Decisiones

DSCN0100¿Conoces esa sensación de saber que algo es un error? Seguro que sí. Vas a tomar una decisión y antes de hacerlo ya vaticinas que el resultado será desastroso. Sabiendo esto, ¿qué vas a hacer: tomarla o no?

¿Y si se convierte en una profecía autocumplida por el simple hecho de pensar que es errónea? Y te regodearás en tu poder deductivo, en ver la verdad tras los detalles desde tu estudio en el 221B de Baker Street. Y gritarás al mundo desde lo alto de tu garganta «a la mierda» para tan sólo escuchar el eco dentro de tu cueva como respuesta.

¿Y si resulta ser todo lo contrario y te sorprendes? Y te sorprenderás, lo sabes, aunque sea un poco, a pesar de haber visto ese milagro consumarse otras tantas veces, como el agua en vino. O la transformación del simple interés, por arte de alquimia, en besos pasionales y caricias desnudas. Y te flagelarás por ser tan previsor y tan idiota, por haber pensado tan mal, y saber que la ebriedad te durará hasta que la resaca de la consecuencia te golpee en el estómago.

¿O es que conoces todos los pros y los contras? Con ese análisis pormenorizado, sistemático, prospectivo, en un cóctel triple seco que nubla tu mente porque te recuerda a su perfume, aquel que te hacía soñar y ahora te destroza el ánimo. Y te emborracharás de estadísticas y referencias y probabilidades, para llegar a la conclusión de la teoría general de la relatividad de tu propio caos.

¿O acaso posees dotes de clarividencia o simplemente te lo estás imaginando? Pero ahora te das cuenta que te han servido de poco y mal, porque no estarías aquí si lo hubieses previsto cuando debías hacerlo. Y verás que eres un iluso, un simple ilusionista de pacotilla, que inventó sus propias ilusiones para acabar con la desilusión como premio.

¿Pero es una decisión que debes tomar ahora mismo o la puedes postergar al menos el tiempo suficiente para volver a tomar en consideración toda la situación? Y te dolerá la cabeza de zarandear las ideas dentro de ese espacio vacío, hasta que veas una mota de polvo que brilla en la oscuridad. Y pensarás que esa es la luciérnaga a seguir, aunque te guíe hasta la llama de la vela donde al final te tocará arder. Y te quemarás, y te dolerá el corazón, porque eres humano después de todo.

DSCN0089Da igual, de nuevo te encuentras en ese campo de batalla, tan antiguo y conocido para ti, y de nuevo no sabes a qué bando unirte. Evalúas tus opciones en base a las circunstancias, pero las muy cabronas tienen la manía de cambiar a cada instante, confundirte, indicar una dirección para luego dar la vuelta a la brújula de tu evaluación. Y es entonces cuando aceptas que tu sistema de referencia se modifica constantemente y no es estable… Como la vida.

Porque tu vida eres tú y tus circunstancias. Y tener remordimientos pesa en el alma y en el corazón, pero tener la conciencia tranquila es señal de mala memoria. Y lamentarse por las decisiones pasadas es una tontería, porque no las puedes cambiar, pero no aprender de ellas es desaprovechar la ocasión. Ellas simplemente están ahí para enseñarte algo importante, aunque sólo si las quieres escuchar.

Ya está bien de divagar y posponer lo inevitable, de evitar enfrentarte a tu reflejo. Al final reúnes un poco de valor a partir de los fragmentos de tu cobardía y te miras en el espejo. Tienes muchos consejos que dar a tu yo del ayer, y ninguna certeza que regalar a tu yo del mañana. Pero lo que vas a hacer ahora, la decisión que vas a tomar, esa es tuya, exclusiva y egoísta, sólo tuya y no podrás exigirte responsabilidades desde la tribuna del después.

Porque pocas veces te has arrepentido de tus palabras o tus acciones. Y no es porque no te hayas equivocado, porque sabes que lo has hecho muchas veces y te sobran motivos. Pero tú sabes que sólo se puede ser veraz a través de las palabras y las acciones sinceras, y la sinceridad no puede ser motivo de vergüenza, culpa o contrición. La verdad duele una vez nada más, pero las mentiras hacen daño cada vez que se recuerdan.

Ya casi ha llegado el momento. Esa persona frente a ti se parece mucho a aquella que guardas en tu memoria, y en sus ojos puedes ver las cosas que una vez te contó: los sueños que tenía, sobre una tierra verde y negra, de montes y minerales, sobre viajes lejanos y el conformismo de la cercanía. Aquellos ojos te miran ahora tras las gafas del recuerdo, cansados de noches de insomnio compartido, pero no contigo, y demasiado orgullosos para hablar de sentimientos.

Sabes que en este juego sólo hubo perdedores, porque la indiferencia fue ganando poco a poco la partida. No te importa el haber perdido, lo que realmente te jode es esa molesta sensación de haber perdido algo más importante: el tiempo y la ilusión. Porque mientras la bola daba vueltas y la ruleta giraba, ella decidió cambiar de mesa y de casino, montarse en un tren y acabar en la cama de otra ciudad. Porque fuiste tú quién apostó todas sus expectativas al «futuro» y ella sólo unas pocas fichas al «de momento».

DSCN0042Ya no te resulta raro ese sabor amargo, la punzada en el pecho y el escalofrío que recorre todo tu cuerpo. Ya no eres aquel niño acostumbrado a que todo saliese como estaba planeado. No, nadie te enseña a perder, nadie se acostumbra a eso, y te toca a ti aprender a base de combatir contra la experiencia. Y ella sabe pelear, y sus golpes te machacan las entrañas, y el dolor y los hematomas te explican la lección demasiado tarde para ese examen.

Pero aprendes un poco más para el siguiente, quieras o no. Y también aprendes que cualquier decisión que tomas va en contra y excluye a todas las otras que has descartado y no tomarás. No son más que probabilidades y posibilidades intangibles, en manos del azar y la incertidumbre, viejos espejismos conocidos que no quieres perseguir. Porque la incertidumbre, a pesar de hacer daño en cada instante de duda, es abono de la esperanza. Y la esperanza, como su nombre indica, es esperar en perpetuo sufrimiento, pero eso de sufrir por causas perdidas nunca ha sido tu asignatura preferida.

Ella sigue ahí, frente a ti, mirándote en silencio, pero te embarga esa tensa quietud que precede a toda tormenta. Tienes la seguridad de que no todas las cosas llegan a su fin, sólo aquellas sobre las que puedes decidir.

Y ahora es cuando decides.

Lo que pasa es que soy exigente

Tengo que reconocer que parte de mi inspiración surge del circo que es Facebook pero no siempre es así. Ayer, anoche para ser más concreto, pude disfrutar de un espectáculo surrealista a la par que histriónicamente jocoso. Pongámonos en situación: un grupo de amigas, el primo de una de ellas y yo. De pronto sale el tema de estar soltero y que no se podían explicar cómo una de ellas se encontraba en esta situación, esto último con un tono que hubiese hecho saltar las alarmas de cualquier detector de sarcasmo.

La verdad es que me interesaba saber a qué se referían, sobre todo cuando la chica puso cara de orgullo autosuficiente mientras decía que lo que pasaba es que ella era exigente. La curiosidad hizo que me abalanzarse sobre mi presa cual irbis hambriento y le preguntase qué era lo que ella pedía en un hombre.

A mí me gustan los tíos altos, rubios, fuertes, guapos, cariñosos, inteligentes y que me quieran. Ah, eso sí, que tengan pasta y que sean unos yogurines [sic].

He de aclarar que esta chica está al borde de los treinta años, lo cual no siempre presupone cierto grado de madurez mental pero podríamos decir que se debería intuir. Así que cuando escuché aquello saltó la alarma de mi detector de estupideces y le tuve que preguntar qué se suponía que ofrecía ella.

Condescendet Wonka

Creo que los allí presentes no se dieron mucha cuenta que más que una pregunta era un insulto combinado con una suave bofetada de realidad, pero sin acritud. Mi tesis es la siguiente: si pretendes engatusar a un tío que tiene dinero y dar el braguetazo del siglo, o eres un pedazo de tía buena [a mis ojos era diametralmente lo opuesto] que satisfaga los deseos eroticofestivos del muchacho o es que el pobre no es demasiado inteligente y no ve venir que eres una lagarta aprovechada.

Mira mi niño, yo tengo dos carreras: Biología y Ciencias Ambientales. Tú sólo tienes una carrera, y de tres años nada más, ¿no?

Esto lo lanzó como arma arrojadiza, la cual pude esquivar sin que me provocase ningún rasguño. Más bien contraataqué con un elegante estoque y le tuve que responder que efectivamente, Fisioterapia es una carrera de tres años, ahí no había discusión alguna. Sin embargo, yo no entendía por qué con dos carreras su máxima aspiración en la vida era [según sus amigas y su primo] encontrar un tipo rico que la mantuviese mientras pasaba todo el día con sus amigas tomando barraquitos y paseando por ahí. Tal vez le daba igual porque podría presentarlo a sus amigas como quien enseña un florero o viceversa, ser ella el florero de él.

Lo más trágico de todo es que lo que ella decía era completamente en serio, según corroboraron mis fuentes posteriormente. En aquel momento, por debajo de las risas de los allí presentes, se escuchó el sutil ruido de su amor propio resquebrajándose y se atrincheró tras la excusa de sentirse herida por haber sido llamada florero. Luego comenzó la parte más psicodélica de toda la noche, la terrible leyenda del novio muerto.

-Mira, yo tuve un novio…

-¿Y qué tal te fue con él?

-Muy bien, muy bien.

-¿Era alto, rubio, fuerte, etcétera, etcétera?

-Sí, y muy inteligente: hablaba cuatro idiomas.

-¿Y por qué no estás con él? ¿Qué pasó?

-Se suicidó.

-… ¿Pero dejó alguna nota en algún idioma de los que hablaba?

-No, ninguna.

-Entonces, ¿por qué se suicidó?

-Estaría deprimido.

-No me imagino por qué, la verdad…

Mis fuentes no han confirmado aún si esta escalofriante historia digna de una noche de fiesta de pijamas es real o no, pero la verdad es que suelta un tufo a mentira que tira para atrás. Yo opté por no seguir hablando directamente con ella porque estaba a mi lado y tenía un vaso de vidrio en la mano. No quería ser la próxima víctima de una psicópata, así que después de eso las últimas palabras que le dirigí fueron un escueto «hasta luego» y con bastante cuidado al darle un beso de despedida.

Retrato robot del novio fantasma

Yo por mi parte estoy tranquilo; si los terremotos de anoche no lograron despertarme dudo mucho que el fantasma de un rubio políglota me vaya a quitar el sueño.

Equinoccio de primavera

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Llega la primavera y dicen que altera la sangre y los corazones, aunque como yo ando todo el año de la misma manera tampoco supone demasiada diferencia salvo por los posibles brotes de alergia.

Navego a la deriva y perdido
bajo la luz de un sol mortecino
a rastras y con pasos cansados
persiguiendo a quien huye de mí.

Vivo, pero a la vez algo muerto,
con un hueco en el centro del alma
que ocupara hace ya tanto tiempo
mi viejo espíritu malherido.

Sufre mi corazón de agujetas
por muchos latidos derramados
por otro corazón orgulloso,
por un amor no correspondido.

Un cuerpo maltrecho y dolorido
de huesos, carnes y sentimientos,
con una pena intensa en el pecho
por suspirar por quien no ha querido.

Mis ojos pasean su mirada
buscando cierto bálsamo en vano
que alivie por fin el sufrimiento
de vivir con este sino amargo.

Y seguimos viendo pasar las estaciones, cambiando el tiempo, los olores y también los colores, pero hay ciertas cosas que no cambian, nunca cambian…

Entre el centeno

Resplandor en el centeno

Hace ya algunos años que leí «El guardián entre el centeno» de J.D. Salinger, un libro considerado por muchos como un clásico de la literatura universa y no sé cuántas cosas más. Yo no; la primera vez que lo leí me pareció un libro del que lo único aprovechable era su frase final:

No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.

Recientemente decidí volver a darle otra oportunidad porque quizás ahora tendría una lectura distinta a entonces. He de decir que ha sido distinta, de verdad, creo que tiene un par de frases aprovechables pero me sigue pareciendo una obra demasiado sobrevalorada para lo que realmente ofrece. Holden Cauldfield, el protagonista, es un crío con el que no me identifico absolutamente en nada, y no creo que para que un libro te guste debes sentirte identificado con el personaje principal, pero es que en este caso siento aversión. Creo que es eso, mi rechazo frontal a su forma de ser.

No obstante, aquí van un par de fragmentos seleccionados que me han parecido especialmente interesantes. Como este:

No podía entenderlo, se lo juro. Cuando empezamos a salir juntos, le pregunté cómo podía aguantar a un tío como Al Pike. Jane me dijo que no era un creído, que lo que le pasaba es que tenía complejo de inferioridad. En mi opinión eso no impide que uno pueda ser también un cabrón. Pero ya saben como son las chicas. Nunca se sabe por dónde van a salir. Una vez presenté a un amigo mío a la compañera de cuarto de una tal Roberta Walsh. Se llamaba Bob Robinson y ése sí que tenía complejo de inferioridad. Se le notaba que se avergonzaba de sus padres porque decían «haiga» y «oyes» y porque no tenían mucho dinero. Pero no era un cabrón. Era un buen chico. Pues a la compañera de cuarto de Roberta Walsh no le gustó nada. Le dijo a Roberta que era un creído, y sólo porque le había dicho que era el capitán del equipo de debate. Nada más que por una tontería así. Lo malo de las chicas es que si un tío les gusta, por muy cabrón que sea te dicen que tiene complejo de inferioridad, y si no les gusta, ya puede ser buena persona y creerse lo peor del universo, que le consideran un creído. Hasta las más inteligentes, en eso son iguales.

O este otro:

—Me da la sensación de que avanzas hacia un fin terrible. Pero, sinceramente, no sé qué clase de… ¿Me escuchas?

—Sí.

Se le notaba que estaba tratando de concentrarse.

—Puede que a los treinta años te encuentres un día sentado en un bar odiando a todos los que entran y tengan aspecto de haber jugado al fútbol en la universidad. O puede que llegues a adquirir la cultura suficiente como para aborrecer a los que dicen «Ves a verla». O puede que acabes de oficinista tirándole grapas a la secretaria más cercana. No lo sé. Pero entiendes adónde voy a parar, ¿verdad?

—Sí, claro —le dije. Y era verdad. Pero se equivocaba en eso de que acabaré odiando a los que hayan jugado al fútbol en la universidad. En serio. No odio a casi nadie. Es posible que alguien me reviente durante una temporada, como me pasaba con Stradlater o Robert Ackley. Los odio unas cuantas horas o unos cuantos días, pero después se me pasa. Hasta es posible que si luego no vienen a mi habitación o no los veo en el comedor, les eche un poco de menos.

El señor Antolini se quedó un rato callado. Luego se levantó, se sirvió otro cubito de hielo, y volvió a sentarse. Se le notaba que estaba pensando. Habría dado cualquier cosa porque hubiera continuado la conversación a la mañana siguiente, pero no había manera de pararle. La gente siempre se empeña en hablar cuando el otro no tiene la menor gana de hacerlo.

—Está bien. Puede que no me exprese de forma memorable en este momento. Dentro de un par de días te escribiré una carta y lo entenderás todo, pero ahora escúchame de todos modos -me dijo. Volvió a concentrarse. Luego continuó-. Esta caída que te anuncio es de un tipo muy especial, terrible. Es de aquellas en que al que cae no se le permite llegar nunca al fondo. Sigue cayendo y cayendo indefinidamente. Es la clase de caída que acecha a los hombres que en algún momento de su vida han buscado en su entorno algo que éste no podía proporcionarles, o al menos así lo creyeron ellos. En todo caso dejaron de buscar. De hecho, abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera. ¿Me sigues?

—Sí, señor.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Se levantó y se sirvió otra copa. Luego volvió a sentarse. Nos pasamos un buen rato en silencio.

—No quiero asustarte —continuó—, pero te imagino con toda facilidad muriendo noblemente de un modo o de otro por una causa totalmente inane.

Me miró de una forma muy rara y dijo:

—Si escribo una cosa, ¿la leerás con atención?

—Claro que sí —le dije. Y así lo hice. Aún tengo el papel que me dio. Se acercó a un escritorio que había al otro lado de la habitación y, sin sentarse, escribió algo en una hoja de papel. Volvió con ella en la mano y se instaló a mi lado.

—Por raro que te parezca, esto no lo ha escrito un poeta. Lo dijo un psicoanalista que se llamaba Wilhelm Stekel. Esto es lo que… ¿Me sigues?

—Sí, claro que sí.

—Esto es lo que dijo: «Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansia morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella.»
Se inclinó hacia mí y me dio el papel. Lo leí y me lo metí en el bolsillo. Le agradecí mucho que se molestara, de verdad. Lo que pasaba es que no podía concentrarme. ¡Jo! ¡Qué agotado me sentía de repente! Pero se notaba que el señor Antolini no estaba nada cansado. Curda, en cambio, estaba un rato.

—Creo que un día de estos —dijo—, averiguarás qué es lo que quieres. Y entonces tendrás que aplicarte a ello inmediatamente. No podrás perder ni un solo minuto. Eso sería un lujo que no podrás permitirte.
Asentí porque no me quitaba ojo de encima, pero la verdad es que no le entendí muy bien lo que quería decir. Creo que sabía vagamente a qué se refería, pero en aquel momento no acababa de entenderlo. Estaba demasiado cansado.

—Y sé que esto no va a gustarte nada —continuó—, pero en cuanto descubras qué es lo que quieres, lo primero que tendrás que hacer será tomarte en serio el colegio. No te quedará otro remedio. Te guste o no, lo cierto es que eres estudiante. Amas el conocimiento. Y creo que una vez que hayas dejado atrás las clases de Expresión Oral y a todos esos Vicens…

—Vinson —le dije. Se había equivocado de nombre, pero no debí interrumpirle.

—Bueno, lo mismo da. Una vez que los dejes atrás, comenzarás a acercarte —si ése es tu deseo y tu esperanza— a un tipo de conocimiento muy querido de tu corazón. Entre otras cosas, verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana ha confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido. Son muchos los hombres que han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Felizmente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella. Se trata de un hermoso intercambio que no tiene nada que ver con la educación. Es historia. Es poesía.

Se detuvo y dio un largo sorbo a su bebida. Luego volvió a la carga. ¡Jo! ¡Se había disparado! No traté de pararle ni nada.

—Con esto no quiero decir que sólo los hombres cultivados puedan hacer una contribución significativa a la historia de la humanidad. No es así. Lo que sí afirmo, es que si esos hombres cultos tienen además genio creador, lo que desgraciadamente se da en muy pocos casos, dejan una huella mucho más profunda que los que poseen simplemente un talento innato. Tienden a expresarse con mayor claridad y a llevar su línea de pensamiento hasta las últimas consecuencias. Y lo que es más importante, el noventa por ciento de las veces tienen mayor humildad que el hombre no cultivado. ¿Me entiendes lo que quiero decir?

—Sí, señor.

Permaneció un largo rato en silencio. No sé si les habrá pasado alguna vez, pero es muy difícil estar esperando a que alguien termine de pensar y diga algo. Dificilísimo. Hice esfuerzos por no bostezar. No es que estuviera aburrido —no lo estaba—, pero de repente me había entrado un sueño tremendo.

—La educación académica te proporcionará algo más. Si la sigues con constancia, al cabo de un tiempo comenzará a darte una idea de la medida de tu inteligencia. De qué puede abarcar y qué no puede abarcar. Poco a poco comenzarás a discernir qué tipo de pensamiento halla cabida más cómodamente en tu mente. Y con ello ahorrarás tiempo porque ya no tratarás de adoptar ideas que no te van, o que no se avienen a tu inteligencia. Sabrás cuáles son exactamente tus medidas intelectuales y vestirás a tu mente de acuerdo con ellas.

De pronto, sin previo aviso, bostecé. Sé que fue una grosería, pero no pude evitarlo. El señor Antolini se rió:

—Vamos —dijo mientras se levantaba—. Haremos la cama en el sofá.

Y esta última frase me gusta porque aparece, en su versión original en inglés, en el anime de Ghost in the Shell.

Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida.

Desde la estepa

-Esta también está bien, muy bien -dijo-; escuche usted la frase: «Hay que estar orgulloso del dolor; todo dolor es un recuerdo de nuestra condición elevada.» ¡Magnifico! ¡Ochenta años antes que Nietzsche! Pero no es ésta la sentencia a que yo me refería; espere usted, aquí la tengo. Vea: «La mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber.» ¿No es esto espiritual? ¡No quieren nadar, naturalmente! Han nacido para la tierra, no para el agua. Y, naturalmente, no quieren pensar, como que han sido creados para la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa, el que hace del pensar lo principal, ése podrá acaso llegar muy lejos en esto; pero ése precisamente ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará.

Hermann Hesse. El lobo estepario

Especial

especialA veces las personas dicen cosas que no piensan realmente, te pueden llamar de muchas formas sólo para subirse su autoestima, pero pronto se darán cuenta que eso nunca funcionará porque en su interior están intentando esconder lo dolidas que están. Porque, mientras sepas quién eres y qué eres, nada de lo que te digan puede hacer tambalear tu orgullo y hacerte dudar acerca de la belleza que hay en ti.

Un día aprendes cuánto significa creer en ti mismo, así que toma estas palabras y compártelas para ayudar a quien lo necesite. Nunca se sabe, cualquier cosa es posible, puede que hagas un amigo o una amiga.

Así que cuando vengan con esa actitud, cuando intenten hacerte llorar, podrás decirles esto una vez y otra vez:

Soy maravilloso, y soy especial, y creo que es el momento de decírtelo. Voy a ser el mejor que hay en mí.