Llega la primavera y dicen que altera la sangre y los corazones, aunque como yo ando todo el año de la misma manera tampoco supone demasiada diferencia salvo por los posibles brotes de alergia.
Navego a la deriva y perdido bajo la luz de un sol mortecino a rastras y con pasos cansados persiguiendo a quien huye de mí. Vivo, pero a la vez algo muerto, con un hueco en el centro del alma que ocupara hace ya tanto tiempo mi viejo espíritu malherido. Sufre mi corazón de agujetas por muchos latidos derramados por otro corazón orgulloso, por un amor no correspondido. Un cuerpo maltrecho y dolorido de huesos, carnes y sentimientos, con una pena intensa en el pecho por suspirar por quien no ha querido. Mis ojos pasean su mirada buscando cierto bálsamo en vano que alivie por fin el sufrimiento de vivir con este sino amargo.
Y seguimos viendo pasar las estaciones, cambiando el tiempo, los olores y también los colores, pero hay ciertas cosas que no cambian, nunca cambian…