La tentación viste tus ojos, tan verdes y profundos que al contemplarlos invitan a perderse en ellos. Nos miramos, nos estudiamos detenidamente y sin palabras nos decimos todo lo que deseamos. Me aferro a tu pelo dorado, con bucles infinitos que caen sobre tus hombros como una cascada, y te atraigo hacia mí. Nuestros cuerpos sudorosos se encuentran en un húmedo abrazo mientras tu juguetona lengua busca la mía en una danza improvisada.
El mundo gira a nuestro alrededor, pero para nosotros todo se ha detenido y sólo existimos tú y yo, moviéndonos al compás de la música de nuestros latidos, compartiendo el encuentro de nuestros labios hambrientos de besos. Al fin, extasiados, nos separamos tímidamente evitando perder el contacto de tu piel contra la mía, y de nuevo vuelvo a caer hechizado por la luz aguamarina de tus pupilas.
No, esta vez no hay un despertador que rompa la magia del momento, porque es tan real como los sueños de las hadas que fantasean con unicornios perlados del rocío de la mañana. Tú y yo podemos ser producto de nuestra imaginación, pero esos besos que nos regalamos han quedado atrapados en la urdimbre del tiempo. Ahora sólo deseo dormir para soñar que vuelvo a tenerte entre mis brazos hasta que llegue el alba, se despida la noche y tú te vuelvas a ir con ella.