Hay demasiadas cosas que intentar cada día de nuestra vida, y en el camino surgen problemas aparentemente sin solución. Muchas veces te caes y ves el suelo tan cerca, con tantos problemas de repente sobre tu espalda, que parece que no tienes fuerzas para levantarte.
Pero no puedes dejar que te retengan, no puedes dejar que te obliguen a arrastrarte por el suelo.
Cada día, en cada momento, tienes nuevas razones para reflexionar sobre esos problemas. Puedes quedarte con ellos y que te hagan llorar, o puedes obligarte a continuar, darte cuenta que en realidad están ahí para ser superados y ayudarte a mejorar.
Pero otras veces reflexionamos, no porque tengamos problemas, sino porque tenemos dudas. Y observamos, y analizamos, y recapacitamos, pero no encontramos solución. Y entonces pensamos, ¿realmente es importante? ¿Realmente vale la pena?
Es entonces cuando el valor de esa duda se hace patente y, si realmente merece ser resuelta, usaremos nuestra energía para salir del fango de la incertidumbre. Pero, si por el contrario, el rédito del esfuerzo es pírrico, simplemente haremos acopio de la fuerza cimentada en la indiferencia. Y la duda no será más que otra pregunta que se llevará el viento del tiempo y el olvido.
Cada día, en cada momento, puedes tener un punto de inflexión. Es en ese momento en el que te das cuenta que no te pueden mantener abajo, no puedes permitir que te empujen y te hagan caer, no te pueden retener y no dejarás que lo hagan.
Porque cada vez que escales una montaña o nades contra la corriente que te arrastra a las profundidades tendrás una nueva experiencia de la que aprender, y te volverás más fuerte.