Pensamiento del día

El color del otoño VII

A veces hacemos preguntas complicadas esperando obtener respuestas sencillas.

Hasta el diccionario de la Real Academia indica que manipular tiene connotaciones negativas; y yo que no tenía mala conciencia, ¿ahora qué hago?

No hay nada de malo en reutilizar cosas, salvo cuando se trata de sentimientos; si alguien no es capaz de generar en ti nuevas emociones entonces es que algo importante está fallando.

Molestias

Viajes interplanetariosMe llaman raro y llevan razón, porque a veces me siento un poco fuera de lugar, o en una época distinta, o en un planeta equivocado. Todo lo que se sale de la normalidad es extraño y es raro, y todo lo raro provoca en nosotros una sensación de miedo a lo desconocido. Las respuestas naturales a aquello que nos provoca miedo son la lucha o la huida pero eso no me molesta porque hay otras cosas que me molestan aún más.

Siempre me ha molestado esa clase de personas que se quejan de todo y no obstante no hacen nada por poner una solución a sus problemas, que se pasan el tiempo suspirando «ojalá» sin ni siquiera atreverse a llevar a cabo lo que sea necesario para alcanzar sus anhelos; que le confieren más importancia al qué dirán las opiniones de los demás y sin embargo sus oídos sordos hacen caso omiso a lo que les grita su conciencia y su corazón, que pierden su preciado tiempo en un alarde de virtuosismo a la hora de buscar excusas en lugar de preocuparse por intentar encontrar maneras, cuyas palabras y acciones se contradicen en un continuo y enfermizo devenir de incongruencias; personas que en una demostración de hipocresía se dicen heridas cuando se les muestra la verdad por la que tanto abogan y tanto les llena las fauces al declararse como mesías de la sinceridad, que falsamente interpretan papeles taimados con los que pretenden conseguir mediante engaños y manipulación aprovecharse de las buenas intenciones de quienes les toman por guardianes fieles de la confianza mutua.

Me molesta esa clase de personas pero sobre todo me molesta pensar que existe la posibilidad de que algún día tal vez me pueda convertir en una de ellas y terminar siendo todo aquello que siempre odié.

Conversaciones con Demian

–Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra personalidad. Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como individual y diferenciador. Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y aun más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han existido, ya sea entre los griegos, chinos o cafres, existen en nosotros como posibilidades, deseos y soluciones. Si el género humano se extinguiera con la sola excepción de un niño medianamente inteligente, sin ninguna educación, este niño volvería a descubrir el curso de todas las cosas y sabría producir de nuevo dioses, demonios, y paraísos, prohibiciones, mandamientos y Viejos y Nuevos Testamentos.

–Bien –objeté yo–, ¿dónde queda entonces el valor del individuo? ¿Para qué nos esforzamos si ya llevamos todo acabado en nosotros mismos?

–¡Alto! –exclamó violentamente Pistorius–. Hay una gran diferencia entre llevar el mundo en sí mismo y saberlo. Un loco puede tener ideas que recuerden a Platón, y un pequeño y devoto colegial del Instituto de Herrnhut puede recrear las profundas conexiones mitológicas que aparecen en los gnósticos o en Zoroastro. ¡Pero él no lo sabe! Mientras no lo sepa es como un árbol o una piedra; en el mejor de los casos, como un animal. En el momento en que tenga la primera chispa de conciencia, se convertirá en un hombre. ¿No irá usted a creer que todos esos bípedos que andan por la calle son hombres sólo porque anden derechos y lleven a sus crías nueve meses dentro de sí? Muchos de ellos son peces u ovejas, gusanos o ángeles; otros son hormigas, y otros abejas. En cada uno existen las posibilidades de ser hombre; pero sólo cuando las vislumbra, cuando aprende a hacerlas conscientes, por lo menos en parte, estas
posibilidades le pertenecen.

Hermann Hesse. Demian

Conversaciones con Demian

–¿Vas mucho a la taberna? –me preguntó.

–Pues sí –contesté con desgana–; ¿qué va uno a hacer? En fin de cuentas, es lo más
divertido.

–¿Tú crees? Puede ser. Desde luego, la embriaguez, lo báquico, tienen su misterio. Pero me parece que la mayoría de la gente que anda sentada en las tabernas no tiene idea de eso. Me da la impresión que precisamente el meterse en las tabernas es algo muy adocenado. ¡Lo bueno sería pasar la noche entera con antorchas encendidas, en una verdadera orgía desenfrenada! Pero eso de tomar un vasito tras otro no creo que sea muy interesante, ¿no? ¿O acaso puedes imaginarte a Fausto sentado noche tras noche en la taberna?

Yo bebí y le miré con hostilidad.

–Bueno, no todos somos Fausto –respondí secamente.

Me miró un poco sorprendido.

Luego se echó a reír con la frescura y la superioridad de siempre. ¡Bah! ¿Para qué discutir? En todo caso, es probable que la vida de un borracho y libertino sea más animada que la del ciudadano intachable; y además –he leído una vez– el libertinaje es la mejor preparación para el misticismo. Siempre son hombres como San Agustín los que se convierten en profetas. También él fue antes un disoluto y un hombre de mundo.

Yo sentía desconfianza y no quería dejarme dominar por él. Así contesté muy indiferente:

–¡Sí, cada cual según su gusto! A mí, si quieres que te sea sincero, no me interesa ser profeta o algo parecido.

Demian me lanzó una mirada inteligente con ojos ligeramente entornados.

–Querido Sinclair –dijo lentamente–, no tenía intención de molestarte. Además, ninguno de los dos sabemos con qué fin vacías ahora tu vaso. Pero aquello que tienes en tu interior, aquello que conforma tu vida, sí lo sabe; y es bueno tener conciencia de que en nosotros hay algo que lo sabe todo, lo quiere todo y lo hace todo mejor que nosotros. Pero, perdona, tengo que irme a casa.

Hermann Hesse. Demian

Conversaciones con Demian

−¿Cómo explicas lo de la voluntad? −pregunté−. Dices que no tenemos libre albedrío, pero también aseguras que uno no tiene más que concentrar su voluntad sobre un objetivo para conseguirlo. Ahí hay una contradicción. Si no soy dueño y señor de mi voluntad, tampoco puedo concentrarla libremente sobre esto o aquello.

Me dio unas palmadas en el hombro. Siempre lo hacía cuando alguna ocurrencia mía le gustaba.

−Así me gusta, que me preguntes −exclamó riendo−. Siempre hay que preguntar, que dudar. Verás, es muy sencillo. Si una de esas mariposas, por ejemplo, quisiera concentrar su voluntad sobre una estrella, o algo por el estilo, no podría hacerlo. Así, ni lo intenta siquiera. Elige como objetivo sólo lo que tiene sentido y valor para ella, algo que necesita, algo que le es imprescindible. Por eso logra lo increíble; desarrolla un fantástico sexto sentido, que ningún animal excepto ella posee. Nosotros tenemos un radio de acción más amplio y más intereses que un animal. Pero también estamos limitados a un círculo relativamente estrecho y no podemos salir de él. Yo puedo fantasear sobre esto o aquello, imaginarme algo −por ejemplo, que me es indispensable ir al Polo Norte, o algo por el estilo− pero sólo puedo llevarlo a cabo y desearlo con suficiente fuerza si el deseo está completamente enraizado en mí, si todo mi ser está penetrado de él. En el momento en que esto sucede e intentas algo que se te impone desde dentro, la cosa marcha; entonces puedes enganchar tu voluntad al carro, como si fuera un buen caballo de tiro. Si yo, por ejemplo, me propusiera conseguir que nuestro pastor no volviera a llevar gafas, no lo lograría. Sería un puro juego. Pero cuando me propuse en el otoño que me cambiara de pupitre, lo logré fácilmente. De pronto apareció un chico que me precedía en la lista alfabética y que había estado enfermo hasta entonces; como alguien tenía que cederle el sitio, fui yo quien lo hizo porque mi voluntad estaba decidida a aprovechar inmediatamente la ocasión.

−Sí −dije−, a mí también me produjo una sensación muy extraña aquello. Desde el momento en que empezamos a interesarnos el uno por el otro te fuiste acercando a mí cada vez más. Pero, ¿cómo sucedió? Al principio no conseguiste sentarte a mi lado; durante algún tiempo ocupaste el banco delante del mío. ¿Cómo sucedió aquello?

−De la manera siguiente: yo mismo no sabía con exactitud a dónde quería trasladarme. Sabía únicamente que quería estar sentado más atrás. Me lo dictaba mi deseo de acercarme a ti pero no lo sabía conscientemente. Al mismo tiempo, tu voluntad también actuaba tirando de mí, ayudándome. Hasta que no estuve sentado delante de ti no me di cuenta de que mi deseo estaba realizado solamente en parte; me di cuenta de que lo que deseaba era estar junto a ti.

−Pero entonces no entró ningún alumno nuevo en nuestra clase.

−No, pero yo hice simplemente lo que me apetecía y me sente por las buenas a tu lado. El chico con el que cambié de Sitio sólo se extrañó y me dejó hacer. El cura notó una vez que allí se había producido un cambio; en general cada vez que tiene que dirigirse a mí, algo le inquieta oscuramente: sabe muy bien que me llamo Demian y que yo, con un apellido empezando con la letra D, no debo estar detrás, entre la 5. Pero eso no llega a su conciencia porque mi voluntad se lo impide y porque yo le pongo obstáculos. El buen hombre se da cuenta de que hay algo que no funciona, me mira y empieza a devanarse los sesos. Pero tengo un remedio muy sencillo. Siempre le miro fijamente a los ojos. La mayoría de la gente no lo resiste. Todos se ponen muy inquietos. Cuando quieras conseguir algo de alguien, le miras inesperadamente a los ojos con firmeza; si ves que no se intranquiliza, puedes renunciar a tu deseo: no vas a conseguir nada de él. Yo no conozco más que una persona con la que me falle el sistema.

−¿Quién? −pregunté rápidamente.

Me miró con los ojos levemente guiñados, como cuando pensaba intensamente. Luego los apartó y no dio ninguna respuesta. A pesar de la curiosidad tan fuerte que sentía, no pude repetir la pregunta.

Creo, sin embargo, que se refería a su madre. Parecía vivir con ella en una confianza total. Sin embargo, nunca me hablaba de ella, ni me llevaba a su casa. Yo apenas la conocía.

En aquella época intenté algunas veces imitarle y concentrar mi voluntad sobre un deseo con toda intensidad para conseguirlo. Eran deseos que me parecían bastante apremiantes. Pero no lograba nada. Nunca me atreví a hablar de ello con Demian. Lo que yo deseaba no hubiera podido confesárselo; y él tampoco preguntaba.

Hermann Hesse. Demian

Pensamiento del día

Eye Lesson

Las clases prácticas siempre son más divertidas que las teóricas.

A veces simplemente te das cuenta de lo que es más adecuado para ti; hazte caso.

Si alguien se justifica ante ti sin tú haber pedido explicaciones realmente lo hace porque tiene algún sentimiento de culpa y simplemente desea sentir que tiene su conciencia tranquila.