Si sólo das lo que recibes nunca podrás recibir más de lo que das.
La única cosa peor que ser ciego es tener vista pero no tener visión.
«Sin ánimo de ofender» significa que te voy a insultar pero espero que no te enfades.
Cuando hace algo más de un año publiqué Adiós, amor hubo quien me preguntó si es que para escribir algo así acaso me habría ido tan mal con mis relaciones o si yo era un perdedor. Mi respuesta era y sigue siendo la misma: ni lo uno ni lo otro. Una relación interpersonal, sea del tipo que sea, comienza pero nunca sabemos cuándo puede terminar; éste suele ser un hecho inevitable y tan sólo hay que aceptarlo. Las pérdidas son igualmente inevitables pero la manera que tenemos de enfrentarnos a ellas es una elección de cada uno.
Todos perdemos algo o a alguien a cada instante y, ciñéndonos a su definición, todos somos unos perdedores. Sin embargo, ¿por qué algunas personas sí son consideradas como tales y otras no? Las pérdidas no son más que cambios en el paradigma personal de cada uno y, lamentablemente no todos sabemos mantener la entereza. Un perdedor es alguien que ante un cambio trascendental de este tipo se desmorona, no es capaz de sobrellevarlo. Lo que lo convierte en un perdedor es su incapacidad para, una vez ha caído, volver a levantarse y continuar con su camino sin perderse a la deriva.
Es por eso por lo que no me considero en absoluto un perdedor, es más, creo que con los años me resulta mucho más sencillo aceptar las pérdidas con más o menos estoicismo, todo dependiendo de la situación. Por supuesto que siempre hay excepciones, como esos nefastos casos en los que la pérdida sobreviene cuando aún se guardan sentimientos intensos por la otra persona, pero son estos retos los que ponen realmente a prueba la fuerza de voluntad de cada uno.
La clave de todo reside en saber adaptarse a los cambios para no acabar perdido y siendo un perdedor.