Las horas que son y yo aquí escribiendo, más aún teniendo en cuenta que mañana a las 12 tengo partido en La Esperanza. Me estaba acordando de una discusión que tuve hace tiempo ya, no recuerdo exactamente con quién, pero sí de lo que hablamos y de lo que le dije…
Creo que somos como una bombilla, que cuando se funde deja de funcionar y ya está. Eso de la vida después de la muerte y toda la parafernalia que hay alrededor me parece que son producto del miedo que tiene el ser humano a que exista un final rotundo, a no poder vivir para siempre. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado la manera de aumentar su tiempo de vida, como todo ser vivo que busca la supervivencia, y ha inventado mitos sobre la fuente de la eterna juventud, el elixir de la vida, la piedra filosofal y muchísimos más.
La solución más fácil es prescindir de estos fetiches y creer en una existencia posterior a la propia existencia de manera que ese miedo al final puede ser más controlable. No existe el alma, tenemos conciencia de nosotros mismos simplemente porque nuestro cerebro funciona de esa manera, y cuando nuestro cerebro muere, nuestra conciencia, nuestra supuesta alma y hasta nosotros mismos morimos. La bombilla está fundida, y no podemos hacer nada por ella, no volverá a brillar jamás.
Otra historia es lo que todo el mundo busca, el sentido de la vida. ¿Tiene sentido la vida de una bacteria? ¿O la vida de una planta? ¿O la vida de un ratón o una paloma? Pues sí, las funciones básicas de todo ser vivo: nutrición, relación y reproducción. Lo que pasa es que no nos queremos asemejar a los animales o a cualquier otro ser vivo porque somos demasiado orgullosos, somos seres que disciernen y tienen funciones cognitivas superiores desarrolladas, nos creemos los reyes del cotarro, pero no es así. Somos seres vivos, mamíferos, y el sentido de nuestra vida no es distino al de otros seres vivos.