El otro día me dio una bajona impresionante cuando mi iPod llegó al límite mínimo de batería. Sí, se conecta al puerto USB y se deja cargar, ¿pero cómo te quedarías si ni así logras que vuelva a la vida? Lo tenía conectado al USB y me salía un mensaje así:
A los 5 minutos aparecía la pantalla de inicio del iPod, esa con el fondo negro y la manzanita plateada, y ahí se quedaba durante 15 minutos más, iluminada y sin mostrar nada. Después de un tiempo se apagaba, se reiniciaba y volvía a salir el mensaje de «Very Low Battery», y otra vez a volver a empezar. Con la ayuda de Google encontré varias soluciones posibles, desde usar un puerto USB directo en lugar de uno de los frontales que tiene mi carcasa, usar el cargador de corriente o simplemente mandarlo al servicio técnico.
Yo, que no pierdo la esperanza fácilmente, seguí intentándolo conectándolo a los puertos traseros, incluso lo conecté al puerto del iMac de mi hermana, pero nada. Intenté conseguir el cargador de corriente, pero ni me quiero acordar de esa conversación… Al día siguiente, antes de irme a trabajar, lo volví a intentar y, como en la mayoría de los casos de descubrimientos importantes, de casualidad di con la solución:
Conectar el iPod al puerto USB, da igual que sea frontal o no, y dejar que se cargue lo suficiente como para que salga la pantalla de inicio, la del fondo negro y la manzanita. Dejarlo conectado durante 5 minutos más o menos y luego desconectarlo del puerto. No hacer nada con el iPod, ni reiniciarlo ni nada, dejarlo ahí a su bola hasta que le dé la gana de mostrar el menú. Una vez aparezca, volver a conectarlo al puerto USB y cargarlo como siempre.
La sensación que se te queda después de solucionar un problema se sale, siempre y cuando la solución sea favorable para ti mismo. De aquí podemos sacar una enseñanza filosófica-metafísica: ¡siempre soluciones constructivas, nunca destructivas!