Debí llorar y ya ves,
casi siento placer
debí llorar de dolor,
por vergüenza tal vez.
Debí sufrir el bochorno
de tu insensatez
pero ya ves
yo apenas estoy triste y solo.
Y es que sufrir sin razón
es fugaz padecer.
Yo concebí tu traición
como un simple revés.
De quién jamás podrá saber
cuanto cariño soy capaz de ofrecer.
Debí llorar pero pensé
¿por qué?.
Sobre aquella colina decidí hacer un trato
porque mi cuerpo quería vivir cerca del mar.
Y con la sensación abrumadora del instante
en realidad no sentía ninguna otra emoción.
Creo recordar que me lo dijiste aquella vez:
"este momento es el momento, y no habrá otro igual,
y no hay nada más que pensar que en el ahora;
nada más que disfrutar del aquí y dejarte llevar."
Entonces podía escuchar la llamada de la aventura,
de los caminos que se abrían ante nosotros.
Pero también oía el gruñido de la inquietud
porque en el horizonte una tormenta se formaba.
No, nunca pensé que fuera fácil y lo sabes,
porque en realidad ni tú ni yo lo somos.
Mejor cambiemos de tema, hablemos de otras cosas,
de mi mucho y de tu poco, de tu nada y de mi todo.
Cuando aquella noche le susurré a tu pecho
"no ha estado mal, pero creo que me voy a casa"
en realidad lo hice porque no te sentía mi hogar.
No fue por rencor, tan sólo regalaba sinceridad.
Y ahora, cuando miro atrás, me pregunto a solas
si es que aquel día dejaste que me marchara
porque tú también sabías que era lo mejor
o porque ya no tenías miedo a las noches sin mí.
Hay ciertos momentos en los que nadie desearía estar solo.
Preocuparse por algo es como correr en una de esas cintas del gimnasio, a pesar de estar haciendo un esfuerzo no te llevará a ningún lado; bájate y comienza moverte.
Cuando una chica que te gusta te diga que se ha vestido de esa manera especialmente para ti agradece educadamente su gesto diciéndole lo bien que le queda pero no le digas la verdad: que si verdaderamente quisiera acertar con su atuendo lo podría conseguir fácilmente estando desnuda.