Sentir el color de tus ojos es mi intención porque los dos queremos esa mirada en el alma. Quizás ahora entiendo que hace falta cierta distancia para poder enfocar claramente la situación. Las cosas parecen mucho mejor cuando soy parte de la piel que envuelve tu ropa. Como el aroma que queda en las sábanas, nos regala ilusiones de cercanía en la lejanía. Recordando caricias y sueños más dulces, con suspiros húmedos y sonidos tibios, esas visiones que no dejan dormir la mente, que calientan hasta quemar la carne y el alma. Aún descubrimos sorpresas nuevas, cuando nos arrullamos muy cerca, tan cerca. Cuando cantamos alguna canción suavemente o agarramos nuestros cuerpos con fuerza. Tenía un misterio que no podía ser resuelto, tenía una historia que no terminaba de ser contada. Tenía un rompecabezas con algunas piezas perdidas, y eres tú el engranaje que no sabía que me faltaba.
Todo lo que nunca hice
Nunca vi amanecer hasta que pasé despierto una noche a tu lado Nunca vi la luz del sol hasta que apagaste las luces de la habitación Nunca vi mi hogar hasta que estuve demasiado tiempo lejos Nunca sentí un latido hasta que escuché tu corazón Nunca vi el mar hasta que me mudé tierra adentro Nunca vi la luz de la luna hasta que brilló sobre tu piel Nunca vi tus lágrimas hasta que rodaron sobre mi mejilla Nunca olí tu pelo hasta que el perfume de tu cuerpo se fue Nunca medí las distancias hasta que nos separó un cristal Nunca vi las fronteras del mapa hasta que viajé en aquel tren Nunca dije "te quiero" hasta que no pude susurrar a tu pecho Nunca supe que me fui de tu lado hasta que te necesité
El camino
Y te duele cuando llevas tanto tiempo caminando, pero sabes que llegarás a la meta y podrás descansar. Y al día siguiente de nuevo te levantas temprano, con la ilusión de llegar hasta la próxima parada, con el frío de la mañana, y el viento con la lluvia que parece que corta tus manos y tu cara. Pero estás caminando, hacia delante, y aunque a veces sea una inercia la que te mueve, sabes que es la dirección correcta.
El camino es superación.
Porque te duelen los hombros de cargar tus pesares, te duele la espalda de idas y venidas, te duelen las piernas de subidas y bajadas, o te duelen los pies de las piedras que encuentras. Porque a veces no tienes ganas, y quieres dejarlo. Pero no puedes abandonar, porque estás en medio de la nada y lo único que puedes hacer es seguir moviéndote. Porque quieres llegar, sea donde sea, pero un poco más allá, un poco más lejos, o un poco más cerca.
El camino es la compañía.
Y alguien te pone una mano en el hombro. Porque en el camino tienes a alguien, a quien sigues o te sigue, delante, detrás o a tu lado. Pero tú la has elegido, y ella te ha elegido a ti. Tu bastón es esa persona, y para esa persona tú eres su bastón. Y te pide perdón por ir tan despacio, y otras veces te jalea para que tú andes más rápido, y otras veces os sentáis al margen a ver pasar el tiempo al calor de un café con leche y un bocadillo de tortilla. Juntos el camino es distinto y no querrías hacerlo con nadie más.
Porque el andar no es sólo la distancia, o el tiempo, o la sucesión de flechas amarillas que marcan el recorrido. Porque no es sólo la tierra y el barro que pisas, o el paisaje verde ondulante, o el cielo gris que amenaza con descargar su ira. También lo son el resto de momentos que transcurren entre etapas, los descansos, las duchas, las comidas, los ruidos y los ronquidos que no te dejan dormir.
El camino son muchas cosas que no se pueden explicar. Y da igual cómo consigas llegar al final porque, si no lo has disfrutado, tu camino ha sido en vano.
El camino es la vida. La vida es el camino. Y ambos hay que vivirlos.
Pensamiento del día
La distancia permite ver la imagen general pero no viene muy bien para poder distinguir los detalles.
Con el tiempo aprendes que detrás de una pérdida hay muchas ganancias y, a veces, compensan mucho más que mantener aquello que perdiste.
Si aceptas que sentirte mal es algo normal y natural, que es un proceso que todos debemos pasar tarde o temprano, te será mucho más fácil y más rápido volver a sentirte bien.
Conversaciones con Demian
Las clases de la mañana se habían transformado por completo. Ya no eran adormecedoras y aburridas. Me hacían ilusión. A veces escuchábamos los dos al pastor con la mayor atención; y una mirada de mi vecino bastaba para que me fijara en una historia curiosa, en una frase extraña, y otra mirada, muy especial, bastaba para alertarme y despertar en mí la crítica y la duda.
Pero muchas veces éramos malos alumnos y no oíamos nada de la clase. Demian era siempre muy correcto con los profesores y con los compañeros; nunca hacía tonterías de colegial, nunca se le oía reír ruidosamente o charlar, nunca provocaba las reprimendas del profesor. Sin embargo, en voz baja, y más por señas y miradas que por palabras, supo hacerme partícipe de sus propios problemas. Estos eran en parte muy curiosos.
Me dijo, por ejemplo, qué compañeros le interesaban y de qué manera les estudiaba. A algunos les conocía muy bien. Un día me dijo antes de clase:
–Cuando te haga una señal con el dedo, fulano o mengano se dará la vuelta para mirarnos o se rascará la cabeza.
Durante la clase, cuando apenas me acordaba ya de aquello, Max me hizo una señal muy ostensible con el dedo; miré rápidamente hacia el alumno señalado y le vi en efecto hacer el gesto esperado, como movido por un resorte. Yo insistí en que Max hiciera el experimento con el profesor, pero no quiso. Sin embargo, una vez llegué a clase y le conté que no había estudiado la lección y que confiaba en que el pastor no me preguntara. Entonces Demian me ayudó. El cura buscaba a un alumno para que le recitara un trozo del catecismo, y su mirada vacilante se posó sobre la expresión culpable de mi rostro. Se acercó lentamente y alargó un dedo hacia mí; ya tenía mi nombre en los labios cuando de pronto se puso inquieto y distraído, empezó a dar tirones de su alzacuello, se acercó a Demian, que le miraba fijamente a los ojos, pareció que quería preguntarle algo, y finalmente se apartó bruscamente, tosió un rato y llamó a otro alumno.
Poco a poco, en medio de aquellas bromas que tanto me divertían, me di cuenta de que mi amigo, a menudo, también jugaba conmigo. A veces, yendo al colegio, presentía de pronto que Demian me seguía y, al volverme, le encontraba efectivamente allí.
–¿Puedes conseguir, de verdad, que otro piense lo que tú quieres? –le pregunté.
Me respondió amablemente con la tranquilidad y objetividad de su madurez adulta:
–No –dijo–, eso no es posible. No tenemos una voluntad libre, aunque el párroco haga como si así fuera. Ni el otro puede pensar lo que quiere, ni yo puedo obligarle a pensar lo que quiero. Lo único que puede hacerse es observar atentamente a una persona; generalmente se puede decir luego con exactitud lo que piensa o siente y, por consiguiente, también se puede predecir lo que va a hacer inmediatamente después. Es muy sencillo; lo que ocurre es que la gente no lo sabe. Naturalmente se necesita entrenamiento. Entre las mariposas hay, por ejemplo, cierta especie nocturna en la que las hembras son menos numerosas que los machos. Las mariposas se reproducen como los demás animales: el macho fecunda a la hembra, que pone luego los huevos; si capturas una hembra de esta especie –y esto ha sido comprobado por los científicos– los machos acuden por la noche, haciendo un recorrido de varias horas de vuelo. Varias horas, ¡imagínate! Desde muchos kilómetros de distancia los machos notan la presencia de la única hembra de todo el contorno. Se ha intentado explicar el fenómeno, pero es imposible. Debe de tratarse de un sentido del olfato o algo parecido, como en los buenos perros de caza, que saben encontrar y perseguir un rastro casi imperceptible. ¿Comprendes? Ya ves, la naturaleza está llena de estas cosas, y nadie puede explicarlas. Y yo digo entonces: si entre estas mariposas las hembras fueran tan numerosas como los machos, éstos no tendrían el olfato tan fino. Lo tienen únicamente porque lo han entrenado. Si un animal o un ser humano concentra toda su atención y su voluntad en una cosa determinada, la consigue. Ese es todo el misterio. Y lo mismo ocurre con lo que tú dices. Observa bien a un hombre y sabrás de él más que él mismo.
Hermann Hesse. Demian