Llegó la hora de exigir, de pedir algo a cambio, de hacer acopio de la fuerza cimentada en el amor al valor propio. Maldita sea, sé lo que quiero, pero parece que me obstino en reducir el nivel de exigencia. ¿Tal vez porque lo fácil cuesta menos? No, no puede ser, me niego. Pidamos una estrella, pidamos una galaxia, vamos a intentarlo. Todo es poco, demasiado nunca es suficiente, no hacer concesiones, pedir por pedir…
¿Pero realmente soy así? ¿Realmente quiero eso? ¿Sería más feliz así? «Sé feliz con lo que tienes mientras persigues lo que deseas». ¿Vivir toda la vida persiguiendo una quimera? No, «sé feliz mientras te persiguen, porque eres lo que desean». Ese me gusta más, sí, sin duda.
No quiero fuego que me queme, quiero agua que me caliente. No quiero cuerpos yermos, quiero labios jugosos. No quiero pensamientos acomodados, quiero mentes inquietas. No quiero duro mármol, quiero carne prieta. No quiero incongruencias ni incertidumbres, quiero clarividencia y sensatez. No quiero despotismo ni soberbia, quiero honradez y humildad. No quiero casualidad, quiero causalidad.
Si sé todo eso, ¿entonces qué es lo que queda? Exigir y esperar que el idealismo se haga realidad.