La Fisioterapia, como el resto de Ciencias de la Salud, es una profesión vocacional. Lamentablemente, no existe un rasero objetivo que mida la vocación y sirva para filtrar los candidatos a comenzar los estudios. Tampoco existe ningún test psicotécnico que permita vetar la entrada a toda aquella persona con algún trastorno [sexual o psiquiátrico, por ejemplo]. No digo que haya que estar hecho de una pasta especial, sólo que realmente puedas y quieras trabajar estrechamente con personas e intentar ayudarlas en la medida de lo posible.
Sin embargo, y hablo desde mi punto de vista, sí que debemos desarrollar cierta capacidad de indiferencia respecto a nuestros pacientes. No quiero que mis palabras sean mal interpretadas, no hablo de tratar pedazos de carne, una prótesis de cadera, un EPOC o un retraso psicomotor, simplemente hablo de evitar en la medida de lo posible las implicaciones emocionales. No quiero ser el Dr. House de la Fisioterapia. Cada paciente es un sistema con multitud de variables intrínsecas y extrínsecas que, si no desarrollamos una membrana semipermeable, pueden afectarnos.
Cuando un amigo tiene un problema éste nos afecta, nos preocupamos, pero si esto es así es porque nuestra membrana semipermeable lo permite. Nuestros pacientes tienen problemas, que tienden a magnificar por su situación de enfermedad, y diez amigos al día con problemas son demasiadas preocupaciones para una sola persona, es decir, nosotros. Muchas veces somos «fisicólogos», un híbrido entre Fisioterapeuta y Psicólogo, pero debemos tener claro cuál es nuestra competencia y hablar lo justo y necesario.