El Método Cientí­fico

Método CientíficoÚltimamente algunos "cientí­ficos" [léase Meléndez-Hevia] se han pasado el método cientí­fico por el escroto. Para aquellos que quieran saber cómo funciona este milagroso método deben leer las siguientes lí­neas con el gráfico de la izquierda a mano. Sí­, esta es la guí­a oficial para el Método Cientí­fico, "The Hitchhiker's Guide to the Scientific Method".

SpoilerSi como método entendemos un procedimiento para conseguir un fin, no solo hay un método, sino muchos métodos científicos para conseguir el fin perseguido. Sin embargo, podemos afirmar que existe una forma común de razonamiento que conduce a que los científicos trabajen de una forma ordenada y meticulosa. Se puede resumir en los siguientes puntos:
  • Planteamiento del problema (desde las suposiciones iniciales a la concreción de los hechos).
  • Recopilación de la información existente.
  • Realización de observaciones.
  • Recogida o toma de datos y mediciones.
  • Clasificación e interpretación de los datos obtenidos.
  • Formulación y comprobación de hipótesis explicativas mediante un diseño experimental.
  • Comunicación de los resultados.
  • Integración de los resultados en leyes, teorí­as o conocimientos más amplios.

Siguiendo estas premisas mantendremos nuestro tí­tulo cientí­fico limpio e impecable, colgado sobre el inodoro y adornando nuestros más preciados momentos escatológicos. El resto de los [verdaderos] científicos no nos veremos escandalizados con este método ya que siempre hemos tenido bien claro cómo se deben de hacer las cosas.

El origen del fallo

Un relato antes de acostarme para no perder la práctica.

Ouroboros

SpoilerSe escudaba en una coraza intentando defenderse del mundo exterior y en realidad no sabía que el enemigo habitaba dentro de ella. Su propia mente era la culpable, el origen de sus continuos fallos. No era especialmente guapa ni tampoco tenía un cuerpo de escándalo; más bien estaba dentro de la media y no sobresalía en absoluto. Sin embargo, tenía bastante éxito en cuanto a la seducción porque sus presas quedaban enganchabas misteriosamente sin razón aparente.

El problema residía en que ninguno le duraba lo suficiente, según ella porque todos los hombres eran una rama a extinguir de la historia de la evolución. Su conducta de ostracismo era su defensa y también la mayor causa de fracaso en sus relaciones. Igual que el Ouroboros, la serpiente que se devora su propia cola para sobrevivir, entró en un círculo de retroalimentación positiva en el que cada vez se volvía más rencorosa contra los hombres consiguiendo de esta manera recibir mayor daño por parte de ellos.

No quería cambiar, no iba a cambiar por nada ni por nadie, y es que no veía en el cambio la solución a sus problemas, o tal vez no quería ver la solución porque estaba convencida de la infalibilidad de su premisa de «todos los hombres son unos cabrones». Nunca se paró a pensar por qué siempre le pasaba lo mismo, igual que el conductor despistado que ve a todos los coches en la dirección contraria y no se le ocurre pensar que él es el que va en dirección contraria y no los demás.

Estaba condenada a ser desdichada durante el resto de su vida para, con un poco de suerte, vivir amargada por el rencor y la soledad. Sin duda estaba destinada a sufrir desengaños durante el tiempo que tardase en darse cuenta de sus propios errores y ponerles remedio, tal vez toda su vida.

Hace poco la vi paseando y por primera vez sus ojos reflejaban felicidad, algo que hacía tiempo que ansiaba. Imagino que este cambio tan notable estaba propiciado por la persona que iba a su lado, igual de feliz que ella. Parece que al final encontró el origen del fallo y tenía razón en que todos los hombres eran unos cabrones, al menos con ella. Tiempo después me enteré de que su pareja se llamaba Sandra y era unos años menor que ella.

Mitos mosquiteros

MosquitoEsto me pasa por dejar la ventana abierta y no poner la cortina delante… Uno o dos mosquitos han entrado en la habitación y me tienen frito, los muy cabrones. Antes maté uno de un manotazo pero creo que hay más por ahí esperando a cogerme desprevenido. Son tan buenos los jodidos que saben dónde picar, en los capilares y en justo en la zona de la piel que se encuentra entre dos receptores sensitivos [nociceptores imagino]. Por eso no te enteras cuando están trabajando a no ser que se posen sobre alguna zona con vello o pasen con el típico ruido al lado de tu oreja.

No se crean esas leyendas populares acerca de estos chupópteros. No señores, los mosquitos no van al calor ni van a la sangre dulce ni nada de eso. Son unos pequeños vampiros hijos de puta, miopes casi cegatos para más señas, y que se guían por las emanaciones de `CO_2` [dióxido de carbono] de los seres vivos.

João Linguaferro

Otra historia que se me ocurrió así de pronto sólo porque escuché en la radio algo sobre alguien apellidado Ferro. Entonces hice una relación entre Ferro y algo de hierro y me imaginé alguien con la lengua de hierro, que siempre decía lo que pensaba. A partir de ahí todo salió de la improvisación.

RestJoão era un señor de piel oscura, requemada por el sol, que le hacía aparentar más de los cincuenta años que cargaba a su espalda. Nunca fue muy amigo de nadie tal vez porque siempre decía lo que pensaba sin importarle las consecuencias. Después de todo, su apellido tenía mucho que ver con su forma de ser. Las causas de su comportamiento eran atribuidas por algunos a una indiferencia total por las personas mientras que otros bajaraban la posibilidad de que estuviese loco.

Ni los unos ni los otros acertaban, ya que sólo a mí me confesó la verdad. Lo conocí la misma tarde que llegué a aquel pueblecito olvidado de la mano de dios en el bar cercano a mi apartamento. Escuché un disparo y salí corriendo para ver qué sucedía, por si había algún herido y sí que lo había.

Sobre el entarimado yacía él con su piel arrugada cubierta con sangre que manaba de su pecho. Al parecer un comentario de los suyos había molestado más que de costumbre y como respuesta había recibido un balazo.
-¡Pues sí que tengo que estar jodido si ya está aquí el enterrador!-dijo tosiendo sangre por la boca.

Me quedé paralizado a poca distancia de él por las palabras que me había dedicado, así que supuse que le habían hablado sobre mí y mi trabajo. Me repuse y me acerqué a él para intentar ayudarlo mientras todos los demás se alejaban o bien se giraban hacia otra parte, tal era la simpatía que proferían por el pobre viejo moribundo. Entonces João me agarró por el cuello y me dijo aquellas palabras al oído entre los estertores:

-Nunca quise que me apreciaran. Así nadie sentiría la muerte de este viejo…

Y allí murió, en el suelo del bar atendido por la única persona que asistió a su entierro. Por las tardes, cuando las últimas luces despuntan en el horizonte, me suelo sentar al lado de su tumba a charlar con él, porque sé con certeza que es la única persona sincera que conozco.