Sentir el color de tus ojos es mi intención porque los dos queremos esa mirada en el alma. Quizás ahora entiendo que hace falta cierta distancia para poder enfocar claramente la situación. Las cosas parecen mucho mejor cuando soy parte de la piel que envuelve tu ropa. Como el aroma que queda en las sábanas, nos regala ilusiones de cercanía en la lejanía. Recordando caricias y sueños más dulces, con suspiros húmedos y sonidos tibios, esas visiones que no dejan dormir la mente, que calientan hasta quemar la carne y el alma. Aún descubrimos sorpresas nuevas, cuando nos arrullamos muy cerca, tan cerca. Cuando cantamos alguna canción suavemente o agarramos nuestros cuerpos con fuerza. Tenía un misterio que no podía ser resuelto, tenía una historia que no terminaba de ser contada. Tenía un rompecabezas con algunas piezas perdidas, y eres tú el engranaje que no sabía que me faltaba.
Las cargas
Hay quien lleva a cuestas lágrimas como equipaje, como un collar de cuentas que no se pueden secar. O la pesadilla de aquellos sueños de los que el sonido de la alarma obliga a despertar. El mal sabor que los buenos momentos dejan en el corazón al ser recordados, o todos los sacrificios, miedos y vicios que ahora ya pasados sólo sirven para reprochar.
O tal vez la carga de los versos que dejaron arrugas en los dedos, canciones de sonidos tristes que alguien te enseñó, por cada vez que murió una ilusión dejando una deuda de dolor sin pagar. O todas las festivas pasiones regaladas, los tesoros prometidos más allá de la inmensidad del mar y la frontera de un horizonte que alcanzar. O quizás noches sin oraciones a algún dios, que te obligan a arrastrar los pies cargando con la cruz de las despedidas.
Trata de encontrar a alguien en el camino, que al igual que tú también lleva su carga a cuestas. Puede que sea más pesado y a veces hasta fatigoso, pero la buena compañía alivia los pesares.
Océanos de noches
Sus ojos son dos noches sin luna ni estrellas y yo, como un marinero con rumbo incierto, en ellos naufragué. Y para mantenerme a flote me aferré a sus caderas, con uñas y dientes, hasta que quedé varado en la playa de aquellas sábanas. Y bebí de sus pechos, mordí sus labios y paseé por el húmedo jardín de su isla para poder sobrevivir.
Desde el primer momento fue la excusa para luchar cada instante como si fuera el último, dibujando una sucesión de nuevos recuerdos ya vividos. Comprobando que aún soy diestro con mi mano zurda, a pesar de la anquilosante facilidad de la costumbre, y tejí con su pelo una urdimbre de besos y un encaje de palabras, para vestir mi piel con su piel y despeinar sus sueños con mis sueños.
No es fácil cuando cada día tienes que luchar contra la naturaleza y el tiempo. Entonces rezas y pides ayuda a una deidad, pero a menudo recibes respuestas calladas y silencios elocuentes. Con el paso de los años te das cuenta que cada día estamos más cerca del final de la aventura, y ahora me gustaría poder darme un consejo: «no te permitas el lujo de sufrir».
Porque en materia de sentimientos, sufrir es una elección que sale demasiado cara.
Seis días
Seis días y unas cuantas horas más que mis ojos no se deleitan en ti. Tu cuerpo no acaricia ya mis manos, y de nuevo amanece casi helado un corazón ya cansado de latir. Otra vez te extraña mi almohada empapada de sueños y amor. Y pensaba que ya había aprendido, que a tu ausencia me había acostumbrado, pero la realidad me devuelve el dolor. Ya seis días sufriendo nostalgias por aquello que no pude hacer. Y aunque tenga el pecho de acero a veces pareciera que muero estando lejos de donde quiero volver. Por eso espero tu regreso como un regalo, mas no sé si debo o si acaso es algo malo. Pero hasta entonces sólo me queda suspirar cuando tantas veces no nos podemos besar.
Esa enfermedad llamada felicidad
La felicidad te infecta, pero es una enfermedad deseada y esperada. Los verdaderos problemas aparecen como secuelas de su paso por nuestra alma, cuando se clavan donde más duele, en aquel espacio que antes ocupaba y daba calor.
Porque la felicidad te besa con fuego, y no puedes olvidar el recuerdo de sus labios, pero supongo que su boca no es para mí. Porque cuando se va, cuando se acaba, las cosas son más grises que antes, y las describes con frases y versos sobre lo que era, ya no es y no volverá a ser.
Pero no sabes lo que es la felicidad hasta que has aprendido el significado de la tristeza, cuando se marcha por la puerta y a veces ni le puedes decir adiós. No puedes saber lo que duelen los labios cuando besas a la felicidad, y cuando te toca pagar la cuenta con trozos de tu corazón y una desilusión de propina. No imaginas lo que duele pensar en el recuerdo de besar una mejilla surcada de lágrimas de tristeza, o mirar un atardecer de invierno con ojos sin ilusión.
Y es que ser estoico parece muy fácil en la teoría, pero no tanto en la práctica, porque la felicidad se irá y su ausencia traerá de nuevo todas esas cosas. Y ya se sabe que no se puede pensar con claridad cuando se siente intensamente.
Pero habrá muchas otras noches, en las que baile o simplemente mire bailar, o duerma arropado por el cariño, o sudoroso por la pasión. Habrá otras poesías que escribir, otras canciones que cantar, otras primaveras que florecer, otros labios que besar y sueños que hacer realidad. Pero claro, no será aquella felicidad que se marchó.
Aunque me hice prometer que me ilusionaría lo menos posible. Aunque pensé que el frío tacto del pecho de acero serviría de coraza. Pero aún funciona la máquina que, en su interior y con su propio compás, mueve mis sentimientos haciendo ruido.
Y sé qué pasará, porque caigo en las redes de la felicidad con mucha facilidad, como si lo estuviese deseando con demasiada intensidad. Pero ni yo entiendo muy bien la razón, porque a estas alturas ya debería estar escarmentado.