Sigo con mi relato, con las crónicas del que anda sobre la tierra, aquí abajo en el suelo. Sí, todavía estoy aquí, viviendo en el suelo y soñando en el cielo. Dije que estaría aquí, siempre estaré aquí, para que te sea fácil encontrarme cuando quieras buscarme. Ahí arriba en el cielo todo es un bullicio, gente de un lado a otro, siempre con prisas, volando de aquí para allá, y tú bregando con todos ellos, manteniéndolos a raya, aguantando, siempre soportando las inclemencias.
Te pregunto la razón de por qué estás así, pero no me cuentas, cosas tuyas al fin y al cabo, ¿verdad? Aquí abajo en el suelo no tengo tantos problemas, pues no me pretenden. ¿Quién lo iba a hacer al fin y al cabo? Todo el mundo está ahí arriba, ajetreado, luchando por conseguir a la persona que desean. A veces pienso que no hice bien diciéndote todo lo que te dije, a saco como lo calificaste, sin tapujos como lo califico. Ya, ya sé que no eres un premio, que tú eliges con quién estar o no, pero a veces no me siento merecedor de tal privilegio. Si no te hubiese dicho lo que te dije, todas aquellas cosas, mi verborrea sentimental, ¿hubiese caído en tu regazo? Tal vez debí haber ido más despacio, ser la persona que esperan que sea, seguir las reglas impuestas por ellos. No, aquí abajo en el suelo no se puede andar con velos, con palabras tras las celosías, porque la soledad siempre acecha en cada esquina, agazapada bajo las sombras, esperando poder con tu voluntad y llevarte a su reino.
Si es que hay veces que estar solo es necesario, no se puede pensar claramente cuando tus formas seducen a mis ojos y secuestran a mi volundad… ¿Pero qué hacer cuando la soledad es tu única compañera, cuándo lo único que puedes hacer es imaginar cómo es la vida ahí arriba en el cielo? ¿Qué hacer cuando mi imaginación vuela hasta ti en los momentos de tu ausencia? No puedo escapar a ti, estoy atrapado entre las plumas de tus alas y, sinceramente, quiero quedarme ahí, mecido por tus movimientos mientras mi cuerpo descansa dormido aquí abajo en el suelo.
Aquí en el suelo hace frío, pero estar ahí en el cielo resulta más gélido aún, porque no es mi lugar y todos lo saben y me miran de soslayo, unos con odio y otros con rencor, un rencor arraigado en la envidia que sienten por no poder ser ellos los que jueguen con tus labios. No lo sé, aquí abajo en el suelo hay mucho tiempo para pensar, y a veces creo que no debí haber irrumpido en tus dominios. Ellos me consideran un problema, y no sé si te he creado algún dilema a ti.
Sabes que si la solución está en mis manos, las puedes tomar. Claro, después de todo, ¿qué puede hacer alguien que está aquí abajo en el suelo?