Hoy hemos vuelto a hablar, y no sabes lo bien que me sienta. Tengo que hablar con alguien, tengo que hablar, porque aunque no lo parezca, detrás de mi fachada silenciosa y taciturna siempre tengo conversaciones calladas dispuestas a hacerse oír. Hablamos de muchas cosas, de esto y lo otro, te hago reír y sienta muy bien tu risa sobre mi alma. ¿Qué es eso que se escucha? Ah, es mi risa, y me la has arrancado tú de la nada, sabes cómo hacerlo. Vámonos lejos, tú y yo, porque hablando hacemos el camino y cuando descansemos para tomar aire nos encontraremos en otro lugar, en el espacio que hay entre mi mente y tu ombligo.
Aconséjame, ¿qué hago? Vale, yo siempre intentando contar las cosas de la manera más correcta, con las palabras adecuadas, con las expresiones selectas, y tú siempre tan mordaz, tan vivaracha, tan loca e inquieta. Tú y yo sabemos, y lo sabes, que yo lo sé y tú también, así que para qué hablarlo. Nos picamos mutuamente, siempre lanzando puntas, pero sabes que más de una vez hemos traspasado esa barrera invisible y nos hemos llevado pequeños trofeos. ¿Por qué resulta tan difícil hacer lo que uno quiere? ¿Miedo a la reacción del otro? Ya te he dicho lo que pienso, incluso hemos imaginado el presente en el caso de que algunas variables cambiasen respecto a las actuales, así qué no hace falta complicarnos tanto.
Las formas, es verdad, siempre hay que guardarlas, o al menos intentarlo. Sabes lo que digo, la vergüenza es un atraso, es un lastre que nos impide hacer lo que queremos cuando queremos, así que por eso me la dejo olvidada en un cajón muchas veces. Un día de estos nos vamos a sorprender, ambos dos, y no sé cómo va a resultar todo. Ya se verá…
Mientras llega el momento, sigamos hablando, que nos sienta muy bien a los dos, ¿verdad?