Otra vez me tocó viajar de nuevo, esta vez a El Hierro, concretamente a El Pinar. Lo curioso del partido no fueron las diez o más ocasiones que tuvieron los jugadores de mi equipo para marcar en la portería contraria sino la casualidad que los dos árbitros de línea eran de la isla y [para más inri] uno era padre de uno de los jugadores contrarios. Los fuera de juego aparecían de la nada, cortando jugadas de peligro… Cuando mi paciencia [y la del entrenador] llegó a un límite tuve que levantarme del banquillo y gritar al línea de la banda contraria lo cabrón e imparcial que era. Se ve que nuestra queja llegó a oídos del árbitro así que se acercó hasta el banquillo para amonestarnos al entrenador y a mí.
Al final se perdió el partido por dos goles a cero, con mal sabor de boca tanto por la tierra del campo como por haber desaprovechado tantas ocasiones. El balance de heridos fue [L] con una brecha sangrante en la cabeza, nada más y nada menos.