Lo reconozco, ese es mi problema, pero no quiero solucionarlo. A estas alturas de la película me pregunto si es un problema real, con las complicaciones derivadas de éste, o más bien es un don, una capacidad a explotar. Bien es cierto que no todos estamos preparados para conocer los sentimientos de los demás, aunque seamos tan hipócritas como para exigirles a los demás que nos cuenten cómo están o qué sienten.
La verdad nos abruma, preferimos vivir en un mar incierto de elucubraciones sobre qué piensa él o qué siente ella. Nos gusta padecer un placer masoquista generado por la duda, y también disfrutamos ocultando nuestros sentimientos a los demás, como una especie de venganza. Es una cadena de rencor, un círculo vicioso en el que no te ofrezco más que lo que tú me das, y de ahí no saldremos a no ser que uno de los dos cambie. El problema es que somos tan orgullosos que eso nunca ocurrirá.