Uno nunca sabe quién se puede convertir en un amigo, ni mucho menos cómo, cuándo, dónde o por qué.
Creer en el destino como causa de las cosas que suceden es un claro signo de estupidez.
Atendiendo a la población y a pesar del pequeño número de casos diagnosticados, el trastorno bipolar debería ser considerado como una auténtica epidemia.