Virtualidad real

Una historia que se me ocurrió así de pronto y como hace tiempo que no escribo nada creativo pues tenía que aprovechar el tirón.

FantasyOcadia y Halbort al fin veían consumados sus más fervorosos deseos y yacían exhaustos en el lecho de sábanas rojas. Hablaban calladamente mirándose a los ojos en silencio, disfrutando de la merecida paz después de haber derrotado al malvado Arcipreste que había asesinado al rey y se había proclamado señor del reino. Ahora eran ellos dos reina y rey legítimos después de la suntuosa boda cuyas celebraciones durarían una semana.Todavía no podían creer que la paz hubiese vuelto al reino, y a tenor de los acontecimientos iba a durar muchos años.

Al fin, vencidos por el cansancio se abandonaron al reino de los sueños abrazados el uno al otro. Después de mucho tiempo Halbort lograba conciliar un sueño pacífico sin funestas visiones de asesinatos y destrucción pero algo en él se agitó intranquilo, haciéndole sentir un gran vacío como ya había sentido anteriormente, durante el reinado del Arcipreste.

Se despertó bañado en sudor y descubrió que su esposa no se encontraba a su lado. Nervioso la buscó en todos los rincones de los aposentos reales hasta que encontró en la balconada una nota sujeta a la madera con una flecha de plumas negras. Arrancó la nota con una mezcla de ira y temor sólo para comprobar su terrible corazonada: su esposa había sido raptada por Rahs-a-gul, lugarteniente del Arcipreste.

En alquel momento un desgarrador grito despertó a todo el palacio y procedía de los aposentos reales…

[…]

Eran las diez de la mañana mientras sonaba el tono de llamada en el auricular del teléfono hasta que alguien respondió al otro lado de la línea.

-¿Sí? ¿Quién es?

-Buenos días Frank, ¿qué tal está tu secretaria Cindy?

-¿Josh? ¿Hola tío, cómo está mi guionista favorito?

-Bien, bien, no me quejo…

-¡El videojuego está siendo un bombazo, hace una semana que lo sacamos al mercado y ya está batiendo todos los récords!

-Ya, ya, estoy al corriente y mi cuenta bancaria también. Oye, tengo una idea para la segunda parte de «El destino de Ocadia»…

Complejo de autosuficiencia

– … y es por eso por lo que nadie te quiere…

Ella giró su cara ocultando las lágrimas que brotaban de sus ojos, espejos de su alma dolida por mis palabras. Y es que no hay peor ofensa que la verdad misma, porque cada palabra se clava dentro con la fuerza de la certeza de lo innegable. Secas ya sus lágrimas me volvió a mirar a los ojos para increparme por cada letra de cada palabra dicha.

– No culpes al espejo por el reflejo que ves en él -le dije.

Y allí la dejé, silenciosa, rencorosa, dolida y odiándome, tal vez hasta la eternidad.

Nocturna

¿Sabéis de ese miedo inconsciente, de ese aliento en la nuca en las noches oscuras y sin luna, mientras camináis apresuradamente por las callejuelas empedradas de la ciudad, escapando de un perseguidor invisible? Amigos, si sabéis de qué os hablo, sabed que aquella noche sentí algo aún peor que todo eso, pues al fin y al cabo, siempre llegaréis a casa con el corazón palpitante y peleando en silencio con vosotros mismos por temer a algo que no existe… O eso pensaba hasta entonces.

El susurro del aire rozando con las esquinas afiladas de las casas gritaba mi nombre, y callando con él venía la muerte. Un recodo tas otro, me hallaba intentando llegar hasta mi confortable hogar, un laberinto se me asemejaba el camino que día tras día había recorrido sin temor alguno… Hasta aquella noche. Las lúgubres paredes se reían de mí, impasibles ante la petición febril de ayuda que emanaban mis ojos, buscando refugio, algún lugar conocido, alguna taberna en la que esconderme de algo que sentía, no vivo sino muerto, a mi espalda. El silencio me gritaba que huyese, creedme si os digo que no había sentido tal opresión en mi pecho de tan callada que estaba la noche.

De pronto un ruido a mi espalda. ¡Sí! Lo había escuchado, y parecía una risa burlona… Era cierto, ¿o eran imaginaciones, paranoias provocadas por la adrenalina y la oscuridad? Me giré, deseando no encontrar nada a mi espalda, aunque esperando ver algún demonio, esos seres que nos asaltan desde las leyendas, los cuentos que escuchan los niños para que se vayan a dormir temprano. Esperad, creo que vi algo, una sombra que se deslizaba entre las sombras, más negra que la propia noche, pero… No, me negué a creerlo y volví a mirar al frente, dispuesto a seguir mi camino.

¡Ahí estaba! Era… ¿Una dama vestida de luto? El traje victoriano, con el pequeño sombrero y el velo negro cubriendo sus facciones, blancas entre la oscuridad en la que iba envuelta. No os puedo negar que me sobresalté, una dama a esas horas de la noche, paseando por aquel lugar y con su recatado atuendo. Sin duda una situación extraña.

–Bu, buenas… Buenas noches, madame.

Incluso con la sobredosis de adrenalina no había perdido mis modales, la saludé con una inclinación y retirando mi sombrero, aunque sin apartar mis ojos del brillo que adivinaba detrás del velo. Me incorporé de nuevo esperando algún signo de haber visto u oído mi saludo, pero sólo obtuve por respuesta el callado silencio proveniende de ella. De pronto y sin previo aviso se quitó el pequeño sombrero que sostenía el velo y pude contemplar sus bellas facciones. Pelo liso, negro, peinado con esmero y recogido con delicadeza. Unos ojos grandes, negros, lindos como piedras de obsidiana incrustadas en blanco e impoluto mármol. Sus labios, carnosos, sensuales, se adivinaban suaves, como su piel, bruñida por un artesano experimentado que siente pasión por su obra.

Toda ella era preciosa, no os mentiré, y sentí cómo mi corazón palpitaba agitadamente en mi pecho, intentando escapar de la prisión de mi cuerpo. Era una estrella caída del cielo que iluminaba aquella oscura noche…

–Buenas noches, monsieur. ¿Os encontráis bien? Tenéis mala cara…

–Sí, sí… Disculpadme, no era mi intención asustaros –dije mientras intentaba recuperar el aliento. Sin darme cuenta había dejado de respirar al ver su rostro debido a la impresión de ver a un ángel tan bello en aquel lugar.

Me tambaleé hasta la pared que tenía a mi derecha, intentando encontrar apoyo, pues me sentía mareado y débil. Ella se acercó corriendo hasta mí, supuse que para prestarme ayuda, y fue entonces cuando me asaltó aquel frío. Sentí cómo la vida se me escapaba y la muerte se iba apoderando de mi corazón. ¿Qué me estaba ocurriendo? En la ensoñación en la que me encontraba, luchando por mantenerme consciente y lúcido, vi cómo aquella dama estaba sobre mi cuerpo… ¡Me mordía el cuello! El horrible sonido de la sangre bajando por su garganta con cada sorbo acallaba mi intento de gritar ¿Una vampira, y tan bella? Vaya sino el mío, morir bajo los colmillos de una mujer preciosa… Al menos la muerte no tenía la faz de la calavera que siempre me había imaginado.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no tenía fuerzas para mantener mis ojos abiertos, así que me sumí en un sueño, un torbellino que me engullía y me llevaba a las negras profundidades del mundo de los muertos, acompañado por ánimas en pena implorando perdón. Caí durante lo que me pareció una eternidad, hasta que abrí los ojos de nuevo. La luz me cegó, me quemó por dentro y tuve que volver a cerrarlos. Cada parte de mi ser pedía clemencia, el dolor era insoportable y no me permitía moverme, hasta que poco a poco se fue disipando y pude recuperar el control sobre mi cuerpo.

Poco a poco intenté volver a abrir los ojos, y esta vez comprobé que la claridad que antes me había herido no era sino el fulgor de unas brasas en una chimenea que tenía a mi izquierda, más allá de las cortinas de seda roja que envolvían la cama de satén negro en la que me encontraba. Cuando miré hacia mi derecha… Un cuerpo blanco, inmaculado, cubierto por las negras sábanas. Un cuerpo de mujer, de una mujer que me resultaba familiar… Conocía aquel pelo liso y lustroso, aquellos ojos grandes y brillantes, aquellos labios sugerentes, aquella piel tersa y delicada… La reconocí en aquel instante, y lejos de huir despavorido, me acerqué y la besé con infinita pasión. Lo comprendí en un instante y no temí lo que había sucedido.

Ella había sido mi muerte y la amé.

Indiano Jones

Indiano se encontraba en una situación peligrosa. A su izquierda se habría un abismo cubierto de brumas en el que apenas se escuchaba el río que lo había excavado durante eones. A su derecha estaba el iracundo jefe de la tribu, N’gada Butu, junto con los hombres del poblado portando lanzas y con porte asesino. Indiano había robado el mayor tesoro de la tribu, el tesoro prohibido, el tesoro que no se podía nombrar bajo pena de muerte… La virginidad de la hija del jefe N’gada Butu.

Indiano, recordando las enseñanzas del sabio Cho Juan en su cueva de Taganana decidió saltar hacia el vacío. Cuál fue la cara de los hombres cuando, esperando escuchar el ruido del valiente explorador al espachurrarse contra el fondo del barranco, oyeron una estruendosa carcajada.

El barranco no era sino una ladera empinada de no más de cuatro metros de altura, el río era un arroyo que apenas cubría hasta las rodillas y los vapores eran resultado de los vertidos de agua caliente procedentes de una central nuclear a poca distancia del poblado. Cuando se dieron cuenta del engaño, Indiano ya estaba lejos, comiéndose un pedazo de la pelota de gofio amasado que siempre llevaba como provisión de emergencia.

¿Cuáles habían sido las palabras de Cho Juan? Sólo Indiano las conocía y jamás hablaba de eso.

Relato corto

No sé, acabo de llegar de prácticas y tengo ganas de escribir un relato corto sobre el que estuve pensando al mediodía antes de marcharme. El título es improvisado pero bueno, se hace lo que se puede.

La máquina de los sentimientos

La primera y última vez que lo vi estaba postrado sobre aquella superficie metálica. No se movía, pero sabía que estaba vivo, sin duda que no podía estar muerto. Cuando lo tomé entre mis manos estaba frío, pálido, y yo lo miraba con una fascinación tal que a duras penas lograron persuadirme para separarme de él –«Perdone, es la hora. Todo está preparado».

Cuidadosamente lo coloqué en aquel lecho caliente, y estoy seguro que si hubiese podido hablar me hubiese confirmado que allí se encontraba mucho mejor. Le conecté como mejor pude aquellos pequeños tubos por los que circularía el líquido tibio. Los comprobé sistemáticamente uno a uno, no quería que por algún error mío algo saliese mal –«Todo correcto, sigamos por favor».

Me vi obligado a colocar a cada lado de su pequeño cuerpo dos pequeñas placas metálicas para obligarle a moverse. Sé que fue cruel por mi parte, pero era necesario por su bien que se revolviese de aquella manera intentando separarse de aquel tacto tan frío y molesto. Cuando comprobé que el líquido fluía al fin por aquellos conductillos me regocijé al comprobar que todo marchaba bien, aunque temía que con tanto pataleo nervioso acabase por soltarlos de su lugar, pero no fue así. Sé que entonces él comprendió que así debía ser todo, no había otra manera –«Muy bien, limpia por aquí».

Sabía que este momento tenía que llegar, la inevitable despedida, y él al instante lo comprendió y lo asumió. Lo arropé dulcemente en aquel calor, y cerré aquel lugar con barrotes de acero. La puerta se cerró y él quedó allí, con aquel pataleo que sabía no iba a cesar hasta dentro de mucho tiempo. Luego, la recompensa del trabajo bien realizado –«El transplante ha sido un éxito, doctor».

Sin duda, aquél era un buen corazón.