Ropa de cama

Desvaríos y tonterías en un ataque de incontinencia verbal. La culpa de todo la tuvo aquella noche indeterminada de bares y efectos etílicos.


Deberías cambiar las sábanas periódicamente, y a poder ser cada semana. ¿Por qué? Principalmente porque si llevas hasta tu cama compañía de vez en cuando se darán cuenta que esos dibujitos de Winnie the Pooh [o Mickey Mouse y sus amigos o florecillas azules o cualquier otro estampado] son sospechosamente parecidos a los que hace una semana les resultaban extrañamente similares a los de la semana pasada, que casualmente son iguales a los de aquel día de la semana anterior [vamos, un bucle que se remonta hasta hace dos meses o así]. A esas alturas ya debe de estar pensando cosas no muy agradables sobre tu conducta higiénica, pero da igual, la erección que comienza a sufrir le está secuestrando parte del riego sanguíneo y la zona del cerebro encargada de ese pensamiento decide dejar de funcionar para intentar sobrevivir con el oxígeno que le ofrece la poca sangre que le llega.

Lo que ya me parece absolutamente surrealista es que se reúnan un grupo de personas en un bar con cervezas en las manos y brindando por que uno de ellos quiera [censurado] contigo pero con la novedad de unas sábanas nuevas. ¿Te das cuenta? Sanidad podría precintar tu cama como lugar biopeligroso, zona de riesgo de contaminación por quién sabe qué clase de microorganismos [o macroorganismos].

¿Te acuerdas de la película Estallido, aquella en la que había una amenaza por el virus del ébola [la imagen de arriba]? Pues imagínate a una unidad de esterilización de ese tipo irrumpiendo en tu casa, fumigando con la esperanza de desinfectar TODO, y cuando digo «todo» también me refiero a tus orificios corporales. Y da gracias por que no hayan optado por la limpieza con fuego, es más efectiva pero tiene el inconvenente de tener que dar muchas explicaciones a la comunidad de vecinos.

Desde luego, hay que ver la que se monta por una mala costumbre, y es que parece una tontería sin más pero es que no te puedes ni imaginar la cantidad de «bichitos» que tenemos en nuestra piel o nuestro vello corporal y dejamos abandonados en los tejidos. Si a eso le añadimos todos los que viven en los colchones y que pasan a las sábanas, todo esto aderezado con un poco de sudor y demás fluidos corporales pues ya te puedes imaginar el botellón que se montan los cabrones. Luego vienen las enfermedades de la piel, de los ojos, oídos u otras zonas húmedas del cuerpo. Si es que son unos pequeños hijos de puta…