Emoción

EmotionEl miedo es una respuesta emocional a algo que se percibe como un riesgo, y es un mecanismo básico de supervivencia que ocurre en respuesta a un estímulo específico, como el dolor o un peligro. Soy de la opinión que el miedo es algo innato en todos nosotros y, de hecho, muchos seres vivos lo experimentan y está relacionado con los comportamientos específicos de escape y evitación. Hay quien lo confunde con la ansiedad, que es un estado emocional derivado del miedo, que normalmente ocurre en ausencia de un riesgo externo al individuo o es producto de la percepción de un riesgo como incontrolable o inevitable.

Tener miedo es normal, es natural, y no pasa a convertirse en un problema hasta que el individuo es incapaz de controlar y adaptar su respuesta al mismo, en otras palabras, cuando sufre un secuestro emocional.

Así que, basándonos en esto, cualquier emoción, desde las más básicas como el miedo, la alegría, la tristeza o la ira, a las más complejas como la curiosidad, ansiedad o la esperanza, guarda una dualidad innata que la convierte en negativa siempre que logre librarse de las riendas y pase a tomar el control de nosotros.

Pensamiento del día

Aunque uses palabras dulces a veces no te puedes salvar de la inminente discusión.

Di la verdad aunque sea difícil; más vale un día colorado que toda la vida descolorido.

La mayor parte de los problemas ocurren por no saber distinguir lo que es importante de lo que no lo es.

Pensamiento del día

Si alguien no te calienta y reconforta el corazón es que realmente no es la persona adecuada.

Sé consciente del valor que posees y nunca permitas que nadie te trate de cualquier forma que no merezcas.

Las relaciones son como las estaciones; exuberante primavera al comienzo, agradable verano de diversión, melancólico otoño en los problemas, frío y moribundo invierno al final.

Pensamiento del día

Muchas pasiones surgen de la música y viceversa.

La tentación se encuentra en aquello que se está prohibido.

Pensar demasiado en un problema no necesariamente lo hace más fácil de resolver.

Felicidad y placer

Newton's Cradle

No puedo decir que el Facebook me resulte especialmente interesante porque ver fotos de la gente que conozco, leer sus comentarios y en ocasiones participar en ellos es una actividad un tanto tediosa, más parecida a merodear. Sin embargo, a menudo me paseo a menudo por las páginas de esa red social y me da por pensar en distintos temas que me llevan a divagar. La cuestión es que recientemente ha surgido cierto debate porque una de mis contactos ha lanzado la siguiente pregunta al aire:

Si hago lo que debo, seré correcta; si hago lo que quiero, seré feliz. ¿Qué hago entonces?

Se encuentra en una situación curiosa y, a decir verdad, todos nos hemos visto envueltos en alguna encrucijada parecida. Querer, poder, deber… ¿Qué hacer? Al igual que en un problema de lógica, tenemos unos datos y debemos plantear una resolución. En su caso, en primer lugar evaluaría todas las opciones disponibles e incluso buscaría alternativas que en primera instancia no hubiese tenido en cuenta. Luego, con todas las cartas sobre la mesa y en función de las circunstancias que rodeen al problema en sí mismo, elegiría la respuesta más correcta entre aquellas que sean satisfactorias para mis intereses.

Pero claro, en la teoría parece mucho más sencillo de lo que es en realidad la práctica.

¿Quién es el juez que dicta sentencia sobre la corrección o ausencia de ella en una acción? Podríamos decir que uno mismo, en su fuero interno, es su propio juez y verdugo, lo cual es cierto, y también que toda acción tiene su reacción. Ahora bien, ¿qué es lo que se juzga, la acción o la reacción? Esa consecuencia tendrá efectos sobre uno mismo y, muy probablemente, sobre más individuos, que a su vez tendrán su propio juicio acerca de nuestra acción, lo cual dará como resultado una valoración y otra reacción. Es igual que una ficha de dominó que cae y empuja a la siguiente en una sucesión o un péndulo de Newton en el que la bola de un extremo hace que la del otro extremo se mueva.

¿Qué hace que una acción sea correcta o no? Esto depende en gran medida de la educación recibida, los valores inculcados por la familia, las condiciones sociales en las que el individuo se desarrolla, en resumen, la moral y la ética de cada uno. Esas son las caras del prisma a través del cual distinguimos aquello que es correcto de lo que no lo es. Aquí tenemos el primer elemento de discordia a la hora de elegir la forma de actuar.

Imaginemos una partida de billar en la que nuestra acción es golpear con el taco a la bola blanca que, como consecuencia, se desplaza por el tapete de la mesa sin llegar a contactar con otra bola. Como jugadores debemos saber que nuestra acción no ha sido correcta pues hemos malgastado una jugada y hemos regalado dos tiros a nuestro oponente que, también considera que nuestra jugada no ha sido correcta pero, al contrario que para nosotros, para él sí es satisfactoria para sus intereses.

Ahora bien, imaginemos el caso de que un adolescente que desea salir de fiesta un jueves por la noche pero sus padres no se lo permiten porque al día siguiente debe asistir a clase. Si acata la orden de sus progenitores, que va en contra de sus intereses, estará haciendo lo correcto mientras que satisfará a la vez los deseos de sus padres.

En base a esto, podríamos afirmar que cualquier acción, correcta o no, puede tener distinta valoración en función de los intereses de quién la interprete. Así, entra en juego el placer, que no es más que la comparación de las distintas variables presentes en un elemento dado, sea material o no, con las variables que nosotros mismos consideramos como satisfactorias. Si coinciden, nos producirá placer, mientras que si no es así, nos producirá desagrado, y este es el segundo factor disonante que interfiere en nuestra toma de decisiones.

Cuando hablamos de placer debemos saber que nos referimos a la activación de zonas específicas de nuestro cerebro, una respuesta automática y fisiológica de la parte más primitiva de este órgano ante un estímulo concreto pero, ¿el placer, la satisfacción de nuestros intereses, nos hace ser felices? En la mayor parte de los casos sí ocurre de esta manera. Ahora bien, ¿es lo mismo el placer que la felicidad, o viceversa? No, porque la felicidad es un sentimiento, un proceso mental superior, una interpretación de distintas emociones, entre las cuales se encuentra el placer, y que es llevada a cabo por la corteza cerebral.

Es por todo ello que en situaciones como esta es donde la inteligencia emocional y, sobre todo, la empatía, juegan un papel decisivo a la hora de tomar una decisión y llevarla a cabo.

Volviendo al tema de la pregunta de esta conocida, ha recibido bastantes respuestas, entre ellas la mía. Creo que he sido lo suficientemente asertivo y conciso a la hora de expresar mis pensamientos pero he podido comprobar que no me encuentro dentro de la tendencia general. No tengo idea si las respuestas de las demás personas están sesgadas por la proximidad afectiva o si realmente usan esa manera de actuar en su vida diaria. Sinceramente, si se trata de esto último me preocupa porque he podido extraer algunas perlas:

  • Hay que hacer lo que a uno le apetece hacer, no se debe tener en cuenta nada más.
  • Lo que te hace feliz es lo correcto, la opinión de los demás al respecto no importa.
  • Hay que ser egoísta y pensar en uno mismo, el altruismo es una anécdota.
  • Hay que ser feliz a toda costa, el fin justifica los medios.

La proporción ha sido mi opinión contra siete individuos que hacen apología del hedonismo más radical, y aunque sé que la población de estudio no es estadísticamente significativa me da mucho que pensar acerca de las motivaciones de la gente hoy en día y en nuestra sociedad. No es nada nuevo, la verdad, porque todos nosotros buscamos el placer propio aunque hay quien usa caminos un tanto cuestionables.

Claroscuros

La Fisioterapia, como el resto de Ciencias de la Salud, es una profesión vocacional. Lamentablemente, no existe un rasero objetivo que mida la vocación y sirva para filtrar los candidatos a comenzar los estudios. Tampoco existe ningún test psicotécnico que permita vetar la entrada a toda aquella persona con algún trastorno [sexual o psiquiátrico, por ejemplo]. No digo que haya que estar hecho de una pasta especial, sólo que realmente puedas y quieras trabajar estrechamente con personas e intentar ayudarlas en la medida de lo posible.

Sin embargo, y hablo desde mi punto de vista, sí que debemos desarrollar cierta capacidad de indiferencia respecto a nuestros pacientes. No quiero que mis palabras sean mal interpretadas, no hablo de tratar pedazos de carne, una prótesis de cadera, un EPOC o un retraso psicomotor, simplemente hablo de evitar en la medida de lo posible las implicaciones emocionales. No quiero ser el Dr. House de la Fisioterapia. Cada paciente es un sistema con multitud de variables intrínsecas y extrínsecas que, si no desarrollamos una membrana semipermeable, pueden afectarnos.

Cuando un amigo tiene un problema éste nos afecta, nos preocupamos, pero si esto es así es porque nuestra membrana semipermeable lo permite. Nuestros pacientes tienen problemas, que tienden a magnificar por su situación de enfermedad, y diez amigos al día con problemas son demasiadas preocupaciones para una sola persona, es decir, nosotros. Muchas veces somos «fisicólogos», un híbrido entre Fisioterapeuta y Psicólogo, pero debemos tener claro cuál es nuestra competencia y hablar lo justo y necesario.