Otra historia que se me ocurrió así de pronto sólo porque escuché en la radio algo sobre alguien apellidado Ferro. Entonces hice una relación entre Ferro y algo de hierro y me imaginé alguien con la lengua de hierro, que siempre decía lo que pensaba. A partir de ahí todo salió de la improvisación.
João era un señor de piel oscura, requemada por el sol, que le hacía aparentar más de los cincuenta años que cargaba a su espalda. Nunca fue muy amigo de nadie tal vez porque siempre decía lo que pensaba sin importarle las consecuencias. Después de todo, su apellido tenía mucho que ver con su forma de ser. Las causas de su comportamiento eran atribuidas por algunos a una indiferencia total por las personas mientras que otros bajaraban la posibilidad de que estuviese loco.
Ni los unos ni los otros acertaban, ya que sólo a mí me confesó la verdad. Lo conocí la misma tarde que llegué a aquel pueblecito olvidado de la mano de dios en el bar cercano a mi apartamento. Escuché un disparo y salí corriendo para ver qué sucedía, por si había algún herido y sí que lo había.
Sobre el entarimado yacía él con su piel arrugada cubierta con sangre que manaba de su pecho. Al parecer un comentario de los suyos había molestado más que de costumbre y como respuesta había recibido un balazo.
-¡Pues sí que tengo que estar jodido si ya está aquí el enterrador!-dijo tosiendo sangre por la boca.
Me quedé paralizado a poca distancia de él por las palabras que me había dedicado, así que supuse que le habían hablado sobre mí y mi trabajo. Me repuse y me acerqué a él para intentar ayudarlo mientras todos los demás se alejaban o bien se giraban hacia otra parte, tal era la simpatía que proferían por el pobre viejo moribundo. Entonces João me agarró por el cuello y me dijo aquellas palabras al oído entre los estertores:
-Nunca quise que me apreciaran. Así nadie sentiría la muerte de este viejo…
Y allí murió, en el suelo del bar atendido por la única persona que asistió a su entierro. Por las tardes, cuando las últimas luces despuntan en el horizonte, me suelo sentar al lado de su tumba a charlar con él, porque sé con certeza que es la única persona sincera que conozco.