Océanos de noches

Náufragos en la nocheSus ojos son dos noches sin luna ni estrellas y yo, como un marinero con rumbo incierto, en ellos naufragué. Y para mantenerme a flote me aferré a sus caderas, con uñas y dientes, hasta que quedé varado en la playa de aquellas sábanas. Y bebí de sus pechos, mordí sus labios y paseé por el húmedo jardín de su isla para poder sobrevivir.

Desde el primer momento fue la excusa para luchar cada instante como si fuera el último, dibujando una sucesión de nuevos recuerdos ya vividos. Comprobando que aún soy diestro con mi mano zurda, a pesar de la anquilosante facilidad de la costumbre, y tejí con su pelo una urdimbre de besos y un encaje de palabras, para vestir mi piel con su piel y despeinar sus sueños con mis sueños.

No es fácil cuando cada día tienes que luchar contra la naturaleza y el tiempo. Entonces rezas y pides ayuda a una deidad, pero a menudo recibes respuestas calladas y silencios elocuentes. Con el paso de los años te das cuenta que cada día estamos más cerca del final de la aventura, y ahora me gustaría poder darme un consejo: «no te permitas el lujo de sufrir».

Porque en materia de sentimientos, sufrir es una elección que sale demasiado cara.

Pensamiento del día

Recycled Future

Reciclar es una buena costumbre; nunca sabes lo que puedes llegar a aprovechar de algo que considerabas como inservible.

No hay peor soledad que la que se sufre en compañía.

Por muy buena que sea la cena nunca podrá borrar el sabor de una mala compañía.

Desde la estepa

–Tiene usted razón en esto –concedí–. Por desgracia, es una costumbre, un vicio en mí decidirme siempre por la expresión más cruda posible.

Hermann Hesse. El lobo estepario

Pensamiento del día

Cada persona tiene sus costumbres y su forma de hacer las cosas pero no ser flexible al respecto indica cierto grado de obsesión.

Moderación, una palabra que muchos conocen pero pocos llevan a la práctica.

La responsabilidad para tomar última decisión sobre nuestras acciones siempre recae sobre la misma persona: uno mismo.

En estas fechas tan señaladas

Mesa de Navidad [II]Estas fechas en las que estamos son muy señaladas, de hecho no hace falta sino mirar al calendario para ver que tanto el 25 de diciembre como el 1 de enero están señalados en rojo para dejar constancia que son días festivos, que no quiere decir que sean de fiesta, alegría y jolgorio, sino simplemente que no son laborables. Quizás sea por todos los acontecimientos de mi pasado, quizá sea por mis circunstancias familiares presentes o por mis fantasmas de las Navidades futuras, pero esta época del año me resulta un poco más nostálgica y melancólica que de costumbre.

El tema del consumismo está muy manido y no hace falta entrar en profundidad a analizar el modelo de negocio creado por las marcas para hacernos creer que lo más caro es lo mejor. Son bienes materiales al fin y al cabo, y todo lo material no genera sino una felicidad condicionada a su posesión que, por otra parte y por extensión, es el germen incongruente del temor por perderlo. Prefiero no seguir hablando del tema, podría acabar convirtiendo este post de buenas intenciones en una nueva guerra dialéctica contra un enemigo invisible.

No obstante, y a pesar de la resistencia natural que se consigue desarrollar, uno acaba por contagiarse de esta extraña sensación, como si de algún tipo de virus se tratase, o como si por arte de ósmosis atravesase mi barrera semipermeable particular. Mi pensamiento para este día es el siguiente: los buenos deseos no se deben quedar relegados a dos semanas en diciembre, así que muchas felicidades para los próximos 364 días. Y recuerda, vive con intensidad.

El águila y el cisne

El Teide nevado [y II]Iba el águila un día surcando el cielo, como era su menester, observando el mundo allá abajo en el suelo por si algo pudiese atraer su atención. Sus ojos escrutadores iban paseando de un lado a otro mientras pensaba en asuntos algo elevados para un rapaz aunque a él le entretenían en su día a día, durante el tiempo que transcurría entre la cacería y la distracción. Barruntando en su mente ideas, y a la vez que miraba sin realmente observar, se percató de pronto de una figura que destacaba sobre la espejada superficie de un lago así que movido por la curiosidad decidió acercarse un poco más.

Comenzó a describir círculos mientras descendía lentamente evitando de esta manera llamar demasiado la atención hasta que estuvo a la distancia suficiente como para reconocer a la conocida figura, la esbelta y elegante cisne que había conocido tiempo atrás, cuando la primavera hacía brotar colores de la tierra y la fauna del bosque bullía con la ensordecedora excitación de la estación. Decidió acercarse confiado hasta la rama del árbol más cercano a la cisne de manera que pudiesen mantener una conversación sin mucha dificultad.

Se saludaron con efusivas palabras y, aunque el águila hubiese deseado rozar su plumaje parduzco contra el blanco y algodonoso vestido de su compañera, ambos mantuvieron las distancias. El águila, tan perspicaz como casi siempre, supo que algo ocurría y decidió tomar las riendas de la conversación para llevarla al terreno sobre el que le interesaba indagar. La cisne quería permanecer dentro del lago, no quería salir de su dominio por nada del mundo y al águila no le apetecía nada mojarse en aquellas aguas que ya comenzando el otoño empezaban a estar algo frías. El águila no le daba demasiada importancia a este capricho de su compañera porque, al fin y al cabo, él era consciente que no estaba hecho para ser ave acuática y aceptaba esta limitación a la hora de estar más cerca de la cisne.

Hablaron largo y tendido, de los cambios que habían sucedido en el paisaje que les rodeada, de cómo el verde había dado paso al marrón otoñal, del hecho que las dos aves habían cambiado su modo de vida junto con el resto de los habitantes del bosque y hasta de las diferencias que habían aparecido en el plumaje de cada uno. Ninguno de los dos podía negar que disfrutaba de la conversación que le ofrecía el otro así que, después de ese encuentro y con bastante frecuencia, siempre volvían a quedar en el mismo lugar. La cisne siempre mantenía su costumbre de permanecer dentro del lago y el águila ya daba por hecho que esto no cambiaría, pero no le importaba porque estaban lo suficientemente cercanos como para poder hablar entre ellos sin ningún problema. Tan sólo cuando surgían ciertos temas que requerían una conversación en voz baja aparecían ciertas dificultades para hacerse entender y entonces se tomaban una licencia: el águila abandonaba su rama y se posaba en el suelo a la vez que la cisne se acercaba a la orilla.

El tiempo pasó y llegó el invierno, la mayor parte de las aves del bosque habían tomado la decisión de remontar el vuelo y viajar a tierras más cálidas huyendo del frío, todas menos la cisne. A ella le gustaba aquel lago, y aunque las aguas comenzaban a congelarse en algunos puntos de su superficie, y aunque el frío le provocaba molestias en su cuerpo sumergido, ella no deseaba moverse de allí. El águila intentó muchas veces en vano tratar de convencerla sobre lo que debía hacer, salir de aquel lugar y viajar a otra parte con un clima más agradable. Incluso, si no quería viajar sola él se ofrecía a acompañarla de muy buen grado, pero nada pudo conseguir. Para él era inevitable preocuparse por su compañera porque le importaba su bienestar y por eso insistía tan a menudo a pesar que la humedad de aquel sitio le calaba hasta los huesos y le provocaba dolor en sus articulaciones.

Un buen día, ya bien entrado el invierno, la cisne le pidió al águila que no volviese a hablar con ella más. Aunque el frío le hiciera temblar, a pesar de sufrir dolores en su cuerpo, ella había decidido quedarse allí en aquel lago ya casi helado por completo, aún a sabiendas de su más que seguro fatídico desenlace. El águila, como buen compañero, decidió respetar su decisión aunque no la compartía porque él, en su fuero interno, sabía perfectamente que no era la correcta y a la vez conocía cuál era la mejor opción posible; precisamente había intentado muchas veces hacer comprender a la cisne.

Se despidieron, no sin cierta amargura, y el águila ascendió buscando corrientes de aire más cálidas que le ayudasen en su viaje. Echó un último vistazo hacia abajo pero el níveo plumaje ya se confundía perfectamente con el paisaje y ni siquiera pudo lanzar una última mirada a modo de despedida ni tampoco logró comprobar si la cisne lo miraba a él allá arriba en el cielo.

Sigue siendo invierno en el lugar pero ha pasado tiempo desde ese último encuentro y la triste despedida. El águila desearía que terminase el invierno lo más pronto posible para que la primavera vuelva a hacer aparición en el bosque. Sin embargo, a menudo sobrevuela el lugar temiendo escuchar el canto de aquella compañera porque él sabe que los cisnes, antes de morir, cantan una última vez.