Siempre hay algún motivo por el que gritar con fuerza.
La madurez no es mensurable atendiendo a la edad sino a los pensamientos.
Algunas personas son tan hipócritas como para exigir conocer la verdad y luego molestarse por ella.
Las grandes revoluciones nacen a partir de pequeños acontecimientos.
Desde un principio intenta dejar claras tus intenciones y si es por escrito y por duplicado, mucho mejor; si son aceptadas luego no podrá haber lugar para reproches, al menos legalmente.
Si no hay interés recíproco, no hay nada que hacer; si es recíproco pero tiene distintas direcciones, no hay nada que hacer; si tiene la misma dirección pero distintos sentidos, no hay nada que hacer; si tiene el mismo sentido, aprovecha antes de la siguiente intersección.
Nadie puede negar que gracias a las nuevas tecnologías es muy fácil comunicarse con otra persona de manera rápida. Muy a menudo las conversaciones son diálogos escritos entre dos fotografías en una pantalla y casi nunca nos paramos a pensar en lo anodino de la situación.
Quisiera poder dejar de contemplar tu fotografía y convertirme de pronto en una cámara entre tus manos para así poder percibir tu tibia piel sobre la mía aunque estuviera hecha de duro metal e inerte plástico, y probar el agridulce sabor del sudor que regalan los poros de tu cuerpo bajo el calor del sol de verano. Deleitarme con tus ojos y la silueta de tu figura siendo yo cíclope que porta un monóculo cristalino, o percibir tu floral fragacia sin poseer nariz digna de tales perfumes secretos y afrodisíacos para luego grabar en mi olvidada memoria el timbre de tu voz que despierta en el penitente tantos anhelos. ¿Cuándo dejarás de ser una fría imagen congelada, una instantánea prisionera tras los barrotes del marco, silenciosas palabras que se suceden una tras otra en una frívola danza de letras a contratiempo? ¿Cuándo despertará al fin tu corazón del pesado tedio para convertirte en un ser de carne y hueso a mi lado?
La conversación tradicional cara a cara siempre será mejor.