Por favor disculpa a mis ojos porque buscan el mar donde no debería estar, y al ver el sol tras el cristal me hacen pensar que hará calor. Igual que pienso en quién era yo para ti y para mí, y cómo, tan falto de todo y nada, confundía lo que había entre nosotros con el amor. Tenías mis latidos a tu merced, a veces clavados como punzadas, cuando me hacías pensar que llegaba el final. Otras, como tormentas con truenos, cuando querías volver a entrar, y yo siempre te dejaba. Y te decía que siempre habría sitio para ti, incluso cuando no lo había, pero yo lo buscaba, desechando otras cosas sólo para hacerte un hueco en mi corazón. Si sabes que sólo quiero nadar en tu mar y acabo siendo un barco varado entre dunas. Si sabes que sólo quiero bañarme en tu calor y tan sólo eres dolorosamente fría. Aún mis ojos sueñan con un amor, ¿quién no lo hace cuando tu compañía es ausencia? Dime... Dime por qué, ¿por qué siempre confundes mis ojos?
Debí llorar
Canción original del dúo de compositores cubanos Giraldo Piloto y Alberto Vera, versionada por Silvia Pérez Cruz y Javier Colina Trio.
Kintsugi
El kintsugi es una técnica japonesa que se utiliza para reparar objetos rotos de cerámica o porcelana. La palabra kintsugi significa «reparar con oro» en japonés, y se refiere a la práctica de reparar los objetos rotos utilizando una mezcla de polvo de oro, plata o cobre con un pegamento natural llamado urushi. La idea detrás del kintsugi es que el objeto roto no se trata como algo que se debe esconder o desechar, sino como algo que se debe valorar y resaltar. Por lo tanto, en lugar de ocultar las grietas o las roturas del objeto, el kintsugi las resalta y las convierte en una parte esencial de su diseño y de su historia. Así, el objeto reparado no sólo se vuelve más fuerte y duradero, sino que adquiere un valor estético y sentimental que no tenía antes.
El desamor, entendido como la falta de amor o al fin de una relación amorosa, y el kintsugi tienen una dimensión simbólica que los relaciona de manera profunda.
El desamor puede ser una experiencia dolorosa y desgarradora, que nos hace sentir tristes, solos y desesperados. Sin embargo, el desamor también puede ser una oportunidad para crecer, para aprender y para cambiar. Cuando una relación amorosa termina, nos enfrentamos a un vacío, a una herida, a una pérdida que duele. Pero también nos enfrentamos a la posibilidad de encontrar un nuevo camino, de conocer nuevas personas, de descubrir nuevos intereses y nuevas formas de amar. El desamor nos enseña que el amor no es una cosa que se puede controlar ni que se puede obligar, sino que es algo que se da o que se recibe de manera natural y espontánea.
El kintsugi, por su parte, nos enseña que la belleza no radica en la perfección, sino en la imperfección. Cuando un objeto se rompe, podemos desecharlo como una basura, como algo que ya no tiene valor. Pero si lo reparamos con kintsugi, le damos una nueva vida, una nueva forma, una nueva historia. Las grietas y las roturas del objeto no son defectos que deben ser escondidos o ignorados, sino rasgos que lo hacen único y valioso. El kintsugi nos enseña a valorar la imperfección, a aceptar la fragilidad, a apreciar la historia y la experiencia que cada objeto lleva consigo.
De esta manera, el desamor y el kintsugi pueden verse como dos aspectos de un mismo fenómeno: la capacidad de recuperarse y de volverse más fuerte después de una pérdida o de una rotura. Cuando una relación amorosa se rompe, sentimos que nuestro corazón se desgarra, que nuestro mundo se derrumba, que nuestra vida pierde su sentido. Pero si somos capaces de enfrentar el dolor, de sanar la herida, de reparar el corazón roto, podemos volvernos más fuertes, más maduros, más sabios. Como un objeto reparado con kintsugi, nuestro amor se convierte en una joya preciosa, que reluce con un brillo especial y que nunca pierde su valor.
Un pasado en blanco y negro
De nuevo ando el camino hacia aquella calle, aunque sé que mi destino es ninguna parte. En mi memoria guardo aquellos secretos y también los pasos que me llevaban hasta tu cuerpo, pero sé que si regreso allí me dolerá el pecho más aún.
Y quién sabe cuánto más dolor será capaz de guardar antes de romperse.
Supongo que eres una batalla que nunca acepté que perdí, otra derrota más en esta guerra interminable que es anhelar todo lo que quiero. ¿Pero qué puedo hacer para luchar contra el hechizo de ese deseo que tanto niego y tanto evito?
Y lo intento, pero de nuevo siempre me reclama la nostalgia de aquellos momentos que tanto insisto en coleccionar, como en un álbum de fotos. Que de nuevo abro para mirar como un tonto aún sabiendo que me desconsolará saber que aquellos días tristes, tus noches a mi lado, mis versos escritos y los pecados que nos regalamos ya no son más que un recuerdo de un pasado en blanco y negro.
El camino
Y te duele cuando llevas tanto tiempo caminando, pero sabes que llegarás a la meta y podrás descansar. Y al día siguiente de nuevo te levantas temprano, con la ilusión de llegar hasta la próxima parada, con el frío de la mañana, y el viento con la lluvia que parece que corta tus manos y tu cara. Pero estás caminando, hacia delante, y aunque a veces sea una inercia la que te mueve, sabes que es la dirección correcta.
El camino es superación.
Porque te duelen los hombros de cargar tus pesares, te duele la espalda de idas y venidas, te duelen las piernas de subidas y bajadas, o te duelen los pies de las piedras que encuentras. Porque a veces no tienes ganas, y quieres dejarlo. Pero no puedes abandonar, porque estás en medio de la nada y lo único que puedes hacer es seguir moviéndote. Porque quieres llegar, sea donde sea, pero un poco más allá, un poco más lejos, o un poco más cerca.
El camino es la compañía.
Y alguien te pone una mano en el hombro. Porque en el camino tienes a alguien, a quien sigues o te sigue, delante, detrás o a tu lado. Pero tú la has elegido, y ella te ha elegido a ti. Tu bastón es esa persona, y para esa persona tú eres su bastón. Y te pide perdón por ir tan despacio, y otras veces te jalea para que tú andes más rápido, y otras veces os sentáis al margen a ver pasar el tiempo al calor de un café con leche y un bocadillo de tortilla. Juntos el camino es distinto y no querrías hacerlo con nadie más.
Porque el andar no es sólo la distancia, o el tiempo, o la sucesión de flechas amarillas que marcan el recorrido. Porque no es sólo la tierra y el barro que pisas, o el paisaje verde ondulante, o el cielo gris que amenaza con descargar su ira. También lo son el resto de momentos que transcurren entre etapas, los descansos, las duchas, las comidas, los ruidos y los ronquidos que no te dejan dormir.
El camino son muchas cosas que no se pueden explicar. Y da igual cómo consigas llegar al final porque, si no lo has disfrutado, tu camino ha sido en vano.
El camino es la vida. La vida es el camino. Y ambos hay que vivirlos.
Seis días
Seis días y unas cuantas horas más que mis ojos no se deleitan en ti. Tu cuerpo no acaricia ya mis manos, y de nuevo amanece casi helado un corazón ya cansado de latir. Otra vez te extraña mi almohada empapada de sueños y amor. Y pensaba que ya había aprendido, que a tu ausencia me había acostumbrado, pero la realidad me devuelve el dolor. Ya seis días sufriendo nostalgias por aquello que no pude hacer. Y aunque tenga el pecho de acero a veces pareciera que muero estando lejos de donde quiero volver. Por eso espero tu regreso como un regalo, mas no sé si debo o si acaso es algo malo. Pero hasta entonces sólo me queda suspirar cuando tantas veces no nos podemos besar.