores: bilis amarilla (fuego), bilis negra (tierra), sangre (aire) y flema (agua).