Sentir el color de tus ojos es mi intención porque los dos queremos esa mirada en el alma. Quizás ahora entiendo que hace falta cierta distancia para poder enfocar claramente la situación. Las cosas parecen mucho mejor cuando soy parte de la piel que envuelve tu ropa. Como el aroma que queda en las sábanas, nos regala ilusiones de cercanía en la lejanía. Recordando caricias y sueños más dulces, con suspiros húmedos y sonidos tibios, esas visiones que no dejan dormir la mente, que calientan hasta quemar la carne y el alma. Aún descubrimos sorpresas nuevas, cuando nos arrullamos muy cerca, tan cerca. Cuando cantamos alguna canción suavemente o agarramos nuestros cuerpos con fuerza. Tenía un misterio que no podía ser resuelto, tenía una historia que no terminaba de ser contada. Tenía un rompecabezas con algunas piezas perdidas, y eres tú el engranaje que no sabía que me faltaba.
La habilidad de fluir
Llego tarde y el coche que va inmediatamente delante de mí parece que se ha confabulado con alguna mente maquiavélica para ir más despacio de lo normal y hacerme perder más tiempo. «En vías urbanas con al menos dos carriles se permite el adelantamiento por la derecha» es una salmodia que aparece de pronto ante mí, así que pongo el intermitente y logro cumplir mi objetivo. Ni miro hacia el otro vehículo para comprobar quién va al volante como habría hecho en otra ocasión, ahora mismo mi principal prioridad es recogerte.
Doblo la esquina y ahí estás con tu sonrisa radiante que ilumina de lado a lado la calle. Llego más de veinte minutos tarde respecto a la hora prevista y sin embargo ahí estás, tan pizpireta como siempre y sin un signo de enfado en tu cara. En un abrir y cerrar de ojos, al igual que un obturador de una cámara fotográfica, realizo una instantánea que guardo celosamente en mi gaveta de cosas importantes. Pelo suelto y ondulado, camisa de palabra de honor negra, falda estampada hasta la rodilla y zapatos «peep-toe» que dejan entrever unas uñas pintadas de rojo.
Me detengo, abres la puerta, entras en el coche y nos damos las buenas noches, tú con esa voz cantarina que tanto me encanta. Arrojas una pesada mochila al asiento de atrás y me pides un beso. Si tan sólo pudieras imaginar el esfuerzo que supone para mí controlarme y en lugar de visitar fugazmente tus mejillas descansar mis labios en los tuyos por una eternidad… Sólo por ahorrarme tanto sufrimiento y por infinita piedad me lo regalarías. Me encanta tu olor, porque no llevas perfume alguno sino que esa fragancia que me embriaga los sentidos emana directamente de ti y yo, como la abeja guiada por los efluvios naturales de la flor, adoraría poder libar tu néctar. De pronto siento que mi cara se ha contraído en un rictus que se me antoja como estúpido y tú lo haces notar preguntándome que por qué me río. Ni río ni sonrío, es mi cara de tonto y la culpable no eres sino tú.
Nuestros encuentros fugaces y escasos hacen de cada uno un auténtico acontecimiento para mí, razón para celebrar tu belleza y sufrir tu despedida. Siempre, en cada uno de ellos, ha sido así y será así en este y los siguientes porque, aunque satisfaga mi ansia por estar junto a ti secretamente anhelo ya la venida de las siguientes ocasiones en las que nos veremos y en la negrura de mi abismo interior temo que ésta sea la última vez. No puedo permitir que esta idea oscurezca el brillante halo que nos envuelve así que destierro de mi mente ese último pensamiento.
Hago un esfuerzo sobrehumano para mantener mi vista en la carretera y alejada de ti mientras dirijo mi coche en dirección a la salida de la ciudad. Reconozco que me encanta mirarte a la cara cuando hablo contigo pero ahora, que estoy conduciendo mientras estás a mi lado, confieso que evito de manera deliberada todo contacto visual con cualquier parte de tu cuerpo. El mío, por su parte, siente un irrefrenable deseo por tocarte, besarte, acariciarte, arrancarte la ropa, tirar de tu pelo, morder tu cuello y hacerte mía con pasión desenfrenada, salvaje determinación y, a la vez, sumisa complacencia. No sé si sabes todo esto con certeza, pero con esta habilidad mía de ser tan expresivo siento como si una gran valla publicitaria se hubiese instalado sobre mi cabeza, como esas pantallas que se encuentran en la Bolsa, anunciando las subidas y bajadas del precio de mis acciones.
Nos ponemos rápidamente al día, hablamos de esto y lo otro, y te pregunto a dónde te apetece ir. «Me da igual, a donde tú quieras…» es tu respuesta y de nuevo siento una revolución en mi interior. De ser por mí tendría bien claro a dónde llevarte, a un lugar donde poder hacerte temblar como una rama de junco hueco agitada por el viento. Te ofrezco mi plan alternativo y escasamente eroticofestivo aceptándolo gustosamente mientras en mi mente imagino todas tus formas ante mí, al fin liberadas de toda ropa que pueda ocultarlas.
Charlamos, tomamos algo fresco para combatir el calor que hace ese día, decides invitarme y pagas tú la cuenta, y salimos del local que ya están cerrando. Una vez de vuelta al coche te hago de nuevo la misma pregunta de antes y en esta ocasión me pides ir a algún sitio tranquilo. Confieso que siento algo de nerviosismo al imaginarnos rodeados de íntima oscuridad y trato de disimularlo diciéndote que ya tengo pensado el lugar. Nos montamos en el coche y me dirijo allí hasta que de pronto me pides que me detenga, así que busco un lugar donde aparcar, apago el coche, y comienzo a hablarte. Tú te acomodas en el asiento a mi lado para poder mirarme mejor y de pronto, estando yo totalmente desprevenido, me haces callar de la mejor manera posible.
Entonces sé que esa noche será inolvidable.
Esa ecuación
Te miro a los ojos mientras mis manos de ladrón recorren tu ropa en busca de la combinación perfecta que permita que la cerradura de esa cárcel textil deje libre a tu cuerpo. De pronto me sorprendes, casi a traición, con una finta rápida de tus labios contra los míos, clavando con un certero estoque el puñal caliente y húmedo de tu lengua en mi boca. Como dragones de un cuento de fantasía entrelazamos nuestras siluetas de escamas doradas bajo la luz de las velas mientras mi aliento ardiente sobre tu cuello despierta en ti un temblor que agita tu pelo.
Me abandono como un títere en tus manos expertas mientras mueves los hilos de seda invisible que me atan a ti y comenzamos a bailar una música extraña sin melodía conocida pero cuyo ritmo nos posee. No hace falta decir palabra alguna, nuestros cuerpos hablan por nosotros y así, con un silencio elocuente, conversamos con caricias, discutimos mientras nos mordemos, intercambiamos nuestro sudor y finalmente acordamos suspirar abrazados. Nada es más importante que estos momentos y el señor tiempo lo sabe, deteniendo benevolente su camino para permitir que los amantes disfruten un poco más de los instantes de placer.
Todo puede ser simplificado hasta tal punto que las Matemáticas sean capaces de explicar su funcionamiento y la ecuación del placer resulta sencilla cuando está planteada en la teoría pero algo difícil de resolver en la práctica, sobre todo cuando faltan datos para poder despejar las incógnitas.
Pero como siempre digo, más vale fracasar por no haberlo conseguido que por no haberlo intentado.
La cita de la mañana
Suena un pitido insistente que me resulta desagradablemente familiar. «No tenía que haberme acostado tan tarde anoche» pienso mientras me levanto mecánicamente de la cama para hacer callar al insistente despertador. Son las ocho y media de la mañana, lo sé porque ayer configuré la alarma. En mi cabeza visualizo las palabras que se van transformando en números para luego volver a convertirse en palabras de nuevo. Es curioso, porque tienen color negro y verde, y hasta textura rugosa… ¡Diablos! Estoy sentado en el borde de la cama y sigo soñando con los ojos abiertos.
Al fin consigo reunir fuerza de voluntad. Me dirijo al baño a ver si el agua logra llevarse consigo el sudor de la noche y la petición de sueño que mi cuerpo y mi mente imploran. De nuevo me ocurre lo mismo que otras veces, realizo la ablución de manera automática mientras mi mente se dedica a divagar sobre todo en general y nada en particular. La ducha es para mí tanto un lugar como un ritual a la vez, y siempre ha tenido ese efecto sobre mí, quizás porque me considero un animal acuático o porque las sensaciones que me regala el agua me hacen entrar en una especie de trance.
Una sacudida de realidad me saca de mis fantasías, ¡se me hace tarde! Tarde, aunque todavía tengo tiempo de sobra, pero tarde respecto a mi horario pactado de manera tácita. De pronto la ráfaga de aire frío, el contraste de temperatura, y me miro en el espejo. ¿Quién es ese? Reconozco el pelo corto, las familiares entradas, algunas facciones algo más avejentadas que la última vez que le miré pero… ¿Esa barba? Debería afeitarme pero no me apetece demasiado, ya lo haré mañana. Además, a ella le gusta cuando tengo barba de dos días.
Lentillas, desodorante, ropa interior, pantalón vaquero, camiseta, zapatillas… Conozco el clima, sé que rara vez deja de hacer frío por la mañana o por la noche, sólo podría variar durante el tiempo que transcurre entre esos dos momentos del día, así que agarro la chaqueta y emprendo mi odisea como hiciera el héroe de Homero al partir del puerto de Ítaca.
No me importaría que ella fuese mi sirena.
Sentidos opuestos
Venero tu imagen como un devoto lo hace arrodillado ante una figura sagrada, como el salvaje que mira con temor un ídolo que encierra en su interior magia antigua, porque tus ojos son dos faroles que alumbran mi camino y sin ti ando perdido en la oscuridad, ciego en el mundo.
Bendigo hasta el sonido del roce de tu ropa, y cada palabra que dices es como una nota que forma la sinfonía que nace en tu boca y se deposita dentro de mi pecho, porque hasta que mis oídos escucharon tu voz había permanecido sordo ante el mundo de la música.
Disfruto cada uno de esos momentos en los que diviertes con tu pelo perfumado mi olfato, cuando el aire que respiro es la brisa que brota de tu interior, y es que no imagino fragancia más sublime que la que regalas cuando estás a mi lado.
No conozco manjar que pueda calmar el ansia que mi paladar siente por tu sabor, ni el más elaborado licor puede lograr aplacar la sed que siento por tu néctar.
Adoro cuando la piel que te abriga y te da forma hace mil cosquillas en mis manos desnudas, si acaso tu suave mejilla aguarda paciente para al fin acercarse hasta tocar mis labios o cuando tu cuerpo me abraza con firmeza desde dentro del redil que forman mis brazos, porque eres tú mi tacto y el braille que me ha de enseñar.
Ocupas mis cinco sentidos, no lo puedo evitar. Sin embargo, a veces el tibio rocío de tu mañana se posa sobre mis ojos para luego caer arando profundos surcos de agua y sal en mi cara. Son esos momentos en los que me doy cuenta que yo siempre te busco mientras tú no me quieres encontrar, y es que una misma dirección puede tener sentidos opuestos.
Sueños publicitarios
It’s hard. They always do that; as soon as they get what they want, they disappear. They take in front of me time and time again, and i let them. Sometimes I feel so dirty, used. What happened to romantic dinners? Picnics at the beach? Holding hands in the park? A cosy night with DVDs and popcorn? They don’t see me as me. They see me as some sort of toy. Sometimes I just wanna be held at night. All they think about is fuck. And fucking is nice but not 24/7. Women are pigs.
Become a girl toy. There is a Jack & Jones store near you.
El mensaje está claro, ponte esta ropa y será el juguete sexual de las tías, no hay más. Sin embargo, el diálogo del tío me ha resultado curioso y creo al combinarlo con las imágenes y una buena edición de vídeo se consigue llegar hasta el espectador. Se hace extraño que un hombre ande diciendo todas esas cosas cuando normalmente estaríamos acostumbrados a que fuese una mujer. La situación es tan surrealista que logra su objetivo, que el individuo que esté viendo el anuncio sufra un episodio onírico durante el estado de vigilia, dicho de otra manera, comience a soñar despierto imaginándose en la situación en la que se encuentra el protagonista. Pero claro, junto a esta idea va asociada la marca como condición para alcanzar esa fantasía, y ahí es donde la empresa detrás del producto saca su parte lucrativa, es decir, dinero.
Siempre se ha dicho que los que más dinero gastan en publicidad son los que menos la necesitan. Hoy en día, gracias a Internet, las empresas se están ahorrando mucho presupuesto en publicidad porque no sé cómo estará ahora mismo la relación tiempo/dinero en la televisión, pero la red y con un par de herramientas gratuitas en lo único que tienen que gastar es en la agencia de publicidad y poco más. Es un negocio redondo, porque luego serán los propios usuarios los encargados de diseminar su campaña por todo este vasto territorio que es la red mundial, ya sea a través de blogs o redes sociales, el perfecto caldo de cultivo.
La publicidad siempre se ha aprovechado de los deseos, más o menos básicos, que todos poseemos de manera que nos transmite la idea de que consumiendo productos lograremos satisfacer nuestras ansias y, al fin y al cabo, ser felices aunque cada uno a su manera. Esa es la mentalidad de las sociedades del consumismo salvaje y el materialismo enfermizo. Si se lograse hacer lo mismo con la cultura estoy seguro que otro gallo cantaría.