No hace falta que me digas qué debería esperar de ti. Sigo aquí, igual que siempre, por mi propia voluntad. Dicen que la suerte sonríe a los que se atreven, pero no me fue muy bien eso de dejarme llevar. Tal vez lo mejor sea pasar de todo por completo y dejar de usar la memoria como motivo y razón, dejar de recordar aquel tiempo en el que tú y yo hacíamos lo que queríamos sin buscar justificación. Lo cierto es que ahora ya no podemos recuperar todo aquello que nos regalamos alguna vez. Tuvimos buenos momentos, o eso me parecía, porque ya no sé si fueron sinceros de verdad. De las tardes y noches de todos aquellos sábados cuando nos refugiábamos entre sábanas en mi cama. Refugiados del frío en la calle, en nuestros corazones, y del frío del hambre de cariño de nuestras almas. Protegía la memoria, por si acaso la olvidabas, de aquel primer sábado de finales de octubre. No la olvidaba, para que tú la recordaras, hasta que un día dejó de importar lo suficiente. Como si fuera una tradición de nuestro calendario, fue también un sábado cuando terminó aquel otoño, cuando cayó muerta la última hoja de nuestro árbol y en el jardín tan sólo quedó este áspero invierno. Ahora en perspectiva, ¿es esto lo que esperabas? Mirando atrás, ¿no te despierta ninguna emoción? Muéstrame algo de verdad, algo que sientas hoy, algo que pienses, para entender esta situación. No sé, tal vez has madurado y yo sigo igual de infantil, y esta amnesia selectiva te parece como la libertad, o simplemente eres de ese tipo que miente por hablar y nunca se atreve a decir un adiós que suponga un final.