Ayer decidí entrar en mi antigua cuenta de MSN por ver quién estaba conectado y allí estaba [S]. Inexplicablemente me dio por mandarle un trocito de texto sólo por ver si conseguía una contestación más o menos coherente y sin acritud. Me sorprendió, he de confesarlo, porque después de casi cuatro años no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra, todo porque las últimas veces fueron discusiones bastante fuertes. «Ya hablamos» fue lo último que nos dijimos, pero yo me quedo con la sensación final de haberme quitado un peso de encima y haber tachado un nombre de mi lista personal de rencores. Ya sólo quedan tres más: [R], [R] y [M].