Sabemos que existimos porque tenemos conciencia de nosotros mismos, pero para el resto del mundo sólo existimos si estamos presentes en sus mentes. Alguien que no te conoce, por ejemplo, no conoce de tu existencia, así que para esa persona simplemente no existes. Es por eso que el olvido es un homicidio, aunque virtual.
Cada vez que decimos que hemos olvidado a alguien estamos gritando una mentira, una falacia. En realidad nos acordamos de esa persona, y nos acordamos que la hemos olvidado, ¿no es eso una incongruencia exponencial? El olvido real implica el perder incluso la información concerniente al olvido. Es más, el olvido es un proceso automático e inconsciente, y como acto voluntario no es en absoluto viable. Nunca olvidamos nada completamente porque los circuitos de reminiscencia se mantienen, lo que se pierde son las conexiones entre estos almacenes de información. Siempre se moverá algún engranaje que nos haga recordar eso que hemos olvidado.
El olvido es una mentira, podemos decir que nos acordamos en menor medida de la información, o que simplemente tenemos dificultades para acceder a ella, pero nada más. ¿Realmente quieres olvidar? La solución más rápida es la lesión neuroanatómica, pero no la recomiendo en absoluto porque la muerte neuronal no es lo más adecuado.
La indiferencia se parece mucho al olvido en relación a que es necesaria la ausencia de intencionalidad, lo cual supone la negación de la condición voluntaria de la indiferencia. Es decir, para poder llegar a la indiferencia hay que ser indiferente al objeto, al objetivo y a la misma indiferencia. Hablando en términos teóricos, la indiferencia es indiferente a sí misma. Por eso, aunque ésta exista, nunca puede ser usada porque su simple uso la niega a sí misma. La indiferencia supone abandonar toda intención y por eso es una mentira, es el nombre que se le ha impuesto al hecho de volverse menos susceptible a los estímulos que recibimos.
«Aún hay fuerza y por consiguiente esperanza donde se ven arranques violentos, pero cuando se apaga todo movimiento, cuando no hay pulso, cuando el frío ha llegado al corazón ¿Qué esperar entonces, sino una próxima e inevitable disolución?» (Lamennais – Ensayo sobre la indiferencia)