Fue así, de repente. Apareció ante mis ojos y estaba allí, sentada esperando, supuse, a ser llamada al despacho. Sinceramente no sé qué fue, no sé decir cómo fue, pero se adueñó de mis pupilas y allí se quedó. Fueron sus formas caprichosas, fueron sus labios carnosos, fue a lo mejor su mirada inocente, no lo sé.
Algo en mí instaba a que mi sentido común hiciera acto de presencia y solicitase la vuelta a la realidad mientras la parte más visceral de mí comenzaba a inquietar mi estómago y mi corazón. Mientras pasaba a su lado sin que apenas ella notase mi presencia, haciendo alarde de mi innata capacidad para pasar desapercibido, yo ya estaba pensando en dónde y cuándo sería la próxima vez que la pudiese ver de nuevo, porque ese era mi mayor deseo, volverla a ver y poder deleitarme una vez más del delicioso néctar que emanaba de ella y bebían mis ojos y emborrachaba mi mente.
Pero, incluso así, después de imaginar mil y un reencuentros, de nada me sirvió mi imaginación para prepararme ante la sorpresa de volver a tenerla ante mí, más cerca que la última vez, conocer su nombre y escuchar su voz. Un torrente de sensaciones bullía dentro de mí mientras intentaba mantener la fachada de tranquilidad y seriedad, una y otra vez, en cada ocasión que nos volvíamos a encontrar, cruzábamos palabras banales y superfluas, manteniendo dentro de mí todos los pensamientos que germinaban en cada nuevo encuentro.
El tiempo pasó y, siembre amparado bajo el axioma de «nada surge de la nada», logramos al fin lo que tanto deseábamos hacer y no nos atrevíamos a iniciar. Cuando mis labios rozaron los suyos, como un castillo de naipes me derrumbé hasta su boca como si un remolino de aguas frescas y rejuvenecedoras me hubiese atrapado, y es que en verdad me hacía sentir como el chiquillo que descubre por primera vez el beso largo tiempo ansiado.
Y continuamos besándonos, ahora con la suavidad de la pluma que acaricia, ahora con ímpetu desbordante, ahora rápido y a hurtadillas, ahora largo como un paseo por prados en flor. Así eran y así son, besos.
Yo nunca he dado un beso y tengo 20 años de edad. Me gusto mucho lo que escribiste
Un beso real es una bomba sensitiva que nos hace estallar de pura y limpia felicidad.
¡¡Preciosa tu crónica!!
Me ha hecho recordar el poema de Cátulo…da mi basia mille…así que quiero compartir con vosotros la versión que sobre él hizo el goliardo Cristobal de Castillejo:
«Dame, amor, besos sin cuento,
asida de mis cabellos,
y mil y ciento tras ellos,
y tras ellos mil y ciento,
y después
de muchos millares, tres;
y porque nadie lo sienta,
desbaratemos la cuenta
y contemos al revés.»