Las emociones siempre andan en lucha con la razón y muy pocas veces suelen llegar a un consenso.
Muchas veces pensamos, recapacitamos y decidimos no actuar por temor a las consecuencias de nuestros actos. El miedo encadena nuestra vida y hace que no podamos alejarnos más allá del horizonte.
En ocasiones pasamos tanto tiempo entre cavilaciones que, cuando al final nos decidimos, ya es demasiado tarde. El tiempo no espera por nosotros y las oportunidades rara vez se presentan dos veces.
Otras veces actuamos fervientemente sin pensar previamente en las repercusiones. El ímpetu nos da fuerzas pero no siempre nos guía en la dirección correcta.
La nostalgia por aquello que no llevamos a cabo es más dolorosa que las heridas de nuestras acciones, porque la incertidumbre deja mucho espacio a la imaginación y la esperanza mientras que las consecuencias son inamovibles.