Esta tarde fui a comprar con mi hermana y mi madre y cuando pasé por la sección de frutería capté un elemento extraño en la composición, un expositor lleno de botes de nata montada azucarada. Me quedé extrañado y fue cuando miré hacia mi derecha cuando se presentó ante mí la verdad absoluta:
Las fresas sin acompañamiento son un regalo incompleto para el paladar.
Impulsivamente coloqué un bote de nata bajo mi brazo y empecé a examinar las bandejas de fresas en busca de las frutas que estuviesen en mejores condiciones de conservación y maduración. Cuando encontré el lote por excelencia, busqué con mirada febril el carro de la compra, como si aquel fuese el único lugar seguro para el preciado cargamento que portaba.
Ahora estoy disfrutando de mi tessssooroooo, intentando acordarme de cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que comí fresas con nata. Da igual, están buenísimas y eso es lo que importa.
Una respuesta a «Fresas y nata»