Cada vez que salgo de fiesta soy espectador de una obra de teatro extraña, casi surrealista. Las personas cuando se ponen a beber alcohol sufren transformaciones, [casi] nunca favorables para ellos mismos ni para el resto de congéneres. Lo que me hace gracia es el hecho de que la gente beba para animarse, cuando en realidad el alcohol es una molécula tóxica cuyo efecto es la depresión del sistema nervioso central. El alcohol jamás tendrá efecto eufórico, aunque la gente lo tome en cantidades ingentes con tal fin.
Aparte de los efectos fisiológicos comunes a todos, se generan conductas aleatorias dependiendo de cada persona. A algunas les da por reír, una risa floja y tonta por cualquier cosa por nimia que parezca, hasta de las manchas del suelo. A otras personas les da por llorar, afloran sus penas y empiezan a sorber los mocos mientras con gritos desaforados hacen saber que nadie les quiere. Otros dan muestras gratuitas de violencia, se ponen a golpear paredes, cabinas telefónicas, cubos de basura y cualquier otro elemento y/o ser vivo que se les cruce en el camino. Otros se tambalean y caen al suelo, arrastrándose penosamente, intentando volver a recuperar la verticalidad como pueden. Otras personas se vuelven muy cariñosas, llegando a acosar a cualquier otra sin tener en cuenta sexo o edad.
Ayer mismo asistí en vivo y en directo a un espectáculo etílico ya de por sí trágico, pero agravado aún más por ser una chica la que estaba involucrada. Risas, llantos y caídas… Qué triste.