[…] Rodvard sintió una especie de rabia amarga: la vida carecía de alegrías. Hasta la más mínima pizca de placer había de pagarse en dolor al doscientos por cien, y sólo los que se dedicaban a destripar terrones tenían derecho a decir de sí mismos que eran honestos. Si aquello era cierto, entonces la alegría era un mal, y el propio Dios, diabólico, a pesar de lo que dijeran los curas. […]
La Estrella Azul – Fletcher Pratt