Un relato antes de acostarme para no perder la práctica.
Se escudaba en una coraza intentando defenderse del mundo exterior y en realidad no sabía que el enemigo habitaba dentro de ella. Su propia mente era la culpable, el origen de sus continuos fallos. No era especialmente guapa ni tampoco tenía un cuerpo de escándalo; más bien estaba dentro de la media y no sobresalía en absoluto. Sin embargo, tenía bastante éxito en cuanto a la seducción porque sus presas quedaban enganchabas misteriosamente sin razón aparente.
El problema residía en que ninguno le duraba lo suficiente, según ella porque todos los hombres eran una rama a extinguir de la historia de la evolución. Su conducta de ostracismo era su defensa y también la mayor causa de fracaso en sus relaciones. Igual que el Ouroboros, la serpiente que se devora su propia cola para sobrevivir, entró en un círculo de retroalimentación positiva en el que cada vez se volvía más rencorosa contra los hombres consiguiendo de esta manera recibir mayor daño por parte de ellos.
No quería cambiar, no iba a cambiar por nada ni por nadie, y es que no veía en el cambio la solución a sus problemas, o tal vez no quería ver la solución porque estaba convencida de la infalibilidad de su premisa de «todos los hombres son unos cabrones». Nunca se paró a pensar por qué siempre le pasaba lo mismo, igual que el conductor despistado que ve a todos los coches en la dirección contraria y no se le ocurre pensar que él es el que va en dirección contraria y no los demás.
Estaba condenada a ser desdichada durante el resto de su vida para, con un poco de suerte, vivir amargada por el rencor y la soledad. Sin duda estaba destinada a sufrir desengaños durante el tiempo que tardase en darse cuenta de sus propios errores y ponerles remedio, tal vez toda su vida.
Hace poco la vi paseando y por primera vez sus ojos reflejaban felicidad, algo que hacía tiempo que ansiaba. Imagino que este cambio tan notable estaba propiciado por la persona que iba a su lado, igual de feliz que ella. Parece que al final encontró el origen del fallo y tenía razón en que todos los hombres eran unos cabrones, al menos con ella. Tiempo después me enteré de que su pareja se llamaba Sandra y era unos años menor que ella.