–Ahora estás realmente muy bien –dijo ella–; te prueba el baile. Quien no te haya visto desde hace un mes, apenas te reconocería.
–Sí –asentí–; desde hace años no me he encontrado tan perfectamente. Esto proviene todo de ti, Armanda.
–Oh, ¿no de tu hermosa María?
–No. Esa también es un regalo tuyo. Es maravilloso.
–Es la amiga que necesitabas, lobo estepario. Bonita, joven, alegre, muy inteligente en amor, y sin que puedas disponer de ella todos los días. Si no tuvieras que compartirla con otros, si no fuese para ti siempre un huésped fugitivo, no irían las cosas tan bien.
Sí; también esto tenía que concedérselo.
–Entonces, ¿tienes ahora, realmente, todo lo que necesitas?
–No, Armanda, no es así. Tengo algo muy bello y delicioso, una gran alegría, un amable consuelo. Soy verdaderamente feliz…
–Bien, entonces, ¿qué más quieres?
–Quiero más. No estoy contento con ser feliz, no he sido creado para ello, no es mi sino. Mi determinación es lo contrario.
–Entonces, ¿es ser desdichado? ¡Ah! Esto ya lo has sido con exceso antes, cuando a causa de la navaja de afeitar no podías ir a tu casa.
–No, Armanda; se trata de otra cosa. Entonces era yo muy desdichado, concedido. Pero era una desventura estúpida, estéril.
–¿Por qué?
–Porque de otro modo, no hubiese debido tener aquel miedo a la muerte, que, sin embargo, me estaba deseando. La desventura que necesito y anhelo, es otra; es de tal clase que me hiciera sufrir con afán y morir con voluptuosidad. Esa es la desventura o la felicidad que espero.
–Te comprendo. En esto somos hermanos. Pero ¿qué tienes contra la dicha que has encontrado ahora con María? ¿Por qué no estás contento?
–No tengo nada contra esta dicha, ¡oh, no!; la quiero, le estoy agradecido. Es hermosa como un día de sol en medio de una primavera lluviosa. Pero me doy cuenta de que no puede durar. También esta dicha es estéril. Satisface, pero la satisfacción no es alimento para mí. Adormece al lobo estepario, lo sacia. Pero no es felicidad para morir por ella.
–Entonces, ¿hay que morir, lobo estepario?
–¡Creo que sí! Yo estoy muy satisfecho de mi ventura, aún puedo soportarla durante una temporada. Pero cuando la dicha me deja alguna vez una hora de tiempo para estar despierto, para sentir anhelos íntimos, entonces todo mi anhelo no se cifra en conservar por siempre esta ventura, sino en volver a sufrir, aunque más bella y menos miserablemente que antes.
Armanda me miró con ternura a los ojos, con la sombría mirada que tan repentinamente podía aparecer en ella. ¡Ojos magníficos, terribles! Lentamente, eligiendo una a una las palabras y colocándolas con cuidado, dijo… en voz tan baja, que tuve que esforzarme para oírlo:
–Voy a decirte hoy una cosa, algo que sé hace ya tiempo, y tú también lo sabes ya, pero quizá no te lo has dicho a ti mismo todavía. Ahora te digo lo que sé acerca de ti y de mi y de nuestra suerte. Tú, Harry, has sido un artista y un pensador, un hombre lleno de alegría y de fe, siempre tras la huella de lo grande y de lo eterno, nunca satisfecho con lo bonito y lo minúsculo. Pero cuanto más te ha despertado la vida y te ha conducido hacia ti mismo, más ha ido aumentando tu miseria y tanto más hondamente te has sumido hasta el cuello en pesares, temor y desesperanza, y todo lo que tú en otro tiempo has conocido, amado y venerado como hermoso y santo, toda tu antigua fe en los hombres y en nuestro alto destino, no ha podido ayudarte, ha perdido su valor y se ha hecho añicos. Tu fe ya no tenía aire para respirar. Y la asfixia es una muerte muy dura. ¿Es exacto Harry? ¿Es ésta tu suerte?
Yo asentía y asentía.
–Tú llevabas dentro de ti una imagen de la vida, estabas dispuesto a hechos, a sufrimientos y sacrificios, y entonces fuiste notando poco a poco que el mundo no exigía de ti hechos ningunos, ni sacrificios, ni nada de eso, que la vida no es una epopeya con figuras de héroes y cosas por el estilo, sino una buena habitación burguesa, en donde uno está perfectamente satisfecho con la comida y la bebida, con el café y la calceta, con el juego de tarot y la música de la radio. Y el que ama y lleva dentro de silo otro, lo heroico y bello, la veneración de los grandes poetas o la veneración de los santos, ése es un necio y un quijote. Bueno. ¡Y a mí me ha ocurrido exactamente lo mismo, amigo mío! Yo era una muchacha de buenas disposiciones y destinada a vivir con arreglo a un elevado modelo, a tener para conmigo grandes exigencias, a cumplir dignos cometidos. Podía tomar sobre mí un gran papel, ser la mujer de un rey, la querida de un revolucionario, la hermana de un genio, la madre de un mártir. Y la vida no me ha permitido más que llegar a ser una cortesana de mediano buen gusto; ¡ya esto solo se ha hecho bastante difícil! Así me ha sucedido. Estuve una temporada inconsolable, y durante mucho tiempo busqué en mí la culpa. La vida, pensé, ha de tener al fin razón siempre; y si la vida se burlaba de mis hermosos sueños, habrán sido necios mis sueños, decía yo, y no habrán tenido razón. Pero esta consideración no servía de nada absolutamente. Y como yo tenía buenos ojos, y buenos oídos y era además un tanto curiosa, me fijé con todo interés en la llamada vida, en mis vecinos y en mis amistades, medio centenar largo de personas y de destinos, y entonces vi, Harry, que mis sueños habían tenido razón, mil veces razón, lo mismo que los tuyos. Pero la vida, la realidad, no la tenía. Que una mujer de mi especie no tuviera otra opción que envejecer pobre y absurdamente junto a una máquina de escribir al servicio de un ganadineros, o casarse con uno de estos ganadineros por su posición, o si no, convertirse en una especie de meretriz, eso era tan poco justo como que un hombre como tú tenga, solitario, receloso y desesperado, que echar mano de la navaja de afeitar. En mí era la miseria quizá más material y moral; en ti, más espiritual; la senda era la misma. ¿Crees que no soy capaz de comprender tu terror ante el foxtrot, tu repugnancia hacia los bares y los locales de baile, tu resistencia contra la música de jazz y todas estas cosas? Demasiado bien lo comprendo, y lo mismo tu aversión a la política, tu tristeza por la palabrería y el irresponsable hacer que hacemos de los partidos y de la Prensa, tu desesperación por la guerra, por la pasada y por la venidera, por la manera cómo hoy se piensa, se lee, se construye, se hace música, se celebran fiestas, se promueve la cultura. Tienes razón, lobo estepario, mil veces razón, y, sin embargo, has de sucumbir. Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de mas. El que hoy quiera vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni como yo. El que en lugar de chinchín exija música, en lugar de placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad verdadero trabajo, en vez de jugueteo pura pasión, para ése no es hogar este bonito mundo que padecemos…
Ella miraba al suelo meditando.
–¡Armanda –exclamé conmovido–, hermana! ¡Qué ojos tan buenos tienes! Y, sin embargo, tú me enseñaste el foxtrot. ¿ Cómo te explicas esto, que hombres como nosotros, hombres con una dimensión de más, no podamos vivir aquí? ¿En qué consiste? ¿No pasa esto más que en nuestra época actual? ¿O fue siempre lo mismo?
–No sé. Quiero admitir en honor del mundo, que sólo sea nuestra época, que sólo sea una enfermedad, una desdicha momentánea. Los jefes trabajan con ahínco y con resultado preparando la próxima guerra, los demás bailamos foxtrots entretanto, ganamos dinero y comemos pralinés; en una época así ha de presentar el mundo un aspecto bien modesto. Esperamos que otros tiempos hayan sido y vuelvan a ser mejores, más ricos, más amplios, más profundos. Pero con eso no vamos ganando nada nosotros. Y acaso haya sido siempre igual…
–¿Siempre así como hoy? ¿Siempre sólo un mundo para políticos, arrivistas, camareros y vividores, y sin aire para las personas?
–No lo sé, nadie lo sabe. Además, da lo mismo. Pero yo pienso ahora en tu favorito, amigo mío, del cual me has referido a veces muchas cosas y hasta que has leído sus cartas: de Mozart. ¿Qué ocurriría con él? ¿Quién gobernó el mundo en su época, quién se llevó la espuma, quién daba el tono y representaba algo: Mozart o los negociantes, Mozart o los hombres adocenados y superficiales? ¿Y cómo murió y fue enterrado? Y así, pienso yo que ha sido acaso siempre y que siempre será lo mismo, y lo que en los colegios se llama y allí hay que aprendérselo de memoria para la cultura, con todos los héroes, genios, grandes acciones y sentimientos, eso es sencillamente una superchería, inventada por los maestros de escuela, para fines de ilustración y para que los niños durante los años prescritos tengan algo en qué ocuparse. Siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte.
–¿Fuera de eso, nada en absoluto?
–Si, la eternidad.
–¿Quieres decir el nombre, la fama para edades futuras?
–No, lobito; la fama, no. ¿Tiene ésta, acaso, algún valor? ¿Y crees tú por ventura que todos los hombres realmente verdaderos y completos han alcanzado la celebridad y son conocidos de las generaciones posteriores?
–No; naturalmente que no.
–Por consiguiente, la fama no es. La fama sólo existe también para la ilustración, es un asunto de los maestros de escuela. La fama no lo es, ¡ oh, no! Lo es lo que yo llamo la eternidad. Los místicos lo llaman el reino de Dios. Yo me imagino que nosotros los hombres todos, los de mayores exigencias, nosotros los de los anhelos, los de la dimensión de más, no podríamos vivir en absoluto si para respirar, además del aire de este mundo, no hubiese también otro aire, si además del tiempo no existiese también la eternidad, y ésta es el reino de lo puro. A él pertenecen la música de Mozart y las poesías de los grandes poetas; a él pertenecen también los santos, que hicieron milagros y sufrieron el martirio y dieron un gran ejemplo a los hombres. Pero también pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad. En lo eterno no hay futuro, no hay más que presente.
–Tienes razón –dije.
–Los místicos –continuó ella con aire pensativo– son los que han sabido más de estas cosas. Por eso han establecido los santos y lo que ellos llaman la . Los santos son los hombres verdaderos, los hermanos menores del Salvador. Hacia ellos vamos de camino nosotros durante toda nuestra vida, con toda buena acción, con todo pensamiento audaz, con todo amor. La comunión de los santos, que en otro tiempo era representada por los pintores dentro de un cielo de oro, radiante, hermosa y apacible, no es otra cosa que lo que yo antes he llamado la . Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart, y yo a mis santos, a San Cristóbal, a Felipe Neri y a todos. Hay muchos santos que en un principio fueron graves pecadores; también el pecado puede ser un camino para la santidad, el pecado y el vicio, Te vas a reír, pero yo me imagino con frecuencia que acaso también mi amigo Pablo pudiera ser un santo. ¡Ah, Harry, nos vemos precisados a taconear por tanta basura y por tanta idiotez para poder llegar a nuestra casa! Y no tenemos a nadie que nos lleve; nuestro único guía es nuestro anhelo nostálgico.
Hermann Hesse. El lobo estepario
Desde la estepa
Esta Armanda, a la que hoy veía yo por segunda vez, sabía todo lo mío, no me parecía posible tener nunca ya un secreto para ella. Podía ocurrir que ella acaso no hubiese comprendido del todo mi vida espiritual; en mis relaciones con la música, con Goethe, con Novalis o Baudelaire no podría acaso seguirme, pero también esto era muy dudoso, probablemente tampoco le costaría trabajo. Y aunque así fuera, ¿qué quedaba ya de mi «vida espiritual»? ¿No había saltado todo en astillas y no había perdido su sentido? Todo lo demás que me importaba, todos mis otros problemas personales, éstos sí había de comprenderlos, en ello no tenía yo duda. Pronto hablaría con ella del lobo estepario, del tratado, de tantas y tantas cosas que hasta entonces sólo habían existido para mí y de las cuales nunca había hablado una palabra con persona humana. No pude resistirme a empezar en seguida.
–Armanda –dije–: el otro día me sucedió algo maravilloso. Un desconocido me dio un pequeño librito impreso, algo así como un cuaderno de feria, y allí estaba descrita con exactitud toda mi historia y todo lo que me importa. Di, ¿no es asombroso?
–¿Y cómo se llama el librito? –preguntó indiferente.
–Se llama Tractat del lobo estepario.
–¡Oh, lobo estepario, es magnífico! ¿Y el lobo estepario eres tú? ¿Eso eres tú?
–Sí, soy yo. Yo soy un ente, que es medio hombre y medio lobo, o que al menos se lo figura así.
Ella no respondió. Me miró a los ojos con atención investigadora, miró mis manos, y por un momento volvió a su mirada y a su rostro la profunda seriedad y el velo sombrío de antes. Creí adivinar sus pensamientos, a saber, si yo sería bastante lobo para poder ejecutar su «última orden».
–Eso es naturalmente una figuración tuya –dijo ella, volviendo a la jovialidad–; o si quieres, una fantasía. Algo hay, sin embargo, indudablemente. Hoy no eres lobo, pero el otro día, cuando entraste en el salón, como caído de la luna, entonces no dejabas de ser un pedazo de bestia, precisamente esto me gustó.
Se interrumpió por algo que se le había ocurrido de pronto, y dijo con amargura:
–Suena esto tan mal, una palabra de esta clase como bestia o bruto. No se debería hablar así de los animales. Es verdad que a veces son terribles, pero desde luego son mucho más justos que los hombres.
–¿Qué es eso de «justo»? ¿Qué quieres decir con eso?
–Bueno, observa un animal cualquiera: un gato, un pájaro, o uno de los hermosos ejemplares en el Parque Zoológico: un puma o una jirafa. Verás que todos son justos, que ni siquiera un solo animal está violento o no sabe lo que ha de hacer y cómo ha de conducirse. No quieren adularte, no pretenden imponérsete. No hay comedia. Son como son, como la piedra y las flores o como las estrellas en el cielo. ¿Me comprendes?
Comprendía.
–Por lo general, los animales son tristes –continuó–. Y cuando un hombre está muy triste, no porque tenga dolor de muelas o haya perdido dinero, sino porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida entera y está justamente triste, entonces se parece siempre un poco a un animal; entonces tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más hermoso que nunca. Así es, y ese aspecto tenias, lobo estepario, cuando te vi por primera vez.
Hermann Hesse. El lobo estepario
Emoción
El miedo es una respuesta emocional a algo que se percibe como un riesgo, y es un mecanismo básico de supervivencia que ocurre en respuesta a un estímulo específico, como el dolor o un peligro. Soy de la opinión que el miedo es algo innato en todos nosotros y, de hecho, muchos seres vivos lo experimentan y está relacionado con los comportamientos específicos de escape y evitación. Hay quien lo confunde con la ansiedad, que es un estado emocional derivado del miedo, que normalmente ocurre en ausencia de un riesgo externo al individuo o es producto de la percepción de un riesgo como incontrolable o inevitable.
Tener miedo es normal, es natural, y no pasa a convertirse en un problema hasta que el individuo es incapaz de controlar y adaptar su respuesta al mismo, en otras palabras, cuando sufre un secuestro emocional.
Así que, basándonos en esto, cualquier emoción, desde las más básicas como el miedo, la alegría, la tristeza o la ira, a las más complejas como la curiosidad, ansiedad o la esperanza, guarda una dualidad innata que la convierte en negativa siempre que logre librarse de las riendas y pase a tomar el control de nosotros.
Pensamiento del día
Siempre intenta aprovechar al máximo tus posibilidades.
Nostalgia. (Del gr. νόστος, regreso, y -algia). Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.
Antes de invitar a alguien asegúrate que tengas dinero en la cartera; es una situación muy incómoda comprobar que no tienes suficiente para pagar la cuenta.
Símiles [y II]
Intenta imaginar al amor como una entidad en sí misma, no como una posesión única y exclusiva de cada individuo participante en una relación interpersonal en la que participe dicho ente. Es un organismo pensante, calculador, maquiavélico, disfrazado de alegría e ilusión, infantil por momentos, para luego transformarse en tristeza y melancolía, doloroso despertar de un sueño.
O no, tal vez es inocente y, como tal, se le puede reprochar todo pero no se debe exigir compensación por nada. Tal vez es ignorante de las consecuencias que provocan sus actos, como un niño que desconoce la dirección de sus pasos pero simplemente echa a andar.
Sea como fuere, el amor es diferente para cada persona que lo sufra o lo disfrute, y sólo podemos ser jueces y verdugos de nosotros mismos y nadie más. Nada ni nadie se puede salvar de ser diana de comentarios, pero existe una gran diferencia entre las personas y el amor: las personas se ven afectadas por los comentarios pero el amor no, porque para él ninguna persona tiene la potestad para hacer un juicio de valor sobre él.
El amor está por encima de asuntos mundanos, del dinero, bienes materiales, razas o creencias religiosas, por eso es tan peligroso y tan temido por algunos. Su poder radica precisamente en su condición de universal, y por eso sólo puede ser atacado por otros sentimientos, como enemigos que aprovechan algún pequeño resquicio de debilidad.
El amor exige exclusividad, porque cuando aparece una o más variables externas a la ecuación existente entre «x» e «y» (o entre «a» y «b», por aquello de los cromosomas diferenciadores), el amor pasa de ser un medio de comunicación bidireccional a convertirse en una mentira unidireccional.
El amor exige dedicación total e incondicional entre los elementos que conforman la pareja y si no, se convierte en un pasatiempo teatral aderezado, con suerte, con pequeños divertimentos que enmascaran a modo de especias el sabor amargo de la situación.
El amor es tan magnánimo que nos da la libertad de actuar como nosotros deseemos pero, si no cumplimos sus designios, deberemos cargar con el pesado lastre de las consecuencias.
El amor no toma rehenes, exige rendición o castiga con la muerte. Es brutal, es extremista, y si no se comporta así es que no es amor, es una suerte de capricho, una atracción mal definida o un simple pasatiempo para aquellos que toman la soledad como algo tedioso y odioso.
Pensamiento del día
A veces visito el pequeño país de los gusanos tan sólo para recordar en qué no me debo convertir.
Siempre he tenido sueños pero son pocos los que no he intentado alcanzar. Ahora tengo la responsabilidad de hacer algo, tengo una llave en mi mano y lo único que necesito es encontrar la cerradura.
Cada noche, cuando me acuesto en mi cama, brota de mi ojo izquierdo una lágrima, sólo una. Siempre igual, la misma sensación en la comisura de mi ojo, una ligera humedad caliente que recorre mi mejilla hasta morir en la almohada. No, no es tristeza, son simplemente gotas de indiferencia.