Paseo mis dedos sobre las letras del teclado, intentando que algo me venga a la mente para poder escribir. De pronto me asalta una idea: la incompetencia emocional. Hay que ver cómo nos obstinamos en conseguir alcanzar una perfección sentimental cuando en realidad somos seres imperfectos. Yo mismo me tomo como ejemplo, obcecado en mis intentos de cambiar lo invariable, personas en las que la incompetencia emocional es inherente a ellas, cuando en realidad soy un foco caótico emocional.
Sé que no puedo hacer cambiar a nadie hasta alcanzar mi particular idea de lo que es adecuado, además que la persona resultante sería otra distinta a la par que artificial. Lo sé, maldita sea, hasta escribo sobre el tema. Sin embargo, ahí sigo, descontento por las reacciones aleatoriamente dispares que se generan a mi alrededor, en mi particular cruzada por modificar a los demás.