No tengo sino unas décimas, y aprovechando la excusa febril puedo decir tres o cuatro boberías. Empezaré por ti, creo que tardé demasiado en darme cuenta que no se puede entender a una persona que no se entiende a sí misma y no sabe qué quiere, que es caprichosa patológica y se mosquea cuando no consigue lo que pide. Luego tú, que sepas que eres más feo que un aborto de perenquén, pero no te vamos a flagelar por ello, ya lo sufres tú mismo con ese careto que gastas. La pasta la puedes gastar en todos los cachibaches que quieras, pero con eso no vas a ningún sitio y, a mi parecer, no consigues sino realzar tu imagen de pringadillo comprador compulsivo. Ahora tú, dile de una vez lo que quieres de él, no lo tengas del tingo al tango suspirando por ahí por algo que dudo mucho que tú misma conozcas. Si hasta parece que te relacionas más conmigo que con él… Tú, te veo por el mismo camino que con aquella tipa, y no tengo ganas de que te vuelvas a coger la bajona. Eso no es bueno ni para el cuerpo ni para el espíritu.
Bueno, todo lo que he dicho no son más que boberías, y sé que no tengo ningún derecho a opinar sobre nadie pero [y voy a cometer una falacia] tampoco hay ningún decreto que me lo prohíba. A saber lo que dicen de mí, pero como eso a mí me importa más bien poco pues no me quita el sueño. Son las opiniones de las personas importantes las que realmente tienen algún valor, y el resto es polvo en el camino. Tú, que me estás leyendo, que no me tienes en alta estima, dímelo y así comprobamos si es un sentimiento recíproco. En serio, no hay ningún problema, porque prefiero la verdad que la falsedad.
Una última cosa: ¿por qué hay tan pocas personas que valgan la pena? Al principio muchos parecen que sí, pero luego te llevas el chasco. Hay otros que en el primer vistazo ya sabes de qué palo van. Como se suele decir, «del agua mansa líbreme Dios que de la brava me libro yo».