Desde la estepa

–Ahora estás realmente muy bien –dijo ella–; te prueba el baile. Quien no te haya visto desde hace un mes, apenas te reconocería.

–Sí –asentí–; desde hace años no me he encontrado tan perfectamente. Esto proviene todo de ti, Armanda.

–Oh, ¿no de tu hermosa María?

–No. Esa también es un regalo tuyo. Es maravilloso.

–Es la amiga que necesitabas, lobo estepario. Bonita, joven, alegre, muy inteligente en amor, y sin que puedas disponer de ella todos los días. Si no tuvieras que compartirla con otros, si no fuese para ti siempre un huésped fugitivo, no irían las cosas tan bien.

Sí; también esto tenía que concedérselo.

–Entonces, ¿tienes ahora, realmente, todo lo que necesitas?

–No, Armanda, no es así. Tengo algo muy bello y delicioso, una gran alegría, un amable consuelo. Soy verdaderamente feliz…

–Bien, entonces, ¿qué más quieres?

–Quiero más. No estoy contento con ser feliz, no he sido creado para ello, no es mi sino. Mi determinación es lo contrario.

–Entonces, ¿es ser desdichado? ¡Ah! Esto ya lo has sido con exceso antes, cuando a causa de la navaja de afeitar no podías ir a tu casa.

–No, Armanda; se trata de otra cosa. Entonces era yo muy desdichado, concedido. Pero era una desventura estúpida, estéril.

–¿Por qué?

–Porque de otro modo, no hubiese debido tener aquel miedo a la muerte, que, sin embargo, me estaba deseando. La desventura que necesito y anhelo, es otra; es de tal clase que me hiciera sufrir con afán y morir con voluptuosidad. Esa es la desventura o la felicidad que espero.

–Te comprendo. En esto somos hermanos. Pero ¿qué tienes contra la dicha que has encontrado ahora con María? ¿Por qué no estás contento?

–No tengo nada contra esta dicha, ¡oh, no!; la quiero, le estoy agradecido. Es hermosa como un día de sol en medio de una primavera lluviosa. Pero me doy cuenta de que no puede durar. También esta dicha es estéril. Satisface, pero la satisfacción no es alimento para mí. Adormece al lobo estepario, lo sacia. Pero no es felicidad para morir por ella.

–Entonces, ¿hay que morir, lobo estepario?

–¡Creo que sí! Yo estoy muy satisfecho de mi ventura, aún puedo soportarla durante una temporada. Pero cuando la dicha me deja alguna vez una hora de tiempo para estar despierto, para sentir anhelos íntimos, entonces todo mi anhelo no se cifra en conservar por siempre esta ventura, sino en volver a sufrir, aunque más bella y menos miserablemente que antes.

Armanda me miró con ternura a los ojos, con la sombría mirada que tan repentinamente podía aparecer en ella. ¡Ojos magníficos, terribles! Lentamente, eligiendo una a una las palabras y colocándolas con cuidado, dijo… en voz tan baja, que tuve que esforzarme para oírlo:

–Voy a decirte hoy una cosa, algo que sé hace ya tiempo, y tú también lo sabes ya, pero quizá no te lo has dicho a ti mismo todavía. Ahora te digo lo que sé acerca de ti y de mi y de nuestra suerte. Tú, Harry, has sido un artista y un pensador, un hombre lleno de alegría y de fe, siempre tras la huella de lo grande y de lo eterno, nunca satisfecho con lo bonito y lo minúsculo. Pero cuanto más te ha despertado la vida y te ha conducido hacia ti mismo, más ha ido aumentando tu miseria y tanto más hondamente te has sumido hasta el cuello en pesares, temor y desesperanza, y todo lo que tú en otro tiempo has conocido, amado y venerado como hermoso y santo, toda tu antigua fe en los hombres y en nuestro alto destino, no ha podido ayudarte, ha perdido su valor y se ha hecho añicos. Tu fe ya no tenía aire para respirar. Y la asfixia es una muerte muy dura. ¿Es exacto Harry? ¿Es ésta tu suerte?

Yo asentía y asentía.

–Tú llevabas dentro de ti una imagen de la vida, estabas dispuesto a hechos, a sufrimientos y sacrificios, y entonces fuiste notando poco a poco que el mundo no exigía de ti hechos ningunos, ni sacrificios, ni nada de eso, que la vida no es una epopeya con figuras de héroes y cosas por el estilo, sino una buena habitación burguesa, en donde uno está perfectamente satisfecho con la comida y la bebida, con el café y la calceta, con el juego de tarot y la música de la radio. Y el que ama y lleva dentro de silo otro, lo heroico y bello, la veneración de los grandes poetas o la veneración de los santos, ése es un necio y un quijote. Bueno. ¡Y a mí me ha ocurrido exactamente lo mismo, amigo mío! Yo era una muchacha de buenas disposiciones y destinada a vivir con arreglo a un elevado modelo, a tener para conmigo grandes exigencias, a cumplir dignos cometidos. Podía tomar sobre mí un gran papel, ser la mujer de un rey, la querida de un revolucionario, la hermana de un genio, la madre de un mártir. Y la vida no me ha permitido más que llegar a ser una cortesana de mediano buen gusto; ¡ya esto solo se ha hecho bastante difícil! Así me ha sucedido. Estuve una temporada inconsolable, y durante mucho tiempo busqué en mí la culpa. La vida, pensé, ha de tener al fin razón siempre; y si la vida se burlaba de mis hermosos sueños, habrán sido necios mis sueños, decía yo, y no habrán tenido razón. Pero esta consideración no servía de nada absolutamente. Y como yo tenía buenos ojos, y buenos oídos y era además un tanto curiosa, me fijé con todo interés en la llamada vida, en mis vecinos y en mis amistades, medio centenar largo de personas y de destinos, y entonces vi, Harry, que mis sueños habían tenido razón, mil veces razón, lo mismo que los tuyos. Pero la vida, la realidad, no la tenía. Que una mujer de mi especie no tuviera otra opción que envejecer pobre y absurdamente junto a una máquina de escribir al servicio de un ganadineros, o casarse con uno de estos ganadineros por su posición, o si no, convertirse en una especie de meretriz, eso era tan poco justo como que un hombre como tú tenga, solitario, receloso y desesperado, que echar mano de la navaja de afeitar. En mí era la miseria quizá más material y moral; en ti, más espiritual; la senda era la misma. ¿Crees que no soy capaz de comprender tu terror ante el foxtrot, tu repugnancia hacia los bares y los locales de baile, tu resistencia contra la música de jazz y todas estas cosas? Demasiado bien lo comprendo, y lo mismo tu aversión a la política, tu tristeza por la palabrería y el irresponsable hacer que hacemos de los partidos y de la Prensa, tu desesperación por la guerra, por la pasada y por la venidera, por la manera cómo hoy se piensa, se lee, se construye, se hace música, se celebran fiestas, se promueve la cultura. Tienes razón, lobo estepario, mil veces razón, y, sin embargo, has de sucumbir. Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de mas. El que hoy quiera vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni como yo. El que en lugar de chinchín exija música, en lugar de placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad verdadero trabajo, en vez de jugueteo pura pasión, para ése no es hogar este bonito mundo que padecemos…

Ella miraba al suelo meditando.

–¡Armanda –exclamé conmovido–, hermana! ¡Qué ojos tan buenos tienes! Y, sin embargo, tú me enseñaste el foxtrot. ¿ Cómo te explicas esto, que hombres como nosotros, hombres con una dimensión de más, no podamos vivir aquí? ¿En qué consiste? ¿No pasa esto más que en nuestra época actual? ¿O fue siempre lo mismo?

–No sé. Quiero admitir en honor del mundo, que sólo sea nuestra época, que sólo sea una enfermedad, una desdicha momentánea. Los jefes trabajan con ahínco y con resultado preparando la próxima guerra, los demás bailamos foxtrots entretanto, ganamos dinero y comemos pralinés; en una época así ha de presentar el mundo un aspecto bien modesto. Esperamos que otros tiempos hayan sido y vuelvan a ser mejores, más ricos, más amplios, más profundos. Pero con eso no vamos ganando nada nosotros. Y acaso haya sido siempre igual…

–¿Siempre así como hoy? ¿Siempre sólo un mundo para políticos, arrivistas, camareros y vividores, y sin aire para las personas?

–No lo sé, nadie lo sabe. Además, da lo mismo. Pero yo pienso ahora en tu favorito, amigo mío, del cual me has referido a veces muchas cosas y hasta que has leído sus cartas: de Mozart. ¿Qué ocurriría con él? ¿Quién gobernó el mundo en su época, quién se llevó la espuma, quién daba el tono y representaba algo: Mozart o los negociantes, Mozart o los hombres adocenados y superficiales? ¿Y cómo murió y fue enterrado? Y así, pienso yo que ha sido acaso siempre y que siempre será lo mismo, y lo que en los colegios se llama y allí hay que aprendérselo de memoria para la cultura, con todos los héroes, genios, grandes acciones y sentimientos, eso es sencillamente una superchería, inventada por los maestros de escuela, para fines de ilustración y para que los niños durante los años prescritos tengan algo en qué ocuparse. Siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte.

–¿Fuera de eso, nada en absoluto?

–Si, la eternidad.

–¿Quieres decir el nombre, la fama para edades futuras?

–No, lobito; la fama, no. ¿Tiene ésta, acaso, algún valor? ¿Y crees tú por ventura que todos los hombres realmente verdaderos y completos han alcanzado la celebridad y son conocidos de las generaciones posteriores?

–No; naturalmente que no.

–Por consiguiente, la fama no es. La fama sólo existe también para la ilustración, es un asunto de los maestros de escuela. La fama no lo es, ¡ oh, no! Lo es lo que yo llamo la eternidad. Los místicos lo llaman el reino de Dios. Yo me imagino que nosotros los hombres todos, los de mayores exigencias, nosotros los de los anhelos, los de la dimensión de más, no podríamos vivir en absoluto si para respirar, además del aire de este mundo, no hubiese también otro aire, si además del tiempo no existiese también la eternidad, y ésta es el reino de lo puro. A él pertenecen la música de Mozart y las poesías de los grandes poetas; a él pertenecen también los santos, que hicieron milagros y sufrieron el martirio y dieron un gran ejemplo a los hombres. Pero también pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad. En lo eterno no hay futuro, no hay más que presente.

–Tienes razón –dije.

–Los místicos –continuó ella con aire pensativo– son los que han sabido más de estas cosas. Por eso han establecido los santos y lo que ellos llaman la . Los santos son los hombres verdaderos, los hermanos menores del Salvador. Hacia ellos vamos de camino nosotros durante toda nuestra vida, con toda buena acción, con todo pensamiento audaz, con todo amor. La comunión de los santos, que en otro tiempo era representada por los pintores dentro de un cielo de oro, radiante, hermosa y apacible, no es otra cosa que lo que yo antes he llamado la . Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart, y yo a mis santos, a San Cristóbal, a Felipe Neri y a todos. Hay muchos santos que en un principio fueron graves pecadores; también el pecado puede ser un camino para la santidad, el pecado y el vicio, Te vas a reír, pero yo me imagino con frecuencia que acaso también mi amigo Pablo pudiera ser un santo. ¡Ah, Harry, nos vemos precisados a taconear por tanta basura y por tanta idiotez para poder llegar a nuestra casa! Y no tenemos a nadie que nos lleve; nuestro único guía es nuestro anhelo nostálgico.

Hermann Hesse. El lobo estepario

Entre el centeno

Resplandor en el centeno

Hace ya algunos años que leí «El guardián entre el centeno» de J.D. Salinger, un libro considerado por muchos como un clásico de la literatura universa y no sé cuántas cosas más. Yo no; la primera vez que lo leí me pareció un libro del que lo único aprovechable era su frase final:

No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.

Recientemente decidí volver a darle otra oportunidad porque quizás ahora tendría una lectura distinta a entonces. He de decir que ha sido distinta, de verdad, creo que tiene un par de frases aprovechables pero me sigue pareciendo una obra demasiado sobrevalorada para lo que realmente ofrece. Holden Cauldfield, el protagonista, es un crío con el que no me identifico absolutamente en nada, y no creo que para que un libro te guste debes sentirte identificado con el personaje principal, pero es que en este caso siento aversión. Creo que es eso, mi rechazo frontal a su forma de ser.

No obstante, aquí van un par de fragmentos seleccionados que me han parecido especialmente interesantes. Como este:

No podía entenderlo, se lo juro. Cuando empezamos a salir juntos, le pregunté cómo podía aguantar a un tío como Al Pike. Jane me dijo que no era un creído, que lo que le pasaba es que tenía complejo de inferioridad. En mi opinión eso no impide que uno pueda ser también un cabrón. Pero ya saben como son las chicas. Nunca se sabe por dónde van a salir. Una vez presenté a un amigo mío a la compañera de cuarto de una tal Roberta Walsh. Se llamaba Bob Robinson y ése sí que tenía complejo de inferioridad. Se le notaba que se avergonzaba de sus padres porque decían «haiga» y «oyes» y porque no tenían mucho dinero. Pero no era un cabrón. Era un buen chico. Pues a la compañera de cuarto de Roberta Walsh no le gustó nada. Le dijo a Roberta que era un creído, y sólo porque le había dicho que era el capitán del equipo de debate. Nada más que por una tontería así. Lo malo de las chicas es que si un tío les gusta, por muy cabrón que sea te dicen que tiene complejo de inferioridad, y si no les gusta, ya puede ser buena persona y creerse lo peor del universo, que le consideran un creído. Hasta las más inteligentes, en eso son iguales.

O este otro:

—Me da la sensación de que avanzas hacia un fin terrible. Pero, sinceramente, no sé qué clase de… ¿Me escuchas?

—Sí.

Se le notaba que estaba tratando de concentrarse.

—Puede que a los treinta años te encuentres un día sentado en un bar odiando a todos los que entran y tengan aspecto de haber jugado al fútbol en la universidad. O puede que llegues a adquirir la cultura suficiente como para aborrecer a los que dicen «Ves a verla». O puede que acabes de oficinista tirándole grapas a la secretaria más cercana. No lo sé. Pero entiendes adónde voy a parar, ¿verdad?

—Sí, claro —le dije. Y era verdad. Pero se equivocaba en eso de que acabaré odiando a los que hayan jugado al fútbol en la universidad. En serio. No odio a casi nadie. Es posible que alguien me reviente durante una temporada, como me pasaba con Stradlater o Robert Ackley. Los odio unas cuantas horas o unos cuantos días, pero después se me pasa. Hasta es posible que si luego no vienen a mi habitación o no los veo en el comedor, les eche un poco de menos.

El señor Antolini se quedó un rato callado. Luego se levantó, se sirvió otro cubito de hielo, y volvió a sentarse. Se le notaba que estaba pensando. Habría dado cualquier cosa porque hubiera continuado la conversación a la mañana siguiente, pero no había manera de pararle. La gente siempre se empeña en hablar cuando el otro no tiene la menor gana de hacerlo.

—Está bien. Puede que no me exprese de forma memorable en este momento. Dentro de un par de días te escribiré una carta y lo entenderás todo, pero ahora escúchame de todos modos -me dijo. Volvió a concentrarse. Luego continuó-. Esta caída que te anuncio es de un tipo muy especial, terrible. Es de aquellas en que al que cae no se le permite llegar nunca al fondo. Sigue cayendo y cayendo indefinidamente. Es la clase de caída que acecha a los hombres que en algún momento de su vida han buscado en su entorno algo que éste no podía proporcionarles, o al menos así lo creyeron ellos. En todo caso dejaron de buscar. De hecho, abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera. ¿Me sigues?

—Sí, señor.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Se levantó y se sirvió otra copa. Luego volvió a sentarse. Nos pasamos un buen rato en silencio.

—No quiero asustarte —continuó—, pero te imagino con toda facilidad muriendo noblemente de un modo o de otro por una causa totalmente inane.

Me miró de una forma muy rara y dijo:

—Si escribo una cosa, ¿la leerás con atención?

—Claro que sí —le dije. Y así lo hice. Aún tengo el papel que me dio. Se acercó a un escritorio que había al otro lado de la habitación y, sin sentarse, escribió algo en una hoja de papel. Volvió con ella en la mano y se instaló a mi lado.

—Por raro que te parezca, esto no lo ha escrito un poeta. Lo dijo un psicoanalista que se llamaba Wilhelm Stekel. Esto es lo que… ¿Me sigues?

—Sí, claro que sí.

—Esto es lo que dijo: «Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansia morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella.»
Se inclinó hacia mí y me dio el papel. Lo leí y me lo metí en el bolsillo. Le agradecí mucho que se molestara, de verdad. Lo que pasaba es que no podía concentrarme. ¡Jo! ¡Qué agotado me sentía de repente! Pero se notaba que el señor Antolini no estaba nada cansado. Curda, en cambio, estaba un rato.

—Creo que un día de estos —dijo—, averiguarás qué es lo que quieres. Y entonces tendrás que aplicarte a ello inmediatamente. No podrás perder ni un solo minuto. Eso sería un lujo que no podrás permitirte.
Asentí porque no me quitaba ojo de encima, pero la verdad es que no le entendí muy bien lo que quería decir. Creo que sabía vagamente a qué se refería, pero en aquel momento no acababa de entenderlo. Estaba demasiado cansado.

—Y sé que esto no va a gustarte nada —continuó—, pero en cuanto descubras qué es lo que quieres, lo primero que tendrás que hacer será tomarte en serio el colegio. No te quedará otro remedio. Te guste o no, lo cierto es que eres estudiante. Amas el conocimiento. Y creo que una vez que hayas dejado atrás las clases de Expresión Oral y a todos esos Vicens…

—Vinson —le dije. Se había equivocado de nombre, pero no debí interrumpirle.

—Bueno, lo mismo da. Una vez que los dejes atrás, comenzarás a acercarte —si ése es tu deseo y tu esperanza— a un tipo de conocimiento muy querido de tu corazón. Entre otras cosas, verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana ha confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido. Son muchos los hombres que han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Felizmente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella. Se trata de un hermoso intercambio que no tiene nada que ver con la educación. Es historia. Es poesía.

Se detuvo y dio un largo sorbo a su bebida. Luego volvió a la carga. ¡Jo! ¡Se había disparado! No traté de pararle ni nada.

—Con esto no quiero decir que sólo los hombres cultivados puedan hacer una contribución significativa a la historia de la humanidad. No es así. Lo que sí afirmo, es que si esos hombres cultos tienen además genio creador, lo que desgraciadamente se da en muy pocos casos, dejan una huella mucho más profunda que los que poseen simplemente un talento innato. Tienden a expresarse con mayor claridad y a llevar su línea de pensamiento hasta las últimas consecuencias. Y lo que es más importante, el noventa por ciento de las veces tienen mayor humildad que el hombre no cultivado. ¿Me entiendes lo que quiero decir?

—Sí, señor.

Permaneció un largo rato en silencio. No sé si les habrá pasado alguna vez, pero es muy difícil estar esperando a que alguien termine de pensar y diga algo. Dificilísimo. Hice esfuerzos por no bostezar. No es que estuviera aburrido —no lo estaba—, pero de repente me había entrado un sueño tremendo.

—La educación académica te proporcionará algo más. Si la sigues con constancia, al cabo de un tiempo comenzará a darte una idea de la medida de tu inteligencia. De qué puede abarcar y qué no puede abarcar. Poco a poco comenzarás a discernir qué tipo de pensamiento halla cabida más cómodamente en tu mente. Y con ello ahorrarás tiempo porque ya no tratarás de adoptar ideas que no te van, o que no se avienen a tu inteligencia. Sabrás cuáles son exactamente tus medidas intelectuales y vestirás a tu mente de acuerdo con ellas.

De pronto, sin previo aviso, bostecé. Sé que fue una grosería, pero no pude evitarlo. El señor Antolini se rió:

—Vamos —dijo mientras se levantaba—. Haremos la cama en el sofá.

Y esta última frase me gusta porque aparece, en su versión original en inglés, en el anime de Ghost in the Shell.

Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida.

Emoción

EmotionEl miedo es una respuesta emocional a algo que se percibe como un riesgo, y es un mecanismo básico de supervivencia que ocurre en respuesta a un estímulo específico, como el dolor o un peligro. Soy de la opinión que el miedo es algo innato en todos nosotros y, de hecho, muchos seres vivos lo experimentan y está relacionado con los comportamientos específicos de escape y evitación. Hay quien lo confunde con la ansiedad, que es un estado emocional derivado del miedo, que normalmente ocurre en ausencia de un riesgo externo al individuo o es producto de la percepción de un riesgo como incontrolable o inevitable.

Tener miedo es normal, es natural, y no pasa a convertirse en un problema hasta que el individuo es incapaz de controlar y adaptar su respuesta al mismo, en otras palabras, cuando sufre un secuestro emocional.

Así que, basándonos en esto, cualquier emoción, desde las más básicas como el miedo, la alegría, la tristeza o la ira, a las más complejas como la curiosidad, ansiedad o la esperanza, guarda una dualidad innata que la convierte en negativa siempre que logre librarse de las riendas y pase a tomar el control de nosotros.

Ilusiones

Ilusión

Me gusta mantener conversaciones interesantes, aunque no ocurre muy a menudo. Recientemente me han hecho una pregunta, sencilla en un primer vistazo aunque compleja si uno la evalúa en profundidad detenidamente. De nuevo, se ha despertado en mí una inquietud y me ha dado por escribir al respecto. La pregunta en cuestión fue la siguiente:

¿Tú no te ilusionas?

Da igual lo que te digan por ahí, las ilusiones son inevitables a pesar de los esfuerzos de ciertas personas que intentan de manera infructuosa evitarlas a toda costa. He echado mano del Diccionario de la lengua española y he podido comprobar que tiene varias acepciones para esta palabra:

1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.

De todos es bien sabido que somos manipulables precisamente porque dependemos de unos sistemas de información que nos transmiten los datos que, de manera arbitraria, deciden que debemos conocer. Esto va desde la educación hasta los medios de comunicación, pero no sólo debemos quedarnos con lo obvio. Podríamos decir que nuestro cuerpo engaña a nuestro cerebro, pero sería una verdad a medias; si existen errores en la recogida de la información debido a problemas sensoriales estaríamos en lo cierto y son nuestros órganos los que no transmiten una información correcta.

Sin embargo, en la mayoría de los casos y salvo problemas anatomofisiológicos, nuestro propio cerebro es responsable de los engaños que sufrimos simplemente por un error en la interpretación de la información que recibe. Las alucinaciones, en sus múltiples variantes, son un claro ejemplo en el que tomamos como cierto aquello que se nos presenta, que incluso podemos percibir a través de nuestros sentidos, cuando en realidad no existe para el resto del mundo. Podríamos entrar en discusiones filosóficas sobre qué es en realidad la verdad, si es lo que la mayoría de un grupo dado toma como verdadero o lo que un único individuo interpreta como tal, pero precisamente para ello están los diagnósticos médicos de las distintas enfermedades que causan trastornos de la percepción.

Ejemplos menos radicales pueden ser las ilusiones ópticas, juegos y pasatiempos que ponen a prueba y nos demuestran a modo de curiosidad el hecho que nuestros sentidos no son infalibles y, mucho menos, nuestro cerebro. Así que, basándonos en esta acepción, todos somos víctimas de ilusiones de manera voluntaria o no.

2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.

Ya decía Nietzche que «la esperanza es el peor de los males de los humanos, pues prolonga el tormento del hombre» y, sin embargo, es universal a todos. La esperanza no es más que otro nombre impuesto al deseo que sentimos por algo o alguien. A decir verdad, este tipo de deseo se basa principalmente en una determinada acción que deseamos que suceda, como puede ser aprobar un examen, besar a esa persona o ser valorado por otros. En realidad, el fin último es obtener satisfacción por aquella acción, así que podríamos afirmar que el ansia de toda ilusión es el placer propio. Dependiendo de cada persona, habrá a quien le importe más o menos el sufrimiento de los demás, pero en lo que todos coincidimos es que nadie desea el sufrimiento propio como objetivo primordial.

Todo esto recuerda al hedonismo, aquella doctrina filosófica que se basa en búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida. La escuela epicúrea mantenía una doctrina en la que la demora de la gratificación, la búsqueda de placeres duraderos en lugar de efímeros o la búsqueda del placer propio a través del placer de otros son pensamientos yuxtapuestos a la originaria escuela cirenaica, que abogaba por la búsqueda del placer sin importar nada más, incluso los intereses de los demás, algo así como una autocomplacencia egoísta en su máximo exponente. En cierta manera, dentro de la corriente epicúrea se enmarca precisamente el altruismo que, bajo mi punto de vista, es tan egoísta como cualquier otra expresión de ayuda por los demás. El altruismo busca la felicidad de otros, es cierto, pero esta entrega por otras personas esconde un deseo irrefrenable de satisfacción, ya que a través del placer ajeno la persona consigue el propio.

Luego, esta definición de ilusión, como expresión de la búsqueda del placer, como las esperanzas puestas en algo o alguien, es algo a lo que todos nosotros estamos expuestos.

3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.

Esta acepción también hace referencia a la satisfacción que nos provoca algo o alguien. Nuestro cerebro es una máquina que se basa, a grandes rasgos y no por este orden, en almacenar, clasificar y comparar información, todo con el fin de obtener nueva información que será también almacenada, clasificada y comparada.

Cada individuo, cada cerebro, a pesar de poseer por lo general unos elementos comunes y un funcionamiento similar, es completamente distinto de otro y esto es debido en su mayor parte por las diferencias existentes entre la información que cada uno maneja. En el sistema binario la información puede ser cierta o ser falsa, es la base de la manera de trabajar de nuestros ordenadores actuales, aunque existen ordenadores cuánticos experimentales en los que esta ley no se cumple exactamente de la misma manera. Sin embargo, lo mismo ocurre en nuestra mente en la que los datos que poseemos son comparados con los nuevos que se han introducido y, como resultado, obtendremos una conclusión favorable o desfavorable, por denominarla de alguna manera.

Esto es lo que hace que, según nuestra percepción, algo nos pueda satisfacer o no. La cantidad de combinaciones y permutaciones de información es tan grande como las numerosa variables que entran en juego a la hora de ser comparadas hasta llegar al resultado que es esa vocecilla interior que nos dice «me gusta» o «no me gusta».

Por lo tanto, según esta acepción, todo aquello que nos satisfaga se puede considerar como una ilusión así que, una vez más, todos seremos víctimas de ilusiones en tanto algo nos guste.

4. f. Ret. Ironía viva y picante.

La retórica es la capacidad para usar el lenguaje, tanto escrito como hablado, con fines específicos como agradar, causar una respuesta emocional o simplemente manipular. No me jacto de hablar ni escribir bien, para muestra un botón, pero sí es algo que trato de conseguir. La ironía es un recurso literario que da a entender lo contrario de lo que se dice y lo uso muy a menudo en mis conversaciones; de hecho es algo que llevo utilizando muchísimos años, tantos que no recuerdo, e incluso antes de conocer esta palabra o su significado.

Así que, también en este caso, no me libro de usarla o haber sido partícipe de ella.

En conclusión, toda esta parafernalia podría haber sido ahorrada si simplemente hubiese contestado un monosílabo como «sí» o «no», pero como soy de esa extraña clase de personas que nos suele dar por pensar y divagar acerca de temas aleatorios pues he tenido que invertir algo de mi tiempo y atención a estas líneas. Sí, a veces me ilusiono, tengo ilusiones o uso ilusiones, lo que ocurre es que la intensidad con las que las tomo en cuenta varía en función de la importancia que yo le confiera a la situación, el interlocutor o el grado de satisfacción que me puedan proporcionar.

Al final todo se resume en eso.

Pensamiento del día

A veces decir «lo siento» no es suficiente.

Para bien o para mal, la madurez no es directamente proporcional a la edad biológica del individuo.

Si quieres tener grandes esperanzas y expectativas hazte un favor, debes mantenerlas dentro de la lógica.

La preeminencia del amor

And Then There Was LightNo, no me he vuelto un hombre de fe ni un teólogo, simplemente encontré este pasaje y me pareció curioso que se antepusiera al amor antes que a la fe o la esperanza, a pesar de encontrarse en la Biblia. Es una traducción libre que he hecho a partir de 1 Corintios 13 de la New American Standard Bible.

  1. Si hablo con las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, me he convertido en un metal ruidoso o un címbalo que retiñe.
  2. Si tengo el don de la providencia, y sé de todos los misterios y todo conocimiento; y si tengo toda la fe, tanto así como para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada.
  3. Y si ofrezco todas mis posesiones para alimentar al pobre, y si entrego mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve.
  4. El amor es paciente, el amor es bondadoso y no es celoso; el amor no es jactancioso y no es arrogante,
  5. no actúa de manera indebida; no busca ser dueño, no se encoleriza, no guarda rencor por un mal sufrido.
  6. No se regocija en la injusticia, mas se regocija con la verdad;
  7. soporta todo, cree en todo, tiene esperanza en todo, resiste todo.
  8. El amor nunca falla; pero si hay dones de providencia, serán eliminados; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, será eliminado.
  9. Porque conocemos en parte y profetizamos en parte;
  10. pero cuando lo perfecto llegue, lo parcial será eliminado.
  11. Cuando era un niño, solía hablar como un niño, pensar como un niño, razonar como un niño; cuando me convertí en hombre, eliminé las cosas de niños.
  12. Porque ahora vemos en un espejo tenuemente, pero entonces será frente a frente; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente tal y como también he sido plenamente conocido.
  13. Ahora bien, la fe, la esperanza, el amor, acatar esos tres; pero el más grande de ellos es el amor.