Originally me

No estoy mosca, es sólo que tengo ganas de escribir automáticamente, echar (de nuevo) pensamientos sobre estas líneas. No puedo estar atosigando a nadie todo el día, todos los días. No va conmigo. Yo me hago notar un poco, y ya luego si me quieres dar un toque pues bien. ¿Me perteneces? ¿Te pertenezco? No existe esclavitud, lo sé, y tampoco pretendo que la haya. Es sólo que se agolpan las ideas en mi cabeza y buscan salida por algún resquicio. El problema viene cuando me pongo a pensar, a divagar, y es un peligro. Soy de los que primero piensan mal y luego intentan pensar bien. Si no das señales de vida, es porque estás ocupada, estás pasándotelo bien, estás pasándotelo mal, no te acuerdas, no te quieres acordar, estás en compañía, quieres estar sola, no tienes saldo, no quieres gastar dinero, no tienes un teléfono a mano, no quieres llamar a secas…

Que conste que no estoy enfadado ni mucho menos, sé que estaba en el Congreso de la M.G.D. y a lo mejor no me querías molestar, pero te puedo asegurar que no lo hubieses hecho. Es más, lo hubiese preferido, para poder escapar de la compañía de tanto médico enchaquetado que tiene a los fisioterapeutas a menos. Escuchar tu voz como un bálsamo… Lo hubiese querido, pero muchas veces no se cumple lo de el que quiere tiene, y el que tiene puede. En fin, estoy cansado y creo que me voy a poner a terminar de ver «La memoria de los muertos», que anoche no pude terminarla porque tenía sueño.

Después

Después de tus besos, ¿llega la oscuridad?
Después de tu risa, ¿llega la soledad?
Después de tu mirada, ¿llega el vacío?
Después de ti... ¿qué?

Lo siento

Siento sentir que lo siento. Lo siento por lo que siento, y siento lo que siento como nunca he sentido. Siento que lo que siento es con sentido, que siento esto porque lo siento. Siento en el alma que siento lo que siento, mientras se me escapa entre los dedos todo esto que siento. Lo que siento es lo que siento, y lo siento si no siento nada más, porque si siento esto es porque siento que te siento. Te siento dentro, muy dentro, dentro de lo que siento. Por eso te siento, y siento lo que siento.

Siento que sientes que te siento, y también siento que me sientes. Siento que sientes que te siento tan sólo por sentir, pero no es así, te siento porque te siento. No te siento porque lo siento, ni tampoco lo siento porque te siento. Te siento porque te siento. Siento que te siento, distinta al sentimiento de la primera vez que te sentí. De verdad que lo siento, pero no puedo evitar sentirme así. Siento no poder decirte lo mucho que te siento, pero siento que sientes que te siento, pues mis sentimientos se sienten, te sienten y los siento.

Lo siento pero… Te siento.

Mi musa

¿Crees en la inspiración? Yo creo en ella, tengo fe. Sin embargo, no estoy esclavizado a ella, porque en el fondo sé la verdad. Sé que a veces puedo prescindir de ella, a veces necesito estar sólo, yo y mis pensamientos.

En realidad, pocas veces logro estar solo, porque en cuanto me descuido apareces y te conviertes en mi inspiración. Me divierto cuando juegas conmigo, intentando esconderme de ti y regocijándome cuando me encuentras. Siempre logras escapar del laberinto y acabas abrazada a mí, aunque no te toque. Te imagino, tu piel contra mi piel, tan suave, tan dulce… ¿Lo ves? Ya me has vuelto a encontrar y vuelvo a pensar en ti. Eres mi inspiración, y siempre vuelves a mí.

Y es que las cosas más bellas no siempre nacen de la inspiración. Tú, por ejemplo, apareciste un día y, qué casualidad, al igual que mi inspiración, sin esperarte y sin avisar, y ahí te quedaste, colgada de mis pensamientos.

Nocturna

¿Sabéis de ese miedo inconsciente, de ese aliento en la nuca en las noches oscuras y sin luna, mientras camináis apresuradamente por las callejuelas empedradas de la ciudad, escapando de un perseguidor invisible? Amigos, si sabéis de qué os hablo, sabed que aquella noche sentí algo aún peor que todo eso, pues al fin y al cabo, siempre llegaréis a casa con el corazón palpitante y peleando en silencio con vosotros mismos por temer a algo que no existe… O eso pensaba hasta entonces.

El susurro del aire rozando con las esquinas afiladas de las casas gritaba mi nombre, y callando con él venía la muerte. Un recodo tas otro, me hallaba intentando llegar hasta mi confortable hogar, un laberinto se me asemejaba el camino que día tras día había recorrido sin temor alguno… Hasta aquella noche. Las lúgubres paredes se reían de mí, impasibles ante la petición febril de ayuda que emanaban mis ojos, buscando refugio, algún lugar conocido, alguna taberna en la que esconderme de algo que sentía, no vivo sino muerto, a mi espalda. El silencio me gritaba que huyese, creedme si os digo que no había sentido tal opresión en mi pecho de tan callada que estaba la noche.

De pronto un ruido a mi espalda. ¡Sí! Lo había escuchado, y parecía una risa burlona… Era cierto, ¿o eran imaginaciones, paranoias provocadas por la adrenalina y la oscuridad? Me giré, deseando no encontrar nada a mi espalda, aunque esperando ver algún demonio, esos seres que nos asaltan desde las leyendas, los cuentos que escuchan los niños para que se vayan a dormir temprano. Esperad, creo que vi algo, una sombra que se deslizaba entre las sombras, más negra que la propia noche, pero… No, me negué a creerlo y volví a mirar al frente, dispuesto a seguir mi camino.

¡Ahí estaba! Era… ¿Una dama vestida de luto? El traje victoriano, con el pequeño sombrero y el velo negro cubriendo sus facciones, blancas entre la oscuridad en la que iba envuelta. No os puedo negar que me sobresalté, una dama a esas horas de la noche, paseando por aquel lugar y con su recatado atuendo. Sin duda una situación extraña.

–Bu, buenas… Buenas noches, madame.

Incluso con la sobredosis de adrenalina no había perdido mis modales, la saludé con una inclinación y retirando mi sombrero, aunque sin apartar mis ojos del brillo que adivinaba detrás del velo. Me incorporé de nuevo esperando algún signo de haber visto u oído mi saludo, pero sólo obtuve por respuesta el callado silencio proveniende de ella. De pronto y sin previo aviso se quitó el pequeño sombrero que sostenía el velo y pude contemplar sus bellas facciones. Pelo liso, negro, peinado con esmero y recogido con delicadeza. Unos ojos grandes, negros, lindos como piedras de obsidiana incrustadas en blanco e impoluto mármol. Sus labios, carnosos, sensuales, se adivinaban suaves, como su piel, bruñida por un artesano experimentado que siente pasión por su obra.

Toda ella era preciosa, no os mentiré, y sentí cómo mi corazón palpitaba agitadamente en mi pecho, intentando escapar de la prisión de mi cuerpo. Era una estrella caída del cielo que iluminaba aquella oscura noche…

–Buenas noches, monsieur. ¿Os encontráis bien? Tenéis mala cara…

–Sí, sí… Disculpadme, no era mi intención asustaros –dije mientras intentaba recuperar el aliento. Sin darme cuenta había dejado de respirar al ver su rostro debido a la impresión de ver a un ángel tan bello en aquel lugar.

Me tambaleé hasta la pared que tenía a mi derecha, intentando encontrar apoyo, pues me sentía mareado y débil. Ella se acercó corriendo hasta mí, supuse que para prestarme ayuda, y fue entonces cuando me asaltó aquel frío. Sentí cómo la vida se me escapaba y la muerte se iba apoderando de mi corazón. ¿Qué me estaba ocurriendo? En la ensoñación en la que me encontraba, luchando por mantenerme consciente y lúcido, vi cómo aquella dama estaba sobre mi cuerpo… ¡Me mordía el cuello! El horrible sonido de la sangre bajando por su garganta con cada sorbo acallaba mi intento de gritar ¿Una vampira, y tan bella? Vaya sino el mío, morir bajo los colmillos de una mujer preciosa… Al menos la muerte no tenía la faz de la calavera que siempre me había imaginado.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no tenía fuerzas para mantener mis ojos abiertos, así que me sumí en un sueño, un torbellino que me engullía y me llevaba a las negras profundidades del mundo de los muertos, acompañado por ánimas en pena implorando perdón. Caí durante lo que me pareció una eternidad, hasta que abrí los ojos de nuevo. La luz me cegó, me quemó por dentro y tuve que volver a cerrarlos. Cada parte de mi ser pedía clemencia, el dolor era insoportable y no me permitía moverme, hasta que poco a poco se fue disipando y pude recuperar el control sobre mi cuerpo.

Poco a poco intenté volver a abrir los ojos, y esta vez comprobé que la claridad que antes me había herido no era sino el fulgor de unas brasas en una chimenea que tenía a mi izquierda, más allá de las cortinas de seda roja que envolvían la cama de satén negro en la que me encontraba. Cuando miré hacia mi derecha… Un cuerpo blanco, inmaculado, cubierto por las negras sábanas. Un cuerpo de mujer, de una mujer que me resultaba familiar… Conocía aquel pelo liso y lustroso, aquellos ojos grandes y brillantes, aquellos labios sugerentes, aquella piel tersa y delicada… La reconocí en aquel instante, y lejos de huir despavorido, me acerqué y la besé con infinita pasión. Lo comprendí en un instante y no temí lo que había sucedido.

Ella había sido mi muerte y la amé.