Los problemas que conciernen a uno mismo, es decir, los que son por causa y consecuencia internas, son a la vez los más sencillos y los más complicados de solucionar. Los más sencillos porque sólo tenemos que incidir sobre nosotros mismos, y los más complicados porque tenemos que incidir sobre nosotros mismos. He ahí el principal problema.
En ellos se encierra una dualidad que bajo un enfoque lógico daría como resultado la negación de sí mismos, pero no es así, porque estos problemas internos son tan obvios y sencillos como a la vez tan complicados que acaban por formar un ciclo casi autodestructivo. Se encuentran soluciones pero también se encuentran trabas para llegar a la consecución, y este es el círculo vicioso que nos atrapa y nos mantiene en un remolino de certezas e incertidumbres.
Ahí es cuando tenemos que echar mano de algún ancla, algo a lo que agarrarnos para no seguir arrastrados por la corriente, salir de las aguas turbulentas y observar al monstruo desde una distancia prudencial. Es la única manera de conseguir algún resultado, después de un análisis lo más objetivamente posible desde un punto de vista tan subjetivo como puede ser nuestra propia mente.
Doy fe de ello. Yo, que no tengo uno sino muchos problemas, y tengo que empezar a solucionarlos.