Bueno, este viernes fue mi vigésimotercer cumpleaños [o viejésimotercer, según se mire]. Nunca le he dado especial importancia al 8 de junio más allá del aniversario de mi alumbramiento, quizás porque no lo celebro con fiestas multitudinarias ni tampoco recibo muchos regalos, o simplemente porque es una fecha egoísta en la que el protagonista soy nada más que yo.
El único cumpleaños que tuvo mayor importancia para mí fue cuando cumplí los 18 por aquello de la edad legal límite y esas cosas. Recuerdo que por aquel entonces hubo cierto problema en la relación que mantenía, y también recuerdo los regalos que recibí. Durante cuatro años más seguí recibiendo los regalos que ella me hacía, y eso era lo único que le daba un toque especial a ese día.
Este año ha sido una vuelta a los orígenes, cuando «sólo» tenía la felicitación de mis padres y mis amigos, y este año he vuelto a recordar que eso es lo más importante, los sentimientos sinceros de la gente a la que tanto quieres. El resto son cosas superfluas, materiales, que se pueden romper, quemar o perder, pero los sentimientos no.
Por supuesto no pienso devaluar las cosas que me han regalado, pero para mí sigue siendo más importante un beso, un abrazo o unas palabras amables y sinceras que todo lo demás.