Muerte a la carta

Hay personas que quiere dejar de vivir a voluntad, que quiere dejar este mundo quizás en busca de otro mejor. No quiero entrar en debates sobre si existe o no un más allá, es una tontería luchar contra la fe.

Sea Monsters:  Dying Lovers on the Beach

La cuestión es, ¿qué hacer cuando te piden consejo para morir? Sé cómo hacerlo, pero es que no hay ninguna forma de morir que sea agradable.

La canción maldita

Tanta bobería con la jodida canción que hasta han hecho una película sobre el tema. Encima en esta página puedes ver distintas letras, esto ya es enfermizo. Pues ala, para que se joda todo el mundo ahora la tengo de tono de llamada, y pongo a Dios por testigo que antes se suicida el resto del mundo que yo. Y ojalá pudiese ponerla como tono de espera de llamada, esa cancioncita que suena mientras alguien te llama y espera a que cogas el teléfono. ¡A ver quién tendría los cojones de llamarme!

Ahora mismo la tengo puesta a toda leche en la minicadena, me he asomado a la ventana, pero no veo a ningún vecino con intenciones de hacer salto base sin paracaídas. ¡Joder, esta canción maldita es una estafa!

Aprende a suicidarte (y V)

Otra entrega más de la serie de suicidios. No sé hasta cuándo durará, pero mientras tanto seguiré con las historias que me enganchan mientras las escribo. Creo que el escritor es el que más disfruta de sus textos, no los lectores.

blueAllí estaba en aquella sala anodina del Hospital, rodeado de aparatos con pitidos intermitentes y con su hija conectada a un respirador artificial. ¿Por qué se había querido suicidar? No podía evitar sentirse culpable por todo aquello, por lo que había pasado hacía tantos años y le había costado su relación con su hija. Fue ella la que le prohibió ponerse en contacto, no quería saber nada de su padre y no la culpaba.

Pero no quería seguir nadando en las frías aguas del pasado, ahora estaba allí con ella, agarrándole fuertemente la mano con la esperanza inconsciente de hacerla despertar con aquel estímulo. Pero sabía que no iba a ser así, los milagros sólo aparecen ante la ignorancia y él sabía tanto del cerebro humano que no había lugar a dudas. Las pastillas le habían causado un daño irreversible, tanto que hasta el tronco cerebral había quedado dañado, de ahí que necesitase de una máquina para poder respirar.

Se quedó mirando el goteo del suero pensando, recordando, torturándose. Aquella iba a ser su forma de alimentación a partir de ahora, el tubo que tenía dentro de la boca iba a ser sustituido por una traqueostomía, su bello cuerpo se iría demacrando día tras día, incluso con los cambios posturales y la fisioterapia, y nunca despertaría de aquel sueño. En realidad prefería pensar que era un sueño que nunca iba a acabar, porque si despertaba algún día sabía que no volvería a ser su hija, sería un alma atrapada en un recipiente.

Se había quedado en estado vegetativo, desconectada completamente de su parte consciente, controlada por el sistema autónomo del cuerpo, e incluso éste ya estaba fallando porque necesitaba de un respirador artificial. Sabía cuál era el futuro que le esperaba a su pequeña, estar conectada permanentemente a aquella máquina que la mantenía con vida.

¿Vida? Aquello no se podía considerar vida, abandonada a funciones primitivas sin poder controlar su propio cuerpo, sin conciencia alguna de lo que le estaba sucediendo. Se maldijo a sí mismo por aquel pensamiento, no podía soportar la verdad que le mostraba el conocimiento y entonces comprendió que la ignorancia es un don que permite a aquellos que lo han perdido todo conservar su bien más preciado: la esperanza. Él era rico y famoso en el mundo médico como un eminente neurólogo, no podía negar que tenía todo lo que quería, pero carecía de esperanza.

Sabía que su hija no sufría, ya no sentía dolor alguno debido a la sedación que le habían administrado y al daño neurológico que se había infligido, pero sabía que sufriría a través de él. Tomó la decisión y fue a hablar con el médico que estaba a cargo de su hija dispuesto a suplicarle. Se acercó a él y le dijo las palabras que todo médico teme oír por las connotaciones que suponía. Su reacción era previsible, no todos los días alguien pide la muerte para su hija.

Aprende a suicidarte (y IV)

Continuamos con la serie de historias sobre el suicidio.

Miraba aquella noticia en el periódico con una mezcla de curiosidad y aprensión. Al parecer la policía forense no se explicaba el por qué de la bombona. La autopsia había revelado que la causa de la muerte fue la fractura cervical y la asfixia por la cuerda que se había atado al cuello. No había tenido tiempo de intoxicarse con el gas butano y la deflagración le había provocado daños postmortem. De no haber sido por el gas no había saltado por los aires la puerta matando en el acto a aquella adolescente. Dobló el periódico a la mitad y comenzó a andar hacia el cuarto de baño.

Cuántas cosas había dejado pendientes, cuánto por experimentar y conocer, una lástima. Sin embargo, ella no tenía nada que la atase a aquella vida, no tenía hijos ni deudas y hacía muchos años que se había marchado de su casa. Desde entonces no había vuelto a hablar con su padre, y sabía que seguía vivo por los artículos que escribía en la revista. No quería volver a recordar aquel día, cuando lo encontró en casa con otra mujer en la cama que fue de su madre, muerta hacía dos años. Había mancillado su memoria acostándose con aquella furcia y ella jamás se lo perdonaría.

Estaba sola en el mundo, no tenía ningún amigo y muy pocos conocidos, y este sentimiento de soledad sólo conseguía reafirmar su decisión. No tenía trabajo, la herencia de su madre la mantenía en una vida de semilujo, y pasaba sus días ejercitándose en el gimnasio y cuidando su esbelta figura sólo como pasatiempo. Se miró en el espejo y éste le devolvió la imagen de una mujer muy bella pero de mirada triste y melancólica. Sabía que no había ninguna mujer de treinta años con un cuerpo tan perfecto, lo que conseguía que cualquier hombre o mujer se pusiese a sus pies. Sin embargo, esta posición de poder sobre los demás tan sólo acrecentaba el desprecio que sentía por su vida vacía y sin rumbo.

Comenzó a desnudarse pero de pronto se detuvo, no quería que los que llegasen a buscarla disfrutaran gratuitamente su cuerpo, así que se metió en la bañera llena de agua caliente con el tanga y el sujetador aún puestos. Cogió el bote de las pastillas y se tomó un puñado acompañado de un martini que estaba demasiado caliente para su gusto. Cerró los ojos y dejó que el sueño la embargase.

Aprende a suicidarte (y III)

Este relato está basado en hechos reales, un suceso ocurrido hace ya bastantes años.

garajeMientras tanto, en el otro lado de La Laguna, un hombre ya cansado de vivir y aguantar a su mujer, a sus hijos y su trabajo decide suicidarse en el garaje de su casa. Lo tiene todo preparado: una cuerda atada a la viga del techo con el nudo listo, una silla colocada debajo para poder subirse en ella, una bombona de butano [C3H6] de 14 litros con la boca trucada para que expulse rápidamente el gas y el coche aparcado en la calle para tener espacio.

De pronto se escucha una explosión, como si un obús hubiese caído del cielo silenciosamente y hubiese explotado a traición. Confusión, miedo, incertidumbre. «¿Habrá sido Bush que ha comenzado la guerra contra nosotros?» piensa la señora que vive en la casa de al lado mientras comprueba que la pared de su casa se ha resquebrajado por dentro, está llena de grietas. «¿Qué demonios ha pasado en la casa del vecino?«

Cuando sale a la calle se encuentra una escena de lo más extraña porque la puerta del garaje, con la pintura chamuscada, está en la otra acera con los hierros retorcidos. Se asoma para poder escrutar el interior del garaje y su mirada pasa de la bombona reventada a la pared ennegrecida, luego se fija en un trozo de cuerda humeante que cuelga del techo con el extremo deshilachado, luego a la pared que comparte su casa con la del vecino y observa que hay una forma blanca y alargada impresa contra el fondo negro, pero nada de esto la podía haber precavido sobre lo que yace en el suelo…

Un grito desaforado resuena en el interior del garaje, y comienza a andar hacia atrás presa de un ataque de nervios, tembando desde la cabeza a los pies. Allí está el hombre pero no es él, su piel parece madera chamuscada y por las grietas supura su propia grasa. Parece que está desnudo, pero simplemente su piel se ha pegado a sus ropas y forman un único envoltorio. Y algo le rodea el cuello y cae sobre su pecho, seguramente el otro extremo de la cuerda.

Las ideas se le agolpan en la cabeza e intentan salir pero no pueden. Quiere correr pero parece que todo va a cámara lenta, quiere huir de aquel sitio. De pronto se tropieza y cae sobre la puerta del garaje, aún no se ha dado cuenta que continúa gritando hasta que poco a poco comienza a oír su propia voz a lo lejos. Se intenta levantar pero sus piernas no la pueden sostener y cae sobre el asfalto, sobre un charco de aceite de motor. Quiere dejar de mirar a lo que una vez fue su vecino pero sus ojos se niegan a responder, sus pupilas están clavadas en él.

Al fin consigue llevarse las manos a la cara y puede descansar de la espantosa visión cubriéndose los ojos con las manos sucias de aceite. Tiene que llamar al 112, a la Policía, a quien sea, pero lo tiene que hacer cuanto antes. No quiere volver a mirar allí, así que le da la espalda a la dantesca escena, abre los ojos y entonces comprueba que no era aceite.

Debajo de la puerta de hierro se asoma una mano, con un anillo en el dedo anular que le resulta tan familiar que comienza de nuevo a gritar. Ahí está su hija mayor.

Aprende a suicidarte (y II)

A partir del suceso del otro día he decidido crear una mini-serie de varios capítulos sobre el tema del suicidio. «Vaya tema más macabro te has buscado» pensarán algunos, pero creo que no hay que omitir lo que es realidad, sería un ejercicio de hipocresía.

¿Dónde coño está la bala? Seguro que todo el mundo que haya leído la historia se estará preguntando eso, y los médicos de Urgencias del Hospital también se lo preguntaron. Cuando examinaron la herida se dieron cuenta que no había orificicio de entrada ni de salida, simplemente la bala pasó tangencialmente transversalmente por debajo de la mandíbula rajando la piel y la carne como un bisturí con la hoja caliente y sin afilar, dejando como resultado una herida con una forma feísima y unos bordes irregulares y quemados. El músculo geniohioideo [el encargado de abrir la boca] estaba inservible y el resto de músculos estaban bastante afectados.

Ningún médico, en los años de preparación para la carrera, había visto algo tan horrendo. Las prácticas con cadáveres, el pestazo a formol [formaldehído, aldehído fórmico + alcohol metílico], no tenían nada que ver con esto. Aquel hombre estaba vivo y tenía el cuello abierto. Aquello era tarea para el cirujano, a ver qué podía hacer con él. No sé cómo habrá quedado después de la operación, pero tengo constancia de que está en la UVI, monitorizado y atado a la cama para evitar nuevas tentativas de autolisis [suicicio en argot médico].

Ahora que lo pienso, no sé si en España está penado el intento de suicidio con algún tipo de sanción… Bueno, a todas estas, ¿encontraron la bala o no? Pues sí, los policías que se presentaron en la casa del sujeto encontraron un charco de sangre en el suelo, un cuadro con un poster agujereado de la Virgen de Candelaria y un projectil incrustado en la pared.