¿Por qué no escribo tan a menudo en el blog? Muy fácil: antes pasaba tanto tiempo en el ordenador que me daba tiempo de aburrirme, ponerme a pensar en mis cosas y rescatar alguna que otra idea medianamente interesante. Hoy en día mi trabajo en Ifara, en el C.D. Tenerife, las visitas a domicilio, las extracciones de sangre y los proyectos que hay en mente no me dejan mucho tiempo libre.
He ahí la razón de por qué paso días y días sin escribir nada. De todas maneras, nadie echará de menos mis tonterías.
El viernes me levanté un poco más tarde de lo normal porque no iba a trabajar, me iba a un curso en Las Palmas de Gran Canaria y el barco sale a las 11. El curso empezaba a las 15:30 pero no había otra opción para viajar a la isla de enfrente en otro horario más adecuado. Fui con [J] a la terminal del Puerto y estuvimos esperando hasta la hora. Mientras tando yo me entretenía preguntando a toda aquella persona con aspecto de estudiante para ver si podíamos hacer el trapiche necesario para que nos saliese el coche gratis. Al final, después de varios intentos, encontramos a un candidato que no era estudiante, pero como era menor de 26 y tenía el carnet de estudiante caducado pues lo intentamos a ver si funcionaba, y funcionó.
Primera impresión al llegar a Gran Canaria: el monumento canarión por excelencia no estaba en su sitio, sólo quedaba como testigo "el Muñón de Dios" como un recuerdo. Bromas aparte, no se puede negar que la parte de la isla que vimos es más fea que el aborto de un perenquén [toda la zona norte que se ve desde la especie de autovía esa desde Agaete hasta Las Palmas]. Lo único que me gustó es la atención que le presta el Cabildo a los surferos y bodyboarders, cosa que aquí no se ve.
Las Palmas, una ciudad que parece hecha a la prisa, con gente que va con prisa por las aceras y conductores que conducen fatal y con prisa. No sé, pero aquí no se ven esas cosas, o al menos yo no las he visto. Además, el hecho de que no haya un desnivel que te sirva de guía sobre qué está arriba y qué está abajo sólo conseguía acentuar mi sensación de malestar y de andar perdido. Un dato a tener en cuenta es que incluso los canariones que no viven en la ciudad se refieren a ella con asco, por algo será. No conozco a nadie que se avergüenze de Santa Cruz, sinceramente.
Gracias a un plano de la ciudad logramos llegar sin problemas al centro de fisioterapia donde se impartía el curso. La poca gente de la provincia de Las Palmas de Gran Canaria parecían estar obsesionados con la osteopatía. Las preguntas que le hacían a Alfons Mascaró la mayor parte de las veces no tenían que ver con el temario del curso, pero bueno. La parte teórica estaba muy bien estructurada y era muy interesante, pero era continuamente interrumpido por preguntas a cargo de un tío bastante pesado, que necesitaba la opinión de Alfons para cualquier cosa, como si quisiese corroborar que lo que decía era correcto o no sé. La parte práctica también estaba organizada y planificada, sólo que las continuas preguntas de los canariones osteópatas rompían con el hilo de la explicación.
Me tocó de pareja de una chica canariona que curiosamente era fisio y no había hecho nada de osteopatía [¡bien!] pero que en cuanto me encontró un punto gatillo en el subescapular según ella [dorsal mayor según yo] se puso a intentar hacer una técnica de Jones pero mal hecha. Vamos, que en lugar de buscar la posición de no dolor, se empeñaba en verme con la cara regañada por el dolor de la presión de su pulgar. Al ver que no surtía mucho efecto dijo que si tuviese las agujas me ponía la punción seca. Mi cara con los ojos desorbitados debía de decir mucho, pero tuve que reafirmarme diciendo que ni de coña. ¿Una aguja de acupuntura en la zona axilar, con todas las estructuras anatómicas que pasan por ahí [nervios, arterias, venas]? En fin…
Dicen que hoy es el día del orgullo friki… Pues vaya tontería. Un friki de verdad no necesita un día para autoproclamarse acérrimo a Star Trek o Dragones y Mazmorras. Un verdadero friki lo es todos los días, defendiendo su causa y aguantando las bromas de la mayoría y la envidia de otros frikis.
O de cómo comprimir una historia. El lunes fui al cine con [I] y conseguimos unos buenos asientos antes de que la sala se llenara casi por completo. Los dos ya habíamos leído el libro y fuimos comentando de vez en cuando los cambios que habían introducido en el guión con respecto al original. La sensación final fue la compresión de la historia, que no es que sea especialmente brillante, pero que entretiene.
Lo que más me llamó la atención, aparte del horrendo peinado que llevaba Tom Hanks, es que Audrey Tatou [también conocida como Amelie] hace un papel de tonta del culo. A ver cómo se explica que una criptóloga no diga nada más que tres o cuatro frases de idiota y no aporte nada a la historia, como sí lo hacía en el libro. En fin, teniendo en cuenta que el americano se agenció veinte millones de euros por una actuación de mierda y sin embargo la francesa ingresó un millón doscientos mil euros nada más…
No ha recibido muy buenas críticas y el hecho de abrir el festival de Cannes con esta película fue una cagada monumental. No sé en qué estarían pensando ni cuánto dinero tuvieron que usar para chantajear a la organización del festival, pero pretender que una película de este estilo fuera a recibir halagos por parte del público especializado era una pretensión demasiado elevada.
Lo reconozco, ese es mi problema, pero no quiero solucionarlo. A estas alturas de la película me pregunto si es un problema real, con las complicaciones derivadas de éste, o más bien es un don, una capacidad a explotar. Bien es cierto que no todos estamos preparados para conocer los sentimientos de los demás, aunque seamos tan hipócritas como para exigirles a los demás que nos cuenten cómo están o qué sienten.
La verdad nos abruma, preferimos vivir en un mar incierto de elucubraciones sobre qué piensa él o qué siente ella. Nos gusta padecer un placer masoquista generado por la duda, y también disfrutamos ocultando nuestros sentimientos a los demás, como una especie de venganza. Es una cadena de rencor, un círculo vicioso en el que no te ofrezco más que lo que tú me das, y de ahí no saldremos a no ser que uno de los dos cambie. El problema es que somos tan orgullosos que eso nunca ocurrirá.