Le doy gracias a tus ojos porque ellos me han enseñado que el verde es el color de la esperanza.
Le doy gracias a tus labios porque me han demostrado que aún hay un lugar en mí para la ternura.
Le doy gracias a tu piel porque me ha dado el pálido calor que le faltaba a mi alma.
Le doy gracias a tu pelo porque con sus cosquillas doradas he comprobado que aún no me he vuelto de piedra.
Le doy gracias a tu corazón y al amor que destilaba porque gracias a él sé que he vivido.
Y te pido perdón, por haberte hecho sufrir, por sentirme un egoísta que no te dio nada a cambio, por no corresponderte como debía, por ser como soy y no ser como querría, y por tantas otras cosas… Nunca seré como te quiero, pero aún estás aquí, cada vez que descansan sobre mi cuello tus eslabones de plata, cada vez que vibran las cuerdas de la guitarra y cada vez que miro a la Luna.